Visita uno de los rincones de mi ciudad. Creo que vale la pena.
¿Se acuerdan? ¿Dónde están?
Ahora resulta que como el que miente es Rajoy por hacer lo contrario a lo que dijo, claman contra él, mientras que las patochadas del ZP que nada tenía que ver con la realidad, sí se merecían el aplauso de los de la ceja, a la sazón con elevada generosidad. Irresponsabilidad de la que el tiempo les rendirá cuentas, si es que alguna vez dan su cara para inclinar el dedito.
Por lo visto, las bases, avergonzadas, simulan pedir perdón, cuando lo cierto es que se corresponde con una más de las viejas estrategias del socialismo, toda vez que por el momento lo aconsejable es ocultar el doberman, que ya lo utilizarán cuando llegue la ocasión.
¿Se acuerdan pues de los de la ceja? ¿Dónde están?
Yo les digo. Siguen viviendo a cuerpo de rey de unas rentas que les vienen del “túnel del tiempo”, en el que se sintieron muy a gusto sin tomar las de Villadiego.
Recuerdan a Victor Manuel y su canción dedicada a “un gran hombre”; a Ana Belén, la de la puerta de Alcalá; al Bosé de familia encajada en las bambalinas de aquellos años lejanos gozando de la vida a cuerpo de rey, así como a otros muchos de la misma manada.
Para más teatro, ahora resulta que es el tiempo del Artur Mas. ¡Qué país este!
Por lo visto, el Artur, un día pasa por la Diagonal y se encuentra con una “diada” en gran parte indignada por su propia acción de Gobierno. ¿Qué hacer con ella? Se dijo. Pues dar la vuelta a la manga presentándola a su antojo.
Hombre de eterna sonrisa, pero sin la ceja.
Tras su propia debacle electoral, sus días los tiene contados, pero se resiste impertérrito ante la adversidad, carente de una dignidad que de tenerla, le obligaría a dimitir.
Los de la ceja desaparecidos y el Artur Mas sonriente, ajenos todos a la crisis y viviendo a cuerpo de “rey”.
Y encima republicanos. ¡Lo que hay que ver!
¿Dónde están? Algunos en las Américas.
La insidia se define por la Real Academia Española, como el fruto de unas “palabras que envuelven mala intención”.
Su cometido es consustancial al ser humano cuando éste es mezquino, pero su condición adquiere el mayor grado de perversidad cuando se pone en práctica dentro de un colectivo y por parte de quien a él pertenece.
Y con mayor rotundidad, cuando se dedica a sembrar una duda que de forma implícita llegará a los oídos de quienes muy bien él conoce, siempre abiertos a considerar como ciertas las más ruines falsedades que el insidioso de turno procura con la más aviesa dedicación.
Es el caso de Cayo Lara, diputado del Congreso, quien ha osado preguntar al Parlamento por la actual condición de Registrador de la Propiedad de la localidad de Santa Pola en la persona de Mariano Rajoy, Presidente del Gobierno. Función principal de Cayo Lara que no es otra que la siembra de la duda.
Pregunta envuelta con su habitual sutiliza, pues lo que en ella subyace no es más que ofrecerla ante la opinión pública, a sabiendas que sus más adeptos seguidores esparcirán la insidia por el cenagal donde sus vidas transcurren.
Que la respuesta a su pregunta se ciña a la verdad y alejada de sus fines, es irrelevante, lo trascendental es el libelo, pues lo único que Cayo Lara pretende es que transcienda y corra como la pólvora que en su cargo de Registrador de la Propiedad, aunque no lo ejerza, el Presidente del Gobierno ve aumentado sus ingresos y a sabiendas de su falsedad.
¿Qué más da que sea incierto lo que sale de los labios del diputado Cayo Lara sin con ello da carnaza, y lo consigue, a los buscadores de presa fácil en el “campo de las mentiras” a donde van “espigolar” en sus frecuentes visitas?
Que cada uno tiene su cometido en la sociedad, no admite duda.
Y el de Cayo Lara, salta a la vista.
Por otra parte, nada nuevo bajo el Sol. Pues ya se ensañaron con el bueno de Don Miguel en 1985, cuando fue acusado por un periódico local, el Levante-EMV por más señas, de haberse llevado a casa el cuadro que le habían pintado para situarlo en “la galería de Alcaldes”.
Acusación vertida en las paginas impresas del diario por algún bastardo mensajero; o quién sabe, inventado por una redacción que recurre a las mentiras con exaltada fruición y hasta nuestros días.
Y de la vileza de aquella acusación, se demuestra tanto en cuanto el citado cuadro ni siquiera existía; como tampoco la orden de su encargo.
Tuvieron que pasar siete largos años, en octubre de 1992, para que una vez encargado, pintado y terminado se colgará junto a otros de su condición en el interior del Consistorio.
Así es como trata la izquierda valenciana a los hijos de la ciudad, cuando, sin embargo, no tiene ningún reparo en otorgar una plaza a quien seguramente ni nos había visitado. Como la de Salvador Allende, por ejemplo.
O a semejanza de Roberto Cantos, de quien tenemos el caso de Juan Soto, que cuando no tiene nada que criticar, se las inventa.
Donde los caballos ponían huevos, las gallinas nadaban en el rio, los peces conducían, la luna salía de día y el sol lo hacía de noche.
Y lo más importante de todo era que en ese pueblo no había colores, todo era oscuro y cada vez que pasaba un año, la “oscuridad” aumentaba.
Un día, los niños del pueblo le preguntaron a un amigo suyo llamado Rubén, que le gustaba mucho pintar, si podía hacer algo para que apareciera color en el pueblo. Mientras todos los habitantes del pueblo dormían, Rubén salió y con su pincel favorito empezó a pintar las cosas del pueblo.
Al día siguiente, las personas se quedaron impresionadas porque ya estaban acostumbradas a vivir sin color y sin luz solar. Como un solo niño no podía pintar un pueblo entero, les pidió ayuda a sus amigos; entonces, pasados unos días, el pueblo estaba colorido, pero las cosas estaban pintadas muy raramente. Las farolas eran verdes, los animales tenían lunares, las calles estaban pintadas con los colores del arco iris, el cielo era morado y el mar era amarillo...
Al paso del tiempo, las personas se fueron acostumbrando y mucha gente de otros países fue a visitar el pueblo, por lo que pensaron ponerle un nuevo nombre. Y decidieron que fuera el de VIVILOLANDIA.
Lo que pasaba es que el color se descoloría y lo iban pintando de nuevos colores. Y fue esta la razón de que cada año el pueblo se llamaba de un nombre diferente.
AUTORA: MARIA COB CLIMENT, mi nieta.
Pese a dar la impresión de que estaba algo oxidada, la argolla entre matojos no se resistió. León Valderas tiró de ella y la puerta en el suelo, pese a una pequeña resistencia, giró en sus goznes dejando a la vista una escalera de piedra gracias a un rayo de luz que, al esquivo de la arboleda, se abría ante sus ojos.
León Valderas se fijó en tan sorprendente aparición. En la pared de la Iglesia aledaña, las huellas ojivales de un desaparecido claustro dejaban su rúbrica en el recoleto patio interior de un solar que hasta hace unos años era de utilidad para otros fines. Bien diferentes a los que antaño estaba destinado un desaparecido convento por ansias desamortizadoras hasta su total derribo. Patio tapiado en el que entre escombros cohabitaban un par de magnolios sobre trazos de obras, cuyo significado, León Valderas, trataba de adivinar.
La presencia de la argolla no dejaba lugar para la duda, pero de lo que en su hondo pudiera encontrar, era todo un mar de ilusiones imposible de eludir.
León Valderas no lo dudó ni un solo instante. Y sin calibrar su altura al techo para su seguridad, se lanzó escalones abajo. Aquel día estaba solo. Necesitaba descubrir lo que allí se escondía, fuera lo que fuese. Nada tenía que perder. Era su ocasión y tenía que aprovecharla. Que calvas las pintan.
Sus primeros seis escalones aún aguantaban una tenue luz que lentamente desaparecía. Hasta que en un giro de noventa grados a la derecha y para sorpresa de León Valderas, el desnivel se transformó en un pequeño pasillo que encaminaba hacia un haz de brillos dorados que venían de una pequeña y extraña estancia a escasa media docena de metros.
Firme y decidido, León Valderas avanzó para terminar en un pequeño y cerrado habitáculo tan rico en su luminosidad como maloliente. Pero era tal su resplandor, que sus fosas nasales incumplían su misión en beneficio de sus ojos, que abiertos como soles, alucinaban ante lo que terminaban de descubrir.
Sobre un piedra en el centro y encima de un pedestal de plata, un cofre de oro y brillantes, incrustado de piedras preciosas por todo su contorno, irradiaba tal cantidad de destellos, que, lejos de sorprenderle, relajó su cuerpo. Y como si se encontrase ante la inmensidad del mar, León Valderas aspiró agradecido con todas sus fuerzas hasta llenar los pulmones de su anhelada esperanza. Una esperanza que más bien parecía ser impropia de tan pestilente lugar.
¿Qué queda del PSOE tras el último tercio de varas de Rodríguez Zapatero y el posterior descabello de Pérez Rubalcaba?
Ni siquiera una discreta vuelta al ruedo peninsular. O reemplazada por un saludo a la galería desde el centro del albero. Por supuesto, donde estarían a salvo de una lluvia de almohadillas que procuran evitar.
Porque de la “pe” de Partido algo les queda, por supuesto: más que “partido” por la mitad, troceado y con cierta dificultad para saber sus cuajos.
De la “ese” de socialista, basta con ver los actuales “activos patrimoniales” de todos aquellos que nacidos en Suresne enterraron al histórico Llopis. Activos, por supuesto, no para crear puestos de trabajo en beneficio de sus votantes, sino para llevar ellos mismos una vida contemplativa, proclive al disfrute, aunque siempre dispuestos a cualquier mitin electoral vestidos de nuevo con la raída chaqueta de paño que guardan para la ocasión en un rico fondo de armario entre naftalinas que la mantienen.
Para saber de la “o” de obrero, basta con ver los votos perdidos hasta en su más adicto caladero. Aquel en el que si siguen gobernando es gracias al apoyo de los sectores extremistas de la sociedad, radicales en suma, minorías a las que nos desdeñan para cuando la ocasión lo exija, tal es el ejemplo de Andalucía como expresión más clara y rotunda; donde siendo vencidos, gobiernan.
Y de la “e” de España, qué podemos decir. Jugaron con fuego y en él se han quemado, pues dedicados a propagar que mencionar su nombre era más propio de fachas y de la derecha ultramontana y carpetovetónica, sus lodos están a la vista.
Sin embargo, vaya que les gustó aquello de “España es diferente”, el viejo slogan franquista; pues llevar su nombre como bandera a diferencia del mundo mundial del universo universal, real y virtual, el identificarse en suma como español de España, tiende más a ser franquista y de la vieja guardia que a ostentar el grado de progresista y demócrata. Sutil y perversa treta que ostentosamente promocionaron.
Si de lo que se trata es el de llevar a la vieja nación española al hilo del alambre, a fe que lo han conseguido. Gracias y en especial, al haber conseguido una generación fuertemente desvinculada de unos valores patrios que en el resto del mundo mundial… ostentan con orgullo. Una entereza y dignidad perdidas, cuya imputación al debe del PSOE corresponde.
Y cuando en cualquier aula docente el suspenso en Gramática sea mayoritario, que no se le ocurra al Director de turno llamar la atención por la necesidad de instar al aprendizaje de las reglas básicas que lleven a los alumnos al aprobado, no sea que le pase como al actual Ministro de Cultura que boga por el fin de la manipulación, falsa y sectaria, adueñada en una parte de la juventud española e instada a desconocer su origen. Origen que al ser tendenciosamente manipulado, el joven ignaro blasfema.
Partido Socialista Obrero y Español que como premio a su “faena”, sólo ha logrado un Partido bien partido y no por la mitad, sino por sus cuatro flancos.
Mientras tanto, Pérez Rubalcaba, el del descabello, tiene la osadía de ocultar la realidad valenciana alertando del desapego hacía su partido por culpa de haber dejado en el cajón del olvido la A-3; allá por los ochenta.
Por lo visto, no quiere caer en la cuenta del deleznable mimetismo de una pandilla de mequetrefes, adictos a unas siglas, la del PSPV, que en nada se corresponden con la realidad social de los valencianos; ni en su pasado histórico, ni lo será en su futuro.
Salvo que lo sea por Decreto Ley: con el tan ordeno y mando consustancial a los sectarios.
De sus barros, los lodos.
Visita uno de los rincones de mi ciudad. Creo que vale la pena.