Muchas veces decimos que estamos mareados.
-¡Estoy mareado!
Y a uno le entran las ganas de cogerse a la pared más próxima, si es que la tiene; y en su ausencia, a un árbol, o a una silla, si el propio está en su casa.
Parece como si todo te diera vueltas, pero lo cierto es que no sabes si es la Tierra la que se mueve y te hostiga, o es uno mismo quien le da vueltas a todo lo que le rodea, recreando, a la sazón, un mundo imaginario sin orden ni concierto, donde no existen leyes contrapuestas que te alojen en el fiel de la balanza.
Que nuestro planeta se mueve, es cierto, aunque todo es cuestión de la velocidad. Gira a razón de unos 30 kms por segundo sin que lo percibamos. A estos, hay que sumar todas las intrigas que nos envuelven, y de peor calculo, por mucho que nos hablen de ratios y zarandajas afines. Hecha la suma, el vértigo adquiere mayor relevancia.
Es la hora de echar las cuentas para averiguar el tiempo que emplean tus ideas en desplazarse a tu alrededor y sacar la diferencia. Esto, metafísicamente, es un imposible y apoyarse en la velocidad de la luz una chorrada, así que demos por bueno que deben de volar nuestras ideas a endiablada velocidad, en el probable supuesto que sea el diablo quien las alimente.
Averiguar pues si son éstas las que van más veloces, o es el otro quien lo consigue, se impone.
De cualquier forma, de nada sirve el resultado. Sea como fuere, si son las unas más veloces, nada vas a poder hacer, y si es la Tierra quien las supera, temo que tampoco.
-Estoy mareado.
Pues, te aguantas.
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