Gracias a las pastillitas, en el mano a mano de nuestro diario deterioro físico, vamos arrancando las hojas del almanaque alargando la vida, y cuando hace unas décadas un sesentón ya tenía en su aspecto rasgos de ancianidad, en la actualidad y a esta edad, se nos ofrece el umbral a una nueva etapa con ínsulas de juventud. O casi.
Y por ello confiamos en las pastillitas y en su generosa intención, y luego pasa lo que pasa si nos abstenemos de prestar la atención que se merece al vestido que las cubre. Confiamos en el médico a ojos ciegos y es entonces cuando la “vista se cansa”.
Las pastillitas de marras regulan la tensión, pero producen fatiga. Ayudan al sueño, pero te agarran como una soga. Calman el dolor, pero alteran tu alacena. Abren el grifo, pero pierdes los bríos.
Surgen también daños colaterales que ya no sabes a qué imputarlos, si al implacable calendario que nos absorbe como si algo le debiéramos, o al dichoso prospecto que actúa más en defensa propia que como remedio al paciente paciente.
Pero no queda otra más que agradecer el nuevo impase, sea en zona vip, de turista o de minusválidos, tanto en cuanto lo importante es resistir con o sin pastillitas; que por cierto, y aunque no las queramos, no podemos vivir sin ellas.
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