El tan mencionado en los últimos tiempos bipartidismo político no deja de
ser más que el mismo monstruo con dos cabezas. Camaleónico animal al que en
esperpéntico atrezzo nuevos actores quieren sustituir por una especie de pulpo
con muchas patas tendentes a su propia ruptura, con desconexión más o menos
retardada, propenso en su actuación a desprender la tinta de su camuflaje, para
lo que recurre a todo tipo de morralla, a la sazón alimento de rica nutriente
para quienes buscan el cambio al Dorado, ofrecido cual viajero a instancias del
benefactor Imserso, vía al paraíso anhelado, que, cuestión curiosa, ni se sabe
dónde está, ni siquiera se le encuentra. Ello a base de un programa de hábil
diseño, urdido con todo lujo de detalles, pero con el sello de la falsedad.
Vista de un plumazo, su falsaria etiqueta identitaria se constata de inmediato.
La Ítaca feliz se corresponde hoy con un oasis libertario producto de una
fiebre expandida en una parte de la sociedad, que, mira por donde, resulta ser
esclava y a su vez enferma, producto de su falta de aliño e higiene personal,
víctima de un lavado cerebral por supuesto a la carta, programado con aviesa
intención por quienes sólo venden humo, utilizando en su objetivo el
botafumeiro de la vanidad.
La granada del escudo nacional que de siempre simboliza la unidad lograda
por los deseos inasequibles al desaliento de los monarcas hispanos durante
siete siglos, resulta ser que seis centurias después, sufre la presión de los
voceros de barrio, artistas del ruido, quienes sin decoro alguno, instan y lo
consiguen que los granos de tan sabroso fruto, prietos y hermanados en su
confortable nido, gracias a pócimas televisivas en sus continuadas jornadas, se
conviertan en un tarro de pus: el de un pulpo pestilente que en forma de alga
con coleta trueca a expandir su halitosis obscena por el fondo del mar para alojarse
en la Cueva de los Desafectos.
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