Estoy en condiciones de aseverar que durante la primera
quincena del próximo mes de octubre se llevará a cabo en Cataluña el referéndum
pro la República Catalana. Ojalá el sentido común, eso que con anterioridad se
conocía como el “seny”, en la actualidad en sus más bajas horas, se imponga y me deje con el culo al aire. Pero largo ha
sido el camino como para retomarlo, y es lo que toca. Dicen ellos. Los
independentistas.
Y sí, larga ha sido la encomienda. Tanto en cuanto y
como punto de inicio, tras la
transferencia en Educación (y no la de las buenas prácticas precisamente) más
de 20.000 profesores fueron sustituidos por otros, que, distinguidos
como guarda pretoriana de unas inexistentes calendas catalanas, fueron llamados
en su trabajo a cambiar las páginas de la historia, y a través de las aulas.
Primera enseñanza, presa fácil, carne fresca, para quienes veían en la infancia la mejor nutriente
donde sembrar sus miserias, sin, a la sazón, importarles un pimiento el
fraccionamiento social, el enfrentamiento generacional y lo aún más villano: la
inquina familiar.
Un totum revolutum en una sociedad, la catalana, que ha logrado su estatus de
privilegio gracias al proteccionismo económico de los tres últimos siglos,
procurado por las diferentes "formas de gobierno" que mantenían tácitas y por
sistema su decidido vuelco a favor del existente, entonces frágil, tejido
industrial que se vislumbraba en su extensión, en sueños a veces, desde la línea fluvial del río Ebro hasta la pétrea de los Pirineos.
Más de trescientos
años de proteccionismo español que tuvo su inicio con el Decreto de Nueva Planta
de 1716, instado por Felipe V, tras la victoria sobre las huestes austracistas
de ocupación, aquellas que tantas ensoñaciones autonomistas regalaron a los
próceres de la Generalitat Catalana, que no tuvieron empacho, entonces, para proclamar a su interesado líder, al
Archiduque Carlos, como Rey de España y con el nombre de Carlos III. De Res-pública, "res de res".
Ahí queda eso para la reflexión de quienes a toque de cuerna
y con la esquila al cuello, serpentean la panfletaria y actual Diada Catalana,
en el supuesto , hay que decirlo, de que aún les quede libre y dispuesta para el más elemental
discernimiento una sencilla célula en su masa cerebral.
Y ahí están, unos, los del 3% que buscan su tabla de
salvación penitenciaria, mientras los otros gozan de orgásmicas sacudidas, instados por el Oriol Junqueras de ojos cruzados, quien un
día descubrió el Sinaí de sus ensoñaciones lascivas, situado en los altos del Montserrat, donde los “monjos benedictinos” sacuden sus pebeteros, prietos de
alucinógenos de falsas quimeras, para extenderlos a sus pies hasta las
tranquilas aguas mediterráneas que tratan de incendiar.
Julio me gusta estupendo
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