Al saltar de la litera y con sus pies descalzos en el suelo, Ismel, notó que el agua inundaba su pequeña estancia. Su misión de guardián de la bodega en la parte más profunda de la quilla le obligaba a pernoctar alejado de la tripulación.
Salió al largo pasillo y se dio cuenta que junto a una de las cuadernas de estribor, penetraba, aún con escasa fuerza, una brecha de agua en la embarcación. Surcaba perdida por el Antártico tras haber sufrido durante unos días la furia de una voluptuosa tempestad.
Ismel dio la alarma y tras comprobar los oficiales el alcance de la tragedia que se avecinaba, el capitán Meniot los citó en el puesto de mando. Tras informarles de la grave situación, una vez reunidos todos los datos, le dijo al cartógrafo.
-Coge los mapas y junto a un par de tus ayudantes os espero en mi camarote.
A allí sobre la mesa de trabajo dejaron una carpeta anudada con lazos que contenía planos de océanos y mares del hemisferio sur. Tras desplegarlos, apartaron el resto, extendiendo en la mesa tres cartografías que se correspondían con las aguas por donde navegaban.
-Centremos la situación a la que nos enfrentamos -les dijo el capitán Meniot que continuó impertérrito- Después de haber comprobado la imposibilidad de achicar el agua y de acuerdo con la estimación de mis oficiales, en unas diez horas la nave empezará a inclinarse y a partir de ese momento quedaremos en las manos de Dios. Así que no nos queda otra que buscar una isla próxima donde naufragar. Venga, abrid bien los ojos y tratemos de fijar nuestra situación para dirigirnos con los botes a ella. No hay tiempo que perder.
De vuelta al camarote y con el astrolabio bajo el brazo, el cartógrafo marco el punto exacto dónde se encontraban, dada su pericia en navegar sobre el papel entre grados y cuadrantes con el auxilio de reglas y el recorrido de un compás.
-Este es nuestro punto exacto. No hay tierra a la redonda. Estamos perdidos -dijo el cartógrafo fijando un dedo en el plano.
Cundió la alarma y el capitán Meniot, aterido entonces por el presagio, frunció el entrecejo y guardó silencio.
Los ayudantes escudriñaron con aplomo el mapa y una y otra vez lo recorrían con los dedos fijando cada centímetro del papel.
Las manos les temblaban y en la sequedad de sus bocas se manifestaba la angustia de su interior.
De repente, al cartógrafo ilustrado le salió un eureka leído en alguna parte y exclamó categórico un exultante vaticinio.
-! Salvados! Ahí está, una isla muy próxima. ¡Tierra!
El capitán Meniot le miró incrédulo, y pasó el índice de su mano derecha por el mapa, mientras que con la otra se apoyaba en la mesa.
-¿Estás seguro que daremos con tierra?
-Mi capitán, ¡podemos! – le contestó con energía el cartógrafo
-¿Podemos?, ¿seguro? -Dudó el capitán Meniot- Pues que sea una isla, porque si es una “cagadita” de mosca aviados estamos.
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