Falcó, el último libro de Arturo Pérez Reverte. Una genial
novela centrada en una leyenda urbana, que independientemente sea o no sea cierta,
si lo fue, debió cobrar vida de la forma que nos plantea el autor. A mayor, o
menor distancia.
Y se vale de esta ficción
para contarnos cómo fue la España guerra civilista, fuera de la nobleza
de las trincheras, inmersa en los bajos fondos de la ciudad, en sus sombras, en
su discurrir por las cloacas, donde imperaban las tesis más miserables de unas ideologías enfrentadas
sobre un escenario donde la vida humana apenas valía nada.
Con seguridad, menos que el devenir de una
mosca empeñada en posar sobre la oreja de uno, fuera ésta la de cualquier
sujeto, fuese o no de medio pelo, que intervenía en uno o en el otro bando. En eso se
parecían ambos, los del uno y los del otro. Calcados. Quien molestaba,
pasaporte. O con mayor precisión: al “paseo en la noche”.
Espionaje urbano que se tramaba tanto desde una siniestra
oficina, como al compás de un baile dispuesto en una fiesta de alta sociedad,
donde uniformes de alto copete cruzaban
sus órdenes a subordinados dispuestos a llevar a cabo las encomiendas más
siniestras. ¡Cuéntame! que te cuento.
En sus páginas, con la acostumbrada jerga del antiguo
periodista, ilustrado en vivo y en directo ante los más ruines actos de los que
es capaz el ser humano, el autor no nos habla de bandos, sino de sus banderías.
De una sorprendente misión sutilmente orquestada, que con el
tiempo perdura en el imaginario español ante un mar de dudas más o menos
interesado, donde la certeza del mismo se fija en la arena del desierto,
certificada por un oasis como posible.
Cambio de cromos que Arturo Pérez Reverte trata a su manera
con la maestría propia de una intriga que engancha al lector.
La liberación de José Antonio Primo de Rivera a caballo de
la leyenda, con las riendas de la emboscada, con el final de su muerte en una
cárcel de Alicante tras un juicio de parte.
De su prisión, llevada a cabo con anterioridad al comienzo
de la guerra civil, se vale el autor para trasladarnos a una época tan de actualidad en los últimos años; que no
debiera.
Protagoniza la novela Falcó, de profesión espía a sueldo, quien pertenece a uno de los
bandos, que, sin embargo, no es más que el suyo propio. El otro, el bando
rival, lo ocupa el resto. Falcó marca las fronteras que en cada caso le
conviene. Falcó no tiene más reglas que las suyas. El código de circulación no
le sirve. Conduce a su antojo.
La vida humana es como una hoja suelta y con espinas, que en
día de viento, cuando te viene a la cara, si molesta, la apartas de tu camino.
Su moral no es más que una bala en la recámara de su Browning, una navaja
automática en la mochila, una cápsula mortal para uso propio y cafiaspirinas
para sus frecuentes migrañas, todo el conjunto como faro y guía hacia un
probable final que sabe está presente al torcer cualquier esquina. Le va en el cargo.
Pero el verdadero protagonista de la novela no es Falcó: es
la España que el autor nos muestra, parece que de reojo, pero con la profundidad
de la crítica a la que él nos acostumbra, libre de perjuicio alguno. Con
premeditación, con alevosía.
Falcó tiene, no obstante, su regla base: el autor nos la desgrana en un libro de necesaria lectura. De los de una tacada.
Falcó tiene, no obstante, su regla base: el autor nos la desgrana en un libro de necesaria lectura. De los de una tacada.
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