Hoy me he comido un higo. Lo muerdes y está crujiente. Pero no de fritos, sino de unos estallidos en su interior que te llevan a aquella huerta de ribazos y acequias, de hierbas y cañas, de aromas a tierra mojada. De arañazos de zarzamoras y picadas de avispa que aún así, sabían a gloria. ¿Crujiente de nostalgias? Tal vez.
Sin embargo, descarnas un melocotón y no sabe a nada. Ni su piel es la misma ni tiene el agradable tacto del peluche que los injertos han olvidado por mor de una productiva alquimia desdeñosa de cualquier apetente paladar que se precie. ¿Vello de juventud? Tal vez.
El higo tiene un sabor especial, pero no es lo mismo comerlo de postre en la mesa que “robarlo” al campo agachando una rama de la higuera a la sombra de un día estival escuchando los ladridos de un perro amarrado a la puerta de una alquería ante la presencia de un extraño.
Y a diferencia…, pues claro qué me importa el higo. ¿Cómo no me va a importar si sabe a gloria?
Hoy me he comido un higo.
Es mi desayuno favorito
ResponderEliminarMarcos, tienes muy buen gusto.
ResponderEliminarUn saludo
Saben a gloria Julio !!!
ResponderEliminarY su aroma envuelve mi niñez.
Luz Alcantarilla, efectivamente, un higo en las manos y nos vienen recuerdos entrañables.
ResponderEliminar¿Qué tendrá el higo?