Compromís tiene un problema cultural de gran calado que obedece a una de sus muchas contradicciones. Como partido constitucional forma parte de las propias instituciones que la Carta Magna establece, fruto de unas elecciones a las que libremente ha concurrido.
Leyes constitucionales que llegado el caso se pueden modificar de acuerdo a los procedimientos existentes. Pero no antes.
Sin embargo, instalado en las celdas del poder, se debe a sus normas y a su cumplimiento, aunque tengamos dudas que lo haga bien en la función de zánganos o en la acostumbrada y falsa oferta de abeja obrera.
De esta guisa y por lo visto en Compromís y por sus palabras y hechos, las leyes están hechas para no cumplirlas. Actúa como si de "un fuera de la ley" se tratase, y con la patente de corso que cualquier pirata o filibusteros se otorga.
Problema cultural de gran calado en su divorcio con la historia.
Si las vías públicas están para tomarlas en la antesala del poder, en la acción de su cometido y ya en las alcaldías, su objetivo no es otro más que el incumplimiento del marco legal vigente.
Otrora amigo de las banderías y del enfrentamiento con las fuerzas del Orden Público, en la actualidad, Compromís, henchido de su poder absoluto, dueño de imaginarios dominios forales, arrambla contra la bandera española que las ordenanzas obligan a su lucimiento en los lugares obligados. Opta asi por su desalojo, y ubicación en el interior de su propia ruindad.
Compromís, un partido político acrisolado por Mónica Oltra (no reñida consigo misma sino con la historia) que desde sus irresponsabilidad está llamado a convertirse en el fiel reflejo de su propio esperpento.
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