Durante el siglo XIX y hasta el periodo de la Restauración
Borbónica (las únicas décadas de
tranquilidad en los finales de aquel siglo) fue muy frecuente la puesta en
escena de los llamados “espadones”. Salidos de los alrededores de la corte
isabelina, “sable en mano”, que igual lo empuñaban con la diestra que con la
siniestra, de una u otra forma, si algo significaban para España no era más que
una forma de “mal gobierno” que en horas de normalidad democrática les
hubiese llevado con sus huesos a la cárcel.
Circunstancia que ya se daba desde la vuelta al poder del llamado por el
pueblo “el Deseado”, aclamación repetitiva durante todo el siglo XX que se
mantiene vigente con gran vocación popular. Con especial entusiasmo tras la
guerra civil, que cuales ojos del Guadiana, se observa en la actualidad en
forma de “Diada”.
Los espadones y circunstancialmente espadonas, surgen de
nuevo, en esta ocasión desde un fétido hemiciclo autonómico -cuyo mayor
beneficio en “forma de pelas” y en la cuantía del tres, cuatro o cinco por ciento
durante los últimos treinta y cinco años, se ha destinado a un clan familiar con
su delfín adosado- con supuestas pretensiones democráticas, en unas leyes cuyo
artículo fundamental se basa en el incumplimiento de nuestra Carta Magna, que
una dama, Carmen Forcadell, en su martirologio político, se ufana de una
legitimidad a la sazón usurpada a la soberanía nacional.
El espadón del XIX se corresponde con el golpista actual.
Cataluña lo tuvo y ahora también. Si en los años
decimonónicos lograban su deseo por su privilegiada situación cortesana, la
manipulación desde la caja tonta autonómica junto al adoctrinamiento en las
escuelas que falsea las páginas de nuestra historia, ellos unidos, escenifican
la mayor patochada de nuestros días, haciendo posible un esperpéntico “golpe de
estado” fortalecido por una desvergonzada Fiscalía del Estado y ante un inepto
Tribunal Constitucional, que más que combatir el despropósito, lo alientan.
Al menos en los últimos años.
Julio eres un crak
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