Confieso que me da miedo el Alto Tribunal Constitucional español, en su empeño de parecer cada vez más “bajo”, que en ocasiones lo consigue.
Un grupo de juristas que aún no han entendido la finalidad para el que fue concebido, que no es otra que concebir, sí, sí, concebir, la defensa de la Constitución Española.
El proceso soberanista catalán es un camino de mentiras lleno de trampas de dulces cepos, ensartados con cebos caramelizados de hiel.
Su mejor argumento es el “apesebramiento” de una juventud que en los últimos treinta años ha estado en su más completa indefensión, a merced de una clase política con ensoñaciones nacionalistas que ha fracasado en lo social, con el triste logro y en su beneficio de haber incubado el virus del enfrentamiento en una sociedad catalana cada vez más degradada.
Temo al Tribunal Constitucional porque no sería la primera vez que fallara en contra de su propia naturaleza, con gran desprecio a la ciudadanía a la que se le debe el mayor respeto, que sin embargo y en su ignorancia no exige, mientras se desplaza por la mesta de la ciudad en busca del pasto independentista al que se entrega esclavizado.
La quiebra de la convivencia nacional depende en gran medida de la fortaleza moral de sus miembros, los del Constitucional, que si uno sólo de ellos y en su jerarquía, fallara a favor del “derecho a decidir” de los catalanes, sólo uno, dejaría a pie de los caballos a la soberanía de la nación española entera, y renunciaría de inmediato a su propia razón de ser, a su dignidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario