05 agosto 2014

EL TROVADOR IMPENITENTE

el trovador impenitente El historiador entre cafés de insomnios y con luces de luna llena, de muchas horas indagando por archivos y bibliotecas, que trata de llevar a sus libros hallazgos referentes a qué éramos y cómo vivíamos en años antiguos, ansioso en el saber de cuáles eran las penurias y disfrutes de nuestros antepasados desde un tiempo inmemorial, está en autorizada ventaja con el futuro lector, al igual que con quienes zambullidos en el cómodo sofá, atentos a la pantalla televisiva, visionan un histórico documental de TVE-2 o del canal Historia.

¿Están en desventaja los lectores u oyentes respecto al investigador? Sí; porque el tiempo de la narración pertenece al pasado, una época en la que el interesado y por razones obvias, no vivió en sus trincheras.

Sin embargo, cuando leemos o escuchamos referirse al pasado más reciente, al suficientemente próximo para haberlo  conocido, el fiel de la balanza se equipara, se traslada de inmediato al punto cero y la ventaja del sagaz historiador se aminora.

Es el colmo de la desfachatez, cuando quien opta al "te cuento", nos habla de una época en la que él aún no ha había nacido, sin darse cuenta que el oyente que le escucha, sí la ha vivido.

Produce esperpento ver cómo nacidos después de mediados los setenta, que al cumplir sus primeros diez años apenas sabían lo poco o nada que les habían contado y unas décadas después lo que han leído, más o menos tergiversado, es alucinante que vayan a explicarle a otros lo que sí han conocido y en directo, con sus propios ojos, sin darse cuenta que estos han vivido el momento de los hechos, mientras que el trovador impenitente, ni estaba, ni se le esperaba.

Puro teatro que causa sonrojo cuando te das cuenta de jóvenes y obscenos tertulianos, que aceptan viejas retóricas de mercachifles, con la osadía añadida de vociferar de lo que no han conocido, y, precisamente, a quienes lo vivieron.

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