Bello o hermoso; no sé si es la palabra que mejor le define, pero lo es en cualquier caso.
Irradiaba luz, y la dulzura de su mirada me daba seguridad, la confianza que necesitaba. Suave como una pluma, sabía de mis deseos, y cuando con sumo mimo tomaba su espalda para acariciar su pecho, de inmediato con su respuesta satisfacía mis anhelos.
¿Cómo no enloquecer ante aquel compromiso respondido con creces?
Desear y ser deseado, ¿acaso no es amor?
Alimento su fidelidad al anochecer y duermo junto a él una y otra noche. Despierto al alba y está a mi lado. Un amanecer… y todos. Es cuando me da las fuerzas a un nuevo día.
Me habló de un nuevo juego y me excité en su pensamiento, porque me lo ofrecía sin límite alguno.
Nada fue igual a partir de aquel instante, aquel del primer encuentro.
¡Era tan bello!
Su tacto incluso llegó a ser enloquecedor y junto a él pasaba las horas, que más parecían que habían sido unos pocos minutos de dicha y de placer.
Y así siempre, mientras duró. Una noche, antes del baño, se desprendió del alto bolsillo de mi albornoz y cayó al agua caliente con aroma de rosas. Y en su silencio, ni siquiera vibró. La luz de su mirada había mutado a la opacidad.
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