29 julio 2012
NECESIDAD, SENTIDO COMÚN Y BUEN GUSTO
28 julio 2012
25 julio 2012
PETICIÓN FONDO DE RESCATE Y LA MANIPULACIÓN DE LEVANTE-EMV
24 julio 2012
PASADIZO DE TRAMPAS
Aquella mañana León Valderas se había levantado de muy mal yogurt. Estaba como indignado, muy indignado. No le gustaba la sociedad de su tiempo. Ni siquiera el pensar que siempre había sido la misma le produjo el mínimo alivio.
Todo lo contrario: se reafirmó en sí mismo concretando que pese a todo lo sucedido en el pasado, si en algo se habían superado quienes en la actualidad la formaban, era en cómo fastidiar al vecino. Indignado y de esta guisa, notaba en el correr por sus venas no ríos de sangre, sino de indignación.
En su rebelión constante sentía la necesidad de lanzar exabruptos contra aquella división societaria cuya linde estaba configurada por irascibles meandros de egoísmo.
Una de sus riberas estaba formada por unas agrestes rocas que en dientes de sierra estaba habitada por quienes estaban dispuestos a lanzarse a unas aguas cuyos posibles peligros ignoraban, mientras su mayor anhelo era el de ser dueños de sí mismos. Y al mismo tiempo, llenos de temor ante un objetivo en el que cifraban su esperanza, pero confiados en las manos ajenas de cuyo esfuerzo necesitaban.
La otra parte del río, más amplia, formaba un extenso prado que servía de cobijo a quiénes preferían asegurar allí su cómoda estancia, sin ningún temor, convencidos de que llegado el caso, el tablón salvador lo tenían garantizado con el esfuerzo de sus manos.
Era tal la indignación de León Valderas ante aquel paisaje de probable ebullición, que de inmediato apareció lo que temía.
Una enorme avenida caída de negros nubarrones montes atrás, como otras muchas veces, arrasó tan solaz imaginería y el sálvese quien pueda atronó en el paisaje en furioso vendaval.
León Valderas, indignado, nada pudo hacer, pues en aquel choque entre riberas, en aquella huida hacia adelante estandartes en mano cual seña de pánico, se hundió un pasadizo de trampas en cuyo estruendo, e igualmente como siempre, perecieron junto a los débiles quienes confiaban en el tablón.
20 julio 2012
COMO CUELA, A LA CAZUELA
18 julio 2012
UN VESTIDO OTOÑAL
A Celia, gracias
La tuve a mi lado en los últimos siete años. Creció conmigo. Juntos vivimos por caminos ciertos y por otros imaginarios. Jamás le obligue a nada, sin embargo siempre aceptó de buen agrado aquello que le dijera. Ni un rechazo. Ni una mala cara. Siempre a mi vera.
Y juntos caminamos por senderos con sombra, al igual en los días de lluvia por prados y valles, que otros frente al mar, en aquel mirador donde las olas rompían al pie de altos acantilados, mientras los graznidos de las gaviotas aportaban un ritmo musical que sólo ignoraba el pez que pronto sería su presa a flor en las aguas, mientras los rayos del sol rompían por donde salir para dar su calor y secar la flor del romero y las acacias.
Y le enseñé altas, muy altas catedrales, adornadas de hermosas vidrieras y agujas al cielo, buscando la gloria divina, al tiempo que las gárgolas lascivas miraban al suelo sujetas de su cuerpo a la piedra bendita, que por nacer de la tierra, portan a sus espaldas el pecado venial. Y próximo a ellas, siempre la Plaza Mayor, con sus tiendas de flor de papel, también natural pero con pétalos que se mustian. Y al lado del barato souvenir, el viejo café donde tomábamos limonada de aperitivo en una pequeña mesa de mármol junto al ventanal, desde el que observamos a un joven violinista que frotaba sus cuerdas arrimadas a unos ojos ensimismados.
Compartimos mesa, y con el previo tin tin de las copas alzadas que musitaban muy buenos deseos, le hablé de un pescado al hinojo y de la delicia final de un helado de chocolate y del aroma de un café llegado de los trópicos.
Le hablé de las puestas del sol en el parque central. De cómo había sido aquel lento atardecer, en el que la pelota iba de un pie a otro de unos niños con los zapatos manchados de arena, vigilados por una doncella, rendida a un banco y festejada por un apuesto militar.
Y cuando las luces de la Casa Consistorial dieron nueva vida a la Plaza, nos salió al encuentro una procesión que invitó al silencio a quienes por allí transitábamos, mostrando el debido respeto al paso de la Virgen del Dolor, cubierta de una lluvia de pétalos que surgían de un balcón corrido, tapizado de rojo damasco, bajo el blasón de una noble familia de tiempo inmemorial. Y se lo expliqué con detalle.
También de un viaje en barco sobre una carretera inmensa y sin arcenes, y que a falta de árboles en las veredas, parecíamos estar quietos todo el rato, sin avanzar, pero amaneciendo cada día en un distinto lugar de sabor incierto, pero que luego sabían unos a limón y otros a frambuesa. Y le hablé de ello.
Y aproveché los viajes para aprender historias de mi patria. Para hacer fotos con la cara al viento ante un bello lugar, aprovechando, igualmente, para saber del político mentiroso que cada vez que habla, mayor tiene la nariz. Sin pensar en Pinocho.
Y así estuve con ella estos últimos siete años; pero este corte en mi vida no es un punto y final, sino un punto de partida; y como si de domingo se tratase, he vestido su cuerpo con un vestido de larga falda hasta los pies, de color otoñal, cubiertos por zapatos de un color inexistente, al que a la altura de su corazón, le he abierto una blanca ventana por donde escape al vuelo lo que quieran mis palabras.
15 julio 2012
LOS TRILEROS
08 julio 2012
CAPRICHOS DE LA VIDA
Con mis diecisiete años recién cumplidos, el pasear por las tardes en aquel parque en la ribera del río, cubierto en su longitud por las cómplices ramas de los sauces llorones, era como sentirme más mayor.
Y ciertamente lo era porque iba junto a Lolita, unos meses más joven y de quien me sentía profundamente enamorado. Mi mayor orgullo no era otro que el verme correspondido. Pese a ello y en nuestro mutuo recato, ni siquiera nos habíamos cogido de la mano; un beso, nunca la besé. Sabíamos de nuestro embelesamiento por la manera en que sus ojos se fijaban en mí, que no era otra que la misma con que yo la miraba.
A Lolita le gustaba pasear conmigo, y más por la protección de aquellos sauces a los que teníamos envidia porque siempre estaban abrazados uno a otro en celoso amorío. Al menos, así lo comentábamos en juvenil picardía.
Una tarde cambió nuestras cortas vidas, pues de forma inesperada vi en sus ojos un semblante de horror. El motivo, su madre, que apareció de repente cuando íbamos perdidos en aquel bosque de complacencia.
-¡A casa! Y qué no se entere tu padre, menudo disgusto le ibas a dar – Y cogiéndola del brazo se la llevó tras ella. Y dejé de verla.
Un par de años después conocí a quién hoy es mi esposa. Una mujer de bandera, guapa como ella sola.
Pasaron muchos años, y ya tenía un hijo mayor cuando casualmente me encontré con Lolita en uno más de los caprichos de la vida. Fui requerido por mis servicios técnicos a una casa particular, cuando al abrir la puerta aparecieron aquellos ojos cuya mirada no había olvidado. Nuestro mutuo aturdimiento retrocedió a un deleite bajo aquellos sauces de nuestra juventud.
Tuvieron que pasar otros cuantos años para que un mediodía volviéramos a cruzar nuestras miradas en la plaza central, donde no había sauces, pero si un banco bajo unos plataneros donde ya no había que escondernos, pero nuestros ojos hablaban de las mismas cosas.
Tiempo de después me enteré que el esposo de Lolita había fallecido.
Han vuelto a pasar ocho años. Me encuentro en casa, con mi esposa que se encuentra mal. Cosa de los años. También está mi hijo que ha venido a vernos.
De repente suena el teléfono. Ya tengo demasiados años y su voz no la conozco, sólo su fresca mirada. Ignoro cómo ha dado con mi teléfono, pero no me atrevo a hablar, no estoy solo en casa.
Me gustaría quedar con ella, pero no sé cómo hacerlo. Soy tan feliz. Me siento tan joven. Necesito contarlo.
06 julio 2012
LA HONORABILIDAD DE LA JUSTICIA ESPAÑOLA
Uno, a quien le cuesta mucho creer en la honorabilidad y eficacia de la justicia española, ve ratificada su postura, cuando observa que han sido necesarios cinco largos años para juzgar un falso empadronamiento, cuando en poco más de siete días se hubiese podido comprobar el hecho que se denuncia. Una simple llamada al eficaz cuerpo de la guardia civil basta para ello.
Demos un mes para su tramitación judicial, más otra semana para comunicar su resultado. Y en poco menos de sesenta días se puede emitir un fallo judicial sin temor a un fallo en su sentencia.
Decía la Católica Reina Isabel -una adelantada a su tiempo que ante una sociedad de hombres supo ponerlos en vereda tal y como quisieran quienes en la actualidad luchan por una “sociedad de la igualdad”- que para que la justicia sea eficaz, sus fallos deberían ser rápidos. De esta forma, decía, el culpable le tendría temor (el que no se tiene en la actualidad) y la víctima (que se encuentra indefensa) se vería protegida por su rapidez en la ejecución. El que sea lenta facilita a quien está dispuesto a saltársela a la torera, como es el caso de la exvicepresidenta del Gobierno, Fernández de la Vega, que con una justicia eficaz, su acta de disputado le hubiera sido denegada por su manifiesta ilegalidad, en una usurpación tan clara como rápida en su veraz conocimiento.
Se puede entender que ante un caso judicial, en el que el acusado sea una persona física o jurídica con implicación en varias empresas y al mismo tiempo con múltiples ilegalidades, su verificación tenga que ser lenta y exhaustiva, clara y concisa, y tarde por ello meses, incluso algún año para celebrar su juicio; pero cuando es cosa de dos, es decir, habas contadas, y su conclusión pueda efectuarse como en blanco y en botella, su tardanza de cinco años, huele tan mal, que si no se duda de la honorabilidad judicial, es porque la congestión nasal que sufre el sommelier, le impide distinguir a un vino valenciano de la brisa marina ante un mar picado y salpicado por el salitre, poco tiempo después de haber sufrido por los implantes dentales de todo su maxilar inferior.
Por otra parte, el que la Justicia sea lenta, lentísima, sólo sirve para los juicios paralelos de la opinión pública, tan interesados siempre, y en especial cuando son incitados por la clase política. Patraña a que en los últimos años se dedican con la más desvergonzada actitud, en lugar de dedicarse a la cosa pública que es para lo que cobran.