16 febrero 2014

VISITANTES DEL 36

visitantes del 36

Vicente Navarro tiene su sonrisa habitual, en esta ocasión más eufórica debido al día que se le presenta. De cuando hace unos días recibió una llamada para una tarea que tenía que llevar a cabo para una fecha a determinar; y el indicado es justo el día que había amanecido dos horas antes, en un frio invernal con un cielo despejado que por ello mismo garantizaba la ejecución del trabajo.

-Voy a la Glorieta, Concheta. Voy a estar durante el día ocupado, así que nos veremos el lunes.  Que disfrutes de la paella del domingo y ya me dirás de su punto de arroz. Llegará el día que lo consigas. ¡Ánimo Concheta!

Vicente coge su bicicleta anudada a una argolla junto a la puerta del Palacio de Benicarló, sede de los servicios de Presidencia del Gobierno, instalada hace pocos días y enfila hacia el  rio Turia. Su marginal derecho le va a conducir al Ministerio de Comunicación y Propaganda en el edificio de la Caja de Ahorros, no sin antes subirse el cuello de su chaqueta nada más sentir un viento frio que le frena el pedaleo. Frente al Temple detiene su marcha para saludar a quienes van en una camioneta en dirección contraria; vienen de la plaza Roja, desde la sede de la Presidencia de la República, en Capitanía General, de donde han salido unos soldados provistos de lonas, cuerdas y escaleras, más otras herramientas, de acuerdo con el plan previsto.

Vicente Navarro ha traspasado la puerta del Ministerio, bajando unos segundos antes de su bicicleta que deja en el patio de recepción y ofrece un cigarro de caldo de gallina al conserje, con el que ha trabado una reciente amistad. Aprovecha para liar el suyo y se adentra en el edificio hacia el despacho de un jefecillo adscrito a Propaganda, quien le entrega un grueso sobre con documentos y mil pesetas para unos gastos ya pactados.

Es aún temprano y en la plaza de Ausias March un barrendero quita la hojarasca embozado en su bufanda; de aspecto quijotesco se mueve pausado y Vicente, que ha dejado la bicicleta sobre el pedestal de Jaime I, le ofrece un cigarro que le agradece mientras se quita los guantes para liarlo.

-Buenos días Vicente, ¿todo en orden o hay barullo?

-Verás Joanet, este viernes va a ser un día muy atareado, y lo siento, pero mi puesto me obliga a tener la boca cerrada. –

Son cuñados, Vicente casado con Roseta, hermana de quien está liando el cigarro pero con las manos tan limpias que le cae al suelo la mitad del tabaco.

-¡Joanet! ¿Qué es de Alicante? Seguro que con lo puntilloso que eres ahora lo recogerás del suelo. Bueno, me largo que tengo prisa y el deber me obliga. ¡Qué tengas un buen día!

Vicente enfila la calle Pintor Sorolla hacia la Universidad, sede del Ministerio de Instrucción Pública donde había quedado para almorzar con Chimo en un bar cercano, un conserje y afiliado político con el que tenía una gran amistad, pero por sus discrepancias, dejaban a una lado sus ideas, alojadas en un baúl cerrado a llave. Ya se había hecho un poco tarde pues a las diez tenía que estar en el Ideal Room de la calle de la Paz para ponerse a las ordenes de dos personas hospedadas en el Hotel Palace enfrente -en el que habitualmente se había encontrado con Alberti, León Felipe, Cesar Vallejo y otros celebres personajes- a quienes tenía que acompañar hasta el Ministerio de la Gobernación. Vicente deja la bicicleta encadenada a un poste en la plaza de los Patos y se hace con un taxi.

-¡A la calle Samaniego! – dice Vicente al taxista de forma entusiasta girando su cabeza con un gesto risueño hacia los dos trajeados caballeros.

Ya en su destino ante la puerta del Palacio del Barón de Llaurí, Vicente Navarro habla con los recién llegados y queda en esperarles con el taxi preparado para cuando terminen su entrevista con el Gobernador que será muy rápida, como de quince minutos, los que aprovecha para estirar las piernas por la plaza Vinatea, frente a la Basílica y la Puerta de los Apóstoles. Apenas ha pasado el tiempo anunciado, cuando salen los comisarios y de vuelta al taxi pasan primero por las cercanas Torres de Serranos donde se apea uno de ellos, enrolándose con tres personas. Continúan en su viaje y el taxi se detiene ante el Colegio del Patriarca, en cuya puerta hay dos camiones, uno de los cuales emprende su marcha una vez Vicente Navarro ha subido a la cabina. El comisario cruza el portalón y ante el claustro presidido por la estatua de Juan de Ribera da instrucciones para que de inmediato unos hombres allí dispuestos, empiecen la descarga de los cuadros del Museo del Prado.

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