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07 enero 2015

DE LA LEPRA A LA CASPA CATALANISTA

lepracatalanista

Vicente Blasco Ibáñez en el año 1907 y desde su diario republicano El Pueblo alertaba entonces de la  peste catalanista.

En la amenaza tanto endógena como exógena, advertía de los peligros que para los valencianos de su tiempo podía suponer, en un artículo de portada que viene al pelo en nuestro diario acontecer. Y entonces como ahora, también existía un grupo de "tontos útiles" (les decía) quinto columnistas en fin, a quienes Blasco Ibáñez definía como “catalanistas”, demostrando una clarividencia tal, que sólo lo hechos y el tiempo le han dado toda la razón.

Un siglo después, persiste el engaño y lo que realmente amenaza a nuestra personalidad, ya no es la peste, sino más bien “la caspa” que se ha venido filtrando en nuestra sociedad. Y lo ha hecho de forma cobarde, lamentable y desleal, a través de los más desprotegidos, en sus propias aulas de estudio, sirviéndose de la inocencia de los pequeños alumnos a quienes utilizan en su beneficio. Lamentable.

Ya no es pues la peste, sino la caspa. Ese mejunje que desde las hombreras se ha ido filtrando en las mentes de un sector de la sociedad valenciana para formar parte de unas creencias que han ido tomando cuerpo, como dogma de fe.

Una caspa que no tiene reparo alguno en construir el mayor genocidio cultural hacia nuestra identidad, tachando en su credo de un plumazo más de quince siglos de nuestra propia historia.

Blasco Ibáñez y en su primer trayecto literario se subió al carro del movimiento costumbrista de la época, interpretando a la perfección la problemática de la huerta, del mar y de la ciudad en unas narraciones que se excedían en su cometido, trasladándose también al ámbito de lo social. Y cuando quiso contar a sus lectores las originarias costumbres de nuestra tierra, se trasladó a Sagunto, donde, y desde “Sónnica la Cortesana” se ha ido acrisolando nuestra forma de ser  con sus raíces iberas,  griegas, fenicias, romanas, godas y más tarde musulmanas, de cuyos vestigios permanecen huellas que son visibles paseando por nuestra ciudad y su entorno.

Ahí está el origen de nuestro pueblo y no en siglos después con la alquimia del engaño por parte de unos cuantos investigadores forales que practican la técnica del bonsái.

Ni en territorio, ni en Reyes, ni en Cortes, ni en Fueros, ni en lo económico, ni en lo social, Valencia y Cataluña han compartido proyecto alguno por más que inventen los mercachifles del autobombo, portadores a la sazón de un ombligo con ínsulas imperiales.

¡Que inventen ellos! Decía Miguel de Unamuno. 

Mucha, mucha caspa es la existente, deseosa por dividir a una sociedad valenciana, mayoritariamente española, que tiene muy claro cuál es el propio sentimiento arraigado en la población, que en su molestia para algunos y de forma ruin tratan de eliminar para sustituirlo por un proyecto condenado  al fracaso. Pero del que mientras tanto se alimentan las “víctimas” de aquella “peste catalanista” que denunciara hace un siglo nuestro más universal escritor en prosa española y por ello mismo, valenciano de pura cepa.

"Victimas" que no tienen ningún escrúpulo en remar hacia una sociedad dispuesta al enfrentamiento y sólo en beneficio del sectarismo de sus talibanes.