Nación de naciones: nacionalidades: suflé de vanidades con
toque de perversidad: esperpento ruin salpimentado con azufre dispuesto para su
ubicación en las infantiles mentes (que lo fue) a su vez indefensas ante tanta
malicia, siempre a través de un recetario gastro encefálico que desde hace
cuarenta años se ha embutido en las aulas, con añadida publicidad y en paralelo
en los medios de comunicación de la caja tonta autonómica. Estrategia que fue
diseñada una vez las dichosas transferencias permitieron la estafa cultural.
Y como dio el fruto
que los mercaderes de la patraña deseaban, el “tripartito del botánico” calca
la estrategia y está dispuesto a anular la singularidad de Valencia fundida con el crisol de su historia, que, por cierto y dicho sea de paso, por su aporte
cultural, está a la altura de las mejores del suelo patrio.
Veamos pues. Se dice que en 1238 “nació el pueblo valenciano
y su lengua es el catalán”. Así clama la Universidad Literaria valentina.
¡Cuánta mierda pardiez!
El Reino de Valencia tuvo su rey visigodo como seis siglos
antes del citado año. A su final, el territorio permaneció bajo el credo
islámico hasta la llegada del “Conqueridor”, cuyos límites eran semejantes a
los actuales. Sus monarcas gobernaron a un pueblo musulmán en el que a su
lengua arábiga, y a través de los mozárabes, se sumó la del romance en su
desembarazo del latín, que a la sazón iba haciendo acto de presencia y con sus
variantes a lo largo de la piel de toro.
Lengua pues latina la nuestra, que en un par de siglos y por
merecimientos propios, iba a destacar en primer lugar y por encima de todas,
algunas –dicho sea esto sin señalar a ninguna- aún sin nombre propio, más bien
genérico.
En apoyo de Jaime I, quien marcó el territorio del nuevo
reino cristiano con muy pocas variantes en lo sustancial respecto al que se
encontró, e introduciendo nueva leyes, llegaron en amplia mayoría repobladores
de lengua castellana, y en documentado y menor número quienes desde condados
catalanes se expresaban en su propia lengua, que decían la occitana, llegados
desde feudos sometidos al rey de Francia hasta el “Tratado de Corbeil” de 1258.
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