Si das una vueltecita por mi Blog, espero sea de tu agrado.

28 enero 2009

¿TENGO UNA PREGUNTA PARA VD?


Yo pude equivocarme, pero no engañé”. Así se expresaba Zapatero en “Tengo una pregunta para Vd.” en el plató televisivo de la casa suya.

Así aseguraba quien había prometido a todos los españoles una paga de cuatrocientos euros para el mes de Junio en jornada electoral; sin embargo, cuando alguien de los presentes le reclamó que su cuantía no había llegado a todos, tuvo la desfachatez de aclararle que la paga sólo iba dirigida a quienes se les retiene el IRPF, es decir, no a los más necesitados y del que están exentos: los que le dieron sus votos confiados en la bondad de la paga prometida, cual maná deseado. Simple cuestión de Fe, quizá por aquello de las rogativas a Santa Bárbara en la antesala de los truenos, a pesar del estado laico en el que estamos.

Si la fe mueve montañas, los púlpitos de la Ser y Prisa, con sus adláteres, no sólo mueven voluntades –orfeón que lo fue gracias a la gentileza de José Mª Aznar en sus horas de Gobierno, ajeno a la cría de cuervos y sus aficiones- sino que las amasan y las cincelan; por lo que la Fe del pinganillo es un valor al alza. Valor de nuevo cuño al estilo de Educación para la Ciudadanía, una vez fracasado su anterior diseño de clase de “Ética” cuyo desastroso resultado está patente en los ámbitos de la sociedad en que vivimos.

“Pude equivocarme, pero no engañé”, dice Zapatero. Y tiene la desvergüenza de recordarnos esto en el programa de marras, diciéndonos que hace un año “todo el mundo hablaba de desaceleración” (sic). Olvida que él fue quien utilizó ese palabro. Mientras tanto, en aquellos momentos, todos sabíamos que la crisis era un hecho cierto, lejano a un escenario de Champions League que él de forma machacona nos mostraba.

Ni engañó, ni mintió. Es que sigue engañando y mintiendo, facetas que no puede eludir, convencido que como la fe es ciega, igual es sorda.

No, Zapatero de cara amplia y sonriente, no miente, no, sólo se equivoca. Es lo que él nos dice.

Es listo el Zapatero. Tampoco se equivocaba cuando echó la culpa del 11-M a la participación de la guerra de Irak, a pesar de no tener, ni presentar, una sola prueba que lo demostrase. Otra simple cuestión de Fe aventada en los pulpitos arriba citados, mientras acusaban al Gobierno de mantener su fijación en ETA: lo que no era más que su obligación, como lo fue detener a los culpables.

¿Tengo una pregunta para Vd. Sr Zapatero?

¿Le parece lícito la utilización de los muertos para estar en el poder, sean estos de un atentado terrorista, de un accidente de metro, o como en estos días en un mitin: utilizando los de Gaza para ganarse la voluntad de los ciudadanos implicando al Partido Popular? ¿O prefiere que todos seamos súbditos?

27 enero 2009

COMO EN LA MILI, EL VALOR SE LE SUPONE

Una madeja de dudas - como su alto peinado a la moda de arriba España envuelto sobre sus orejas por el efecto de la laca, de ovalado aspecto y recia solemnidad- le hizo acudir al confesionario catedralicio, en lugar de a su colegio del Altozano, perteneciente a la Obra, al que había abandonado hacia ya unos cuantos meses. Llegados a sus dieciocho años, Marta era ya una mujer, que aunque decidida ante la vida un cierto recato anidaba su alma, por lo que su madeja de dudas, cual urdimbre endiablada, daba freno a unos impulsos avivados en su ardiente interior, en ocasiones convulsos por un arrebato de amor.

-Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida, ¿pero dime, hija, cuál es tu pecado? -Le preguntó el confesor tras la celosía, cuyo rostro sentía a un escaso palmo, después de haberle llamado la atención y sorpresa al verla por primera vez en su presencia. Marta lucía una esbelta figura ensalzada por un floreado vestido ceñido a sus curvas, tan sugestivas como encantadoras, del que surgían sus brazos desnudos, bien torneados, cubiertos por un pañuelo sujeto a su peinado cuya azulada seda caía sobre su espalda.

-Más de uno padre, más de uno.

-Dímelos todos, hija mía, uno a uno, a ver…

-Envidio a mi mejor amiga, padre, pues lleva cada día un vestido diferente que me hace sentir inferior.

-No es culpa tuya mujer, la sociedad de consumo nos lleva a ello. ¿Y cuáles más?

-En ocasiones, cuando estoy en casa de mis amigas me llevo algunas de sus cosas.

-¡Ah, el materialismo que nos domina! Tienes que vencer esa inclinación hija mía, pero… y qué más pecados tienes?

-Como soy algo envidiosilla, en ocasiones tengo deseos perversos sobre ellas.

-Procura corregir esa debilidad. ¿Algunos más?

-Miento, miento en ocasiones a mis padres, cuando quieren saber cosas de mi vida.

-Bueno…las mentiras, a veces sólo son mentirijillas sin importancia. Pero… ¿Tienes novio, hija mía?

-Sí padre, por eso les miento, cuando les digo que voy a dormir casa de una amiga, cuando lo real, es que voy a su encuentro.

-¿Duermes con tu novio siendo tan joven? hija mía- le preguntó de forma inmediata el cura que acercándose aún más a la celosía, vio en la confesión de la joven el néctar del pecado.

-Sí padre, algunos fines de semana.

-¿Cuéntame hija, cuéntame esos detalles?- siguió preguntándole, mientras que balanceando sus glúteos sobre el banco acercaba su cuerpo con la intención de sentirla más cerca.

-Nos besamos, Padre.

-¿Y qué más? Por qué imagino que haréis algo más ¿no te atreverás a desnudar parte de tu cuerpo, verdad?- apuntaba el cura mientras se excitaba inconsciente en su recóndito aposento.

-Hum… sí padre.

-¿Te lo pide él o… te gusta mostrárselo?

-Me gusta a mí, padre. Aunque él también me lo pide.

-¿Te desnudas lentamente?- le preguntó rendido a una lujuria que se le ofrecía por un tobogán irreprimible.

-Sí padre.

-Por lo que me dices, pienso que eres más decidida que él. ¿Te gusta tocarle?

-Sí padre.

-¿Y qué parte de su cuerpo recibe el deseo de tus manos?

-Todas, todas sus partes.

-¿Consumáis el acto sexual?- el padre bajó la cabeza sustentándola en la palma de su mano, secándola al mismo tiempo de un sudor tibio ligeramente pegajoso.

-Sí padre.

-¿Cuántas veces?

-Él es muy viril, y en algunas ocasiones hasta lo hacemos varias veces.

-Hija mía, no recuerdo haberte visto nunca ante mí, pero espero que a partir de ahora vengas con mayor frecuencia a confesar tus pecados. Pero… ¡Tienes que hacer acto de enmienda, hija mía! ¡Acerca más tu rostro al enrejado, quiero ver tus ojos arrepentidos!

-Es que él me gusta tanto, padre.

-La carne es débil, hija mía, y para limpiar tus pecados, debes confesarte con más frecuencia. ¿Te arrepientes de ellos?

-Padre…

-Bueno, lo entiendo ¿Cuándo os visteis por última vez?

-Hace dos días.

El confesor, absorto en su desenfreno iba a inquirirles nuevos detalles, pero se contuvo. En su corazón, más que latidos, lo que sentía eran los golpes de la tamborrada de Calanda, lo que le obligó a tomárselo con cierta calma en busca de sosiego.

-A ver… bueno… ¿Tú le quieres?

-Ahí tengo mis dudas, por eso vengo a confesarme; aunque me gusta mucho, creo que no le quiero del todo…mas no estoy segura de ello; por eso acudo a Vd.

-¿Volverás a él?

-Sí padre.

-Piensa hija mía, piensa en lo que haces. Y ven con mayor frecuencia a consultarme tus dudas en busca del perdón de tus pecados ¡La carne es tan débil! Y reza, reza ahora mismo un Padrenuestro muy próximo a mis oídos que quiero percibir más de cerca tu aliento y deseos de perdón.

-Ego te absolvo pecatus…

(“Como en la mili, el valor se le supone” es un relato que ha participado en el 41º Proyecto Anthology. Tema: Castidad)

16 enero 2009

LOS CECEOS, LA STRIPER Y EL PARO

La cara, que es el espejo del alma, sufre en estos días de puro frio oculta bajo el embozo de bufandas de largos flecos, por lo que no vemos las almas que se cruzan en nuestro camino. Queda pues, el recurso del ceceo, ese deje agudo y claro, que nos anuncia cuál es su lugar de origen. Es como un carnet de identidad, pero ajeno al control de Ministerio alguno, lo que nos da cierta libertad, o así debiera serlo.

Sin embargo, la voz inconfundible de la Ministra Álvarez, que por mucha bufanda que use está siempre en los fregados de la vida nacional, ha sido puesta en entredicho por Monserrat Nebreda, la diputada catalana que no escucha el tono de la suya, uno más de los sonsonetes que a lo largo de la variopinta España se escuchan por sus caminos. Es algo que nos enriquece: eso que llaman la diversidad: la pluralidad de la que gozamos, que como siempre ocurre en estos casos, siempre hay quienes son más ricos que otros. Diversidad en la que se encuentra nuestra riqueza, pese a que por sus senderos vamos hacia los cuatro millones de parados, lo que hace suponer que nuestros recursos serán más escasos.

En esta guerra de tonos y ceceos, hay momentos de tregua, como lo sucedido en la Cárcel de Picasent donde los reos han disfrutado de un striptease. Que si a algunos ha aliviado sus penas, arrepentidas sus culpas, a otros, por su deseo lascivo, su apetito se habrá avivado, por lo que a la reinserción del reo le han dado una jornada de descanso. No será este el caso de Daniela, la guapa y dulce stripper valenciana, que maquillada de leche condensada ha visto su caché aumentado, y gracias a ello la crisis vencida. Remedio que habrá que tener en cuenta.

Mientras tanto, los líderes sindicales de UGT y CCOO no ven motivos para enfrentarse a Zapatero, en quien confían, y al que agradecen el cierre del año con una inflación del 1,4%, por cuyo logro, nuestro poder adquisitivo queda asegurado.

¡Ver para creer!

La paga de enero por los incrementos del pasado año pasa a mejor vida ante el silencio sindical, y nuestra permanencia en la Champion Ligue es motivo de amor irreductible, de fe en el líder.

Eso que se ha dicho siempre y es de actualidad: encima de cornudos, apaleados.

13 enero 2009

¡AH, "ELS LLIURES PENSADORS"

Nada más y nada menos que la existencia de una Associació Valenciana d’Ateus i Lliurepensadors salta a la palestra, y en su euforia, se hace conocer por obra y gracia de una campaña publicitaria en la que sus asociados nos invitan a que fijemos nuestras miradas en los bus urbanos vía a la felicidad, al tiempo que nos incitan a despreocuparnos por la existencia de Dios, del que por lo visto deben tener malas noticias. Haciéndoles caso y una vez libres de la carga divina, el disfrute de la vida nos lo ofrecen garantizado.
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El merchandising éste, cual producto de baratillo, nos llega a la grupa de una corriente europea nacida en época no sólo de crisis económica, sino también y por lo visto de carácter intelectual. Fieles -y no libres- a la idea, los asociados valencianos se han sumado a la campaña con seguridad después de un debate de alto calado y pleno de reflexiones científicas, tal morcilla panfletaria.
Al hacerles caso y adquirido el producto, una vez liberados del látigo opresor, la seguridad de gozar de la vida nos resultará más fácil. Ahí es nada la oferta que nos brindan los intelectos valencianos, a cuya utilización de Dios recurren, al tiempo que nos sirve para saber de la presencia de tanto cretino.

Fue Voltaire quien dejó a la posteridad, “que de no existir un Dios, su creación era necesaria”; y por lo que vemos, cada vez es más cierta la predicción del gran ilustrado, cuyo mejor legado fue el del respeto al hombre y a su razón, al que ahora los indiferentes tratan de confundir.

Como si para pensar libremente fuera necesaria asociación alguna. O para ser ateo figurar en un registro con tufo de creencia doctrinaria que diera mayor consistencia a las ideas. Estamos en la moda de la credencial más estrafalaria, por cuya posesión, su titular se tumba a la bartola y contempla sobre su barriga el carnet de nuevo cuño, gozando de su admiración cual tarjeta de plástico alucinógena produciéndole mono.

Conseguida la “titulitis”, se ven en la obligación al reclutamiento, y nuevas campañas anticlericales brotan y pregonan su máximo punto de gloria, en la que el disfrute ante la vida no tiene ningún parangón. ¡Ah, el goce; ah, el disfrute!

Todo pues resultará muy fácil, sin que nos hubiéramos dado cuenta de ello: la felicidad “está al alcance de todos los españoles”, como tantas veces nos dijeron con musicales semejantes. Así pues, sólo nos hará falta fijarnos en las paradas del Bus, y allí, aborregados, sentir como la “libertad de discernimiento” luce sus mejores destellos tratando de llegar a nuestros ojos tal soflama publicitaria sin fecha de caducidad.

Nada mejor para pensar lúcidos, que ver pasar ante nuestros ojos los autobuses urbanos y saber de sus mensajes. He aquí la gran propuesta que nos ofrecen los asociados al libre pensamiento, cuya erudición no solo nos desborda, sino que nos acompleja. ¡Cuánta profundidad intelectual! ¡Cuánto rigor enciclopédico! Sus páginas rojas cual libro abierto, correrán por toda la ciudad ofrecidas a un público lector que se embriagará en su lectura. ¡Ahí es nada!

¡Ah,”els lliures pensadors”!

10 enero 2009

ELISEO CLIMENT, EL MAYOR MERCADER DEL REINO

Él no pagará ni un solo euro de su bolsillo (pueden estar seguros) para abonar los trescientos mil euros que le ha impuesto el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana por actuar en contra de la Ley, una vez rechazado el recurso de Acción Cultural del País Valenciano (sic), panfletaria secta doctrinal que preside el mayor mercader del Reino: el profesional de la subvención Eliseo Climent, quien ha conseguido de esta guisa su habitual modo de vivir. Desde ofrecerse como el más firme tentáculo del insaciable Jorge Pujol -el que fuera imperialista con su Banca Catalana al frente- en la Comunidad Valenciana, hasta su ejercicio inasequible al desaliento de instalador de antenas, sin menospreciar, claro está, el cobro de la encomienda por el ejercicio de su misión.

Eliseo Climent se pasó la legalidad por la entrepierna desde hace ya muchos años; y “los que dime de qué presumes y te diré de qué careces” exaltaron su hazaña en aras de la libertad de la expresión, que por su habitual costumbre sólo a ellos les corresponde, al tiempo que a otros se la niegan.

Desde la ilegitimidad más absoluta se dedicó a colocar repetidores donde le vino en gana retando a la Ley, a la que una vez tras otra le ha echado un pulso al abrigo del nacionalismo catalán a cuyo servicio crece, a la par que chupa la teta de las inagotables partidas económicas de la Generalitat Catalana para este fin: la vaca de ricas ubres que con el dinero de los contribuyentes de toda España derrama su leche adulterada no sólo por donde las competencias se lo permiten, sino que utilizando un mercachifle del “tres al quatre” incurre en casa ajena con embozos de baja estopa desde hace ya muchos años. La libertad de expresión tiene estos cauces, como las aristas de la ley, recorridas tantas veces por los delincuentes diestros en su caminar por el filo del alambre, ávidos en llenar sus cuentas corrientes desde la más indecente legalidad.

Si el dinero corrompe, cuando se consigue desde una supuesta acción cultural elaborada por la faz siniestra de un hombre de enfado permanente, con mirada de recelo y ojos de amenaza infame, pero jamás de frente, siempre a hurtadillas y cerca del pesebre que le alimenta, junto a su esperpento habitual, la práctica deleznable del encomendado adquiera la máxima titularidad: la del más desvergonzado vividor del cuento. Eso sí, con el beneplácito de quien le paga orgulloso de su audacia: la de la dulce complacencia del camuflado comendador.

Efectuado el latrocinio cultural, él, no pagará un euro (no lo verán Vds.) Ya sabrá extender sus redes, a diestro y siniestro, en la tarea de recoger sus frutos como buen mercader que es, tal es su destreza en el oficio para el que no se requiere titulación. Y aunque se le exigiera: el embozo de su farsa estaría siempre a su alcance.

Lo único que nos falta saber del Eliseo es a quién pasa el cargo de su cuota anual a la Asociación de Empresarios Instaladores de Telecomunicaciones, a la que seguro pertenece, por lo factible de cualquier subvención a cuyo logro siempre está atento.

05 enero 2009

EL BUNER DE ORDINO

El recorrido de nuestro viaje a Andorra, en cuyo destino íbamos a despedir el año un grupo de buenos amigos, no pudo ser más halagador. Frente a los agobiantes ecos, frutos de la recomendada prudencia ante la inestabilidad atmosférica anunciada por los telediarios de forma tan machacona como alarmante, la puntual y más certera información acerca de los lugares de nuestro recorrido ofrecido por Internet, hacía, sin embargo, presagiar un viaje tranquilo y seguro: pronóstico que por cierto así se cumplió, llegando felizmente al lugar elegido: el bello paraje pirenaico lleno de encantos y leyendas entre las que prevalece la del “buner de Ordino”: un personaje afable y desprendido, bajo cuya batuta tantas veces hemos gozado; al tiempo en el que la leyenda se mezcla con la realidad.

Gozar de Ordino subiendo por su caminos cercanos a sus laderas cubiertas de nieve, cuando sobre su blanco manto se otean las huellas de algún lobo perdido en su errante caminar, es una ejercicio sano que el cuerpo sabe apreciar. Ordino es valle de músicos –dicen sus gentes- de labios gastados soplando su buna: una especie de gaita cuyo sonido se apodera del valle enrocado a su leyenda. Como alguna que otra historia cuya constancia queda patente junto a su Iglesia Parroquial de los Santos Cornelio y Cipriano del siglo XV, con su argolla ancestral al lado, en la que los reos con ella al cuello penaban sus culpas hasta hace cincuenta años.

Nuestro primer lugar de encuentro fue ante un hermoso mirador en un punto alto de la zona de Valls: el del restaurante Les Espalmes en el Coll de Lilla, donde los típicos caçolts, el buen jamón, la “cigronada” sabrosa, la rica carne y el barral de buen vino, iban a significar el principio de unos días de auténtico deleite, de paz ilusionada y disfrute de sus blancas cimas; de cuya nívea presencia arriba en las montañas confiábamos. Fue el momento de la calçotada: esa cebolla tierna, blanca y dulce hecha a la brasa, y presentada en un lecho generoso sobre una teja de barro en el tálamo de la mesa, de cuya degustación, mis dedos, quedaron tiznados de un negro carbón con perfume de carrasca. Disfruté de ello gracias a la gentileza de un camarero que me enseñó cómo coger sus flecos y cómo tirar suave hacia abajo, hasta el aparecer de un colgajo blanco y meloso que tras restregarlo por la salsa “romescu” se convierte en un bocado de grato sabor huertano.

Llegamos a Ordino en noche cerrada, con una temperatura muy gélida, nada que ver con el cálido deseo de reunirnos en la recepción del hotel, donde tras los vítores entusiastas por la feliz llegada y toma de posesión de nuestras respectivas habitaciones, bajamos al comedor a la busca de la cena fraternal, santo y seña de los próximos días en el Pirineo andorrano, lugar elegido para recibir un nuevo año y despedir al que sus días eran ya escasos.

El Hotel Babot es un refugio de alta montaña donde confluyen la sencilla estancia con la belleza de su paisaje; con sus austeras instalaciones al frente de una pareja agradable y servicial, quienes ofrecen unos servicios donde el confort tiene el sello del abrigo familiar. Y junto a la envoltura de su magia: el abrigo de una leyenda surgida próxima a los riscos de sus montañas, camino a Canillo.

El hotel Babot de Ordino, muestra a sus pies la Parroquia de su nombre, la que al despertar presenciamos como una blanca alfombra creada por una fuerte nevada caída al amanecer de aquel primer día, en el que los coches aparcados en su puerta aparecieron cubiertos de gruesa capa de nieve. Al percibirlo, quedamos contentos por el encanto que su estampa nos ofrecía, al tiempo que caían sus últimos y ya débiles copos en un balanceo frágil, agradable, a la par que encantador. Sobre el suelo escarchado, los surcos de los más madrugadores nos anunciaban que se habían ido hacia las pistas de esquí. Fue el instante que con nuestras máquinas digitales captamos los alrededores del hotel Babot, donde se concentraba el hechizo de sus montañas en su ruta a Canillo.

El momento en el que los copos caen sobre nuestros rostros, es el de la sensación agradable en su inicio, juguetón de seguido, y peligroso cuando el hielo hace acto presencia en el firme del suelo propenso siempre al resbalón. Lo que no es óbice, sin embargo, para que el frio sea el motivo principal de unos días de descanso, guarnecidos por el respeto a los gustos ajenos, como la mejor hoja de ruta aceptada por todos.

El Coll de Ordino pues, es algo más que una ruta que une a dos de los muchos valles andorranos. Comunicados a través de un camino lleno de cerradas curvas con el horizonte de sus cumbres que ribetean un cielo abierto a veces, acerado otras y negruzco en los atardeceres de nuestros primeros días, es un camino infranqueable en los días de crudo invierno e intensas nevadas, en los que una capa de plomo cubre su bóveda e impide el paso cenital. No obstante, lo que se vislumbra en su derredor, es tan mágico como bello.

Nada es de extrañar que fuera antaño hábitat de lobos y que merodeando el entorno acecharan las vidas de quienes allí vivían. El recuerdo de la leyenda está latente en un valle de impronta musical. Fue en el momento de una gélida tarde invernal cuando ascendiendo por el camino un gaitero andorrano afincado en Ordino hacia Canillo, se aupó raudo al tronco de un roble ante la amenaza de un lobo sobre un roca lanzando aullidos y dispuesto al acecho. Al ver la fiera al confiado caminante, fue a por él, con la fuerza de sus garras incrustadas en la nieve. Lleno de espanto y una vez en una de sus ramas sentado, entonó tranquilo su gaita como señal de auxilio. Fue entonces cuando otros lobos acudieron para compartir la presa subida al roble viejo. Mas como la paciencia es la mejor de las ciencias, como sabe la gente que habita este valle, el gaitero, siguió entonando su gaita, y tras un movimiento brusco y de forma inconsciente estrujó con su axila la tripa de la buna. Al instante, surgió un sonido agudo, estridente, que asustó a las fieras, acostumbradas como estaban a los suaves toques de los pastores a quienes acudían en busca de algunos de sus corderos que tranquilamente pastaban en el valle. Asustados, huyeron los lobos, y el buner bajó del roble, y poco después llegó a Canillo sano y salvo, con cosas que contar.

Conocido pues, lo sucedido, la importancia de aquel sonido incisivo creció por todo el valle y el nuevo toque musical se convirtió en la mejor arma como defensa ante los lobeznos por toda la comarca. Ahí quedó la leyenda oculta entre los montes, de cuyo peligro, fruto de la amenaza hambrienta de los lobos, nunca más se supo. Pese a ello, la leyenda prevalece, y aunque nadie cree en su amenaza, el recuerdo se mantiene en la tranquilidad de sus calles, orgullosas las gentes de su afición a tan peculiar instrumento musical.

El día frio y de refugio cálido, invitaba a la cháchara y cuenta historias dentro del hotel, todos en un grato compendio de envolvente simpatía en el que cada uno a lo suyo logramos el mejor estar. Lo que no impidió a que los más atrevidos afrontáramos un paseo sobre la nieve carretera abajo, atentos al hechizo de la leyenda, para que luego, a la inversa, camino arriba, estuviéramos vigilantes sobre la nieve a las huellas de algún chacal perdido.

Llegada la tarde y tras una pequeña siesta, las continuas partidas del juego del mus en el que el maestro Antonio no tiene rival al calor de la chimenea, dan contrapunto a las del parchís, que si no dan pie al órdago, no por ello son menos amenas y llenas de expectación; mientras que el mullido sillón da la oportunidad de lectura a los amantes de un libro en las manos: fuentes de mágicas historias, de intrigas, de amores o de leyendas lugareñas semejantes a las de Ordino.

Fue al día siguiente cuando el valle de Ordino amaneció entre algodones en su cuna de plata, al abrigo de sus ocultas cimas bajo un cielo tapado y de neblina estirada que tan sólo permitía gozar de la Iglesia, tal postal navideña, a cuyo derredor las casas esculpían una estampa invernal de laderas nevadas y negruzcos flecos, en los que a través de sus serpenteantes senderos el día iba tomando su pulso: un ligero trasiego de coches era la señal inequívoca de que no era un lienzo invernal lo que se mostraba ante nuestros ojos, salido de la paleta de un pintor enamorado de tan blanco paisaje.

El día muy frio no fue obstáculo para salir del hotel y tomar un primer contacto con las zonas más comerciales del Principado en las que destacaba un flujo de gente menos intenso que otros años, como muestra inequívoca del necesario ajuste a los presupuestos familiares cuyas cuantías languidecen, al igual que se derrite la nieve sobre el tejadillo de pizarras laminadas: el bello adorno de un ventanal situado en la primera planta del hotel Babot. Helado paisaje, que a bote pronto, podría surgir en cualquier instante, sin que ello suponga nuevos bríos a la débil economía de cuyos guiños no podemos evadirnos.

La tarde de siesta y descanso, de relajo y grata conversación, cubrió el tiempo al calor de un leño ardiente que se consumía en el amplio salón donde las manualidades domésticas de cada cual, salían a flote traspasando las fronteras de su entorno familiar, entre risas y chirigotas.

Antes de la cena, nuevos amigos llegados al hotel iban completando el grupo a la cita anual de final de año, complacidos de vernos nuevamente aunque para algunos después de pasado todo un año a punto de fenecer.

La luces de Ordino a pie del Hotel Babot se disponían a una nueva noche, cuando al asomarme a la terraza para detectar el bajo cero grados del termómetro, el helor de la noche me helaba el rostro sin permitirme siquiera un minuto para observar Ordino a pie de sus rutas empinadas, sinuosas y llenas de encanto. Las luces hogareñas mostraban sus perfiles y una noche oscura y cerrada invitaba al descanso.

Aún no había amanecido y me asomé al balcón: un lecho incandescente, como de brasas mortecinas, resaltaba en su envoltura de espuma densa sobre el fondo del valle, donde un tenue alumbrado fijaba la presencia de Ordino en su levantar al día, sin que aún no hubiera hecho acto de presencia el mágico hechizo de cuya existencia no podía sustraerme.

El buner era quien tocaba la buna según me cuentan desde hace ya bastantes años: una especie de gaita andorrana de presencia anual finalizando el año. Y la leyenda, se adueñaba del valle de Ordino haciéndose oír con su música vigorosa, marcando él el ritmo de todos ceñidos a su compás, en su entorno amigo y familiar.

Llegó la noche final del año y un racimo de uvas ausente estaba presente en todos, mientras que la seguridad de que cachito a cachito el “buner de Ordino” hará pronto acto de presencia y su batuta nos indicará el camino de Ordino a Canillo ajeno a la leyenda. Con su habitual fortaleza de siempre.

Es día de Año Nuevo y atardece. Un suave azul aparece por vez primera desde nuestra llegada. Se estira, abre su camino y crea figuras fantasmagóricas de negruzcas siluetas sobre las blancas cumbres que circundan al valle. Mientras tanto, va modificando sus tonos rojizos que las tornean, ora dorados, ora de brillante marrón, ora de gris acerado, ora de intensa negrura. Por momentos los tonos negruzcos se apoderan de ellas y un gris carbonizado se posa sobre las montañas adquiriendo un aspecto lúgubre de laderas manchadas de blancos ante el crepúsculo del atardecer, al que el cielo, en su claroscuro aspecto, crea una estampa navideña pincelada a carboncillo, pero con tintes de noche fantasmal. Las luces de Ordina semejan la peana sobre la que descansa el valle y las montañas que rodean al Hotel Babot se convierte en una mole negra y maciza a la espera de la noche, en la que algún lobo perdido dejará su huella sobre la nieve camino a alguna parte.

Llegan los últimos días de nuestra estancia en Andorra y con ellos un cielo límpido que acompaña los momentos de las últimas compras. Andorra la Vella junto a Les Escaldes ven cómo se inundan sus calles de ávidos compradores, mientras que un paseo por su centro histórico, de calles tranquilas, nos evade de la fiebre compradora, mientras que el “buner de Ordino”, arriba de su árbol del Hotel Babot queda satisfecho de que su manada, si bien disgregada por la calles andorranas, está unida en la confianza de que la batuta del “buner de Ordino”, aunque dormida por el necesario descanso, resurgirá briosa marcando su ritmo de siempre por muy empinada que sean las cuestas de los valles andorranos.

Es el día de nuestro regreso, y de nuevo en Les Espelmes con buena mesa y mantel, junto al barral y la colçatada, sella el final de unos días entrañables en un nuevo año, a cuyo final, la cita en torno al “buner de Ordino” es una fecha anunciada.

04 enero 2009

UNA VISITA OBLIGADA

Me adentro bajo ellas, pero antes de cruzar su umbral, observo las piedras en las que permanecen las huellas de sus desgarros: las producidas por el invasor deseoso de romper sus muros. Es una mañana fresca, de límpido cielo y fuerte viento, el que empuja la hojarasca de un olivo próximo y la arremolina en un rincón. En él, un banco de piedra invita en las horas plácidas a la contemplación de las altas torres, bajo un arco de medio punto en el que sus dovelas dentelladas por los impactos alevosos, son muestras de la osadía del invasor en la que fue una de las puertas de entrada a la ciudad.

Observo la placa conmemorativa de la efeméride, como la que muestra su nombre del portal, y junto a ellas, unas inscripciones de rojo sobre la piedra, me hacen pensar el qué anuncian, o quién las hizo. Pienso en quién dejó en la fachada los signos de su presencia, esculpidos cara a un futuro en el que de seguro alguien querría saber de él.

Cruzo la puerta de las Torres de Quart y enfilo recto la calle de su nombre -dejando Santa Úrsula, el antiguo convento agustino en recoleta plaza- por la que salían los que iban hacia los campos de Quart, o la lejana Castilla.

Camino bajo balcones de hierros fundidos recién restaurados, como sus casas a las que adornan. Dejo a mi izquierda el “atzucat” de Cañete, con la casa natalicia al fondo del Beato Gaspar Bono, lugar de singular fiesta agosteña escondida dentro de la ciudad. Y a mi derecha, oteo y me adentro por una apertura entre dos edificios sustentados uno al otro por unas vigas de vieja madera a un amplio solar: una de las partes del derruido Convento de la Puridad del que permanece un olivo de dieciséis metros de altura y tres grandes palmeras, junto a otros árboles y frondosos arbustos de escasa entidad: convento del siglo XIII, seiscientos años después víctima de una desamortización.

Vuelvo a la calle y sigo caminando bajo más balcones y ventanales de edificios decimonónicos –menos alguna que otra desafortunada edificación de nueva planta- que uniforman la calle, y en la que en algunas de sus casas murieron poetas de la “renaixença valenciana”. Llego al tramo en el que destaca el estilo renacentista, ya próximo a mi llegada a la plaza del Tros Alt.
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Lugar donde no suben las aguas, plaza de cruces, abierta al claro cielo, desde la que baja la calle del Moro Zeit. Sitio donde residía el rey musulmán, con la calle de su Conquista que allí mismo arranca, y la del Rey Don Jaime que las circunda, en recuerdo de quien se apoderó de la ciudad y creó un nuevo Reino.

Desde donde no alcanzan las aguas, bajo por la de la Bolsería: la calle donde llueven pétalos cuando en andas pasa la “cheperudeta” al júbilo de los valencianos: la Virgen patrona a la que acuden los desamparados. Calle de casas estrechas y plena de fervor popular, de balcones de damascos tendidos que compiten en adornos, también cuando pasa la Eucaristía el jueves del Corpus: uno de los jueves que más brilla el Sol en todo el año, aunque se celebre su festividad en el séptimo día desde hace unos años.

Calle de tiendas de ropas de trabajo, de aderezos y peinetas, de bisutería, de baberos y delantales, y de tascas pequeñas: calle de tránsito del Barrio del Carmen a la Plaza del Mercado, con su vieja Hospedería del Pilar de siempre. Antiguo Valle del Mercado, en cuyo recuerdo de la Valencia fluvial llevaba éste nombre era punto neurálgico de la Valencia medieval, y que al igual que hoy, acudían a la compra diaria multitud de vecinos de barrios próximos como de otros más alejados.

Ha pasado la Navidad, y con ella, un año en crisis; pero sólo el año, el que agota sus últimos días. Pese a ello, crece la ilusión de uno nuevo que sea mejor y la gente se prepara en recibirlo resignada, aunque sin perder la esperanza. Entro al Mercado, aún él engalanado y bulle más que nunca, como el día de Nochebuena de siempre: pleno de un halo especial en el que los adornos festivos completan el más bello salón comercial de nuestra ciudad.

Subo por su amplia y alta escalinata de piedra y cantos desmochados bajo un frontis de cerámicas y acristalado rosetón, en el que se alberga el escudo de la ciudad encima de tres hornacinas que descansan sobre cuatro columnas jónicas. Paso a su interior de mil y un puesto, donde los colores se arraciman al igual que las frutas: mimosamente escalonadas; donde los aromas me embriagan y disfrutan mi ojos escudriñando sus dos bóvedas (ambas de hierros, de cristales y de cerámicas) y sus nervaturas metálicas que lo sustentan a la par que lo embellecen: un esqueleto al aire al que ascienden los perfumes de los frutos del campo y las hortalizas de la huerta, aromatizando más aún el ambiente por sus salmueras, por las especias de ultramar, o por las autóctonas. Destacan por todas partes los dorados racimos cual cortinas inaugurales a un año nuevo: las uvas que lo abre.

Con sus puestos de carne, cuyos cuerpos de cordero se muestran colgados sobre los bancos cubiertos de pavos, capones y carnes rojas aún no agotados. Palcos que contornean al mercado sabiamente distribuidos, dando esplendor y gracia al tráfago intenso de sus calles estrechas, en las que el turista lanza intermitente sus fotos, tanto a sus puestos multicolores, como a los mosaicos altos entre cristaleras por donde entra la luz cenital que ilumina al gran Mercado Central de Valencia. Paso a su zona de pescado sobre los bancos de piedra en la que se percibe el salitre del mar, y se escuchan las voces de las pescadoras cuando me ofrecen su mejor producto diciéndome bonico, o cualquier otro sencillo piropo.

Salgo del mercado por la pescadería bajando tres escalones, y me encuentro con las obras del Metro, lo que no me impide disfrutar observando la O de los Santos Juanes: el gran rosetón cegado que a su pie de la plaza de Brujas, el recuerdo del busto de Luis Vives permanece imborrable, pese a que el monumento en su memoria esté ahora ausente.
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Contorneo al Mercado y voy al encuentro de la “Cotorra del Mercat”, la que destaca sobre su cúpula central. Y luego saludo al Pardal de San Joan: la veleta arriba del retablo barroco de los Santos Juanes frente a la puerta principal de la Lonja de la Seda: el gran monumento del gótico civil valenciano en un conjunto todo apiñado, como lo es, el de los innumerables productos que se ofrecen a diario dentro del mercado a quienes lo visitan, los que se abren camino, bolsa a mano, recorriendo sus calles internas donde todo lo que se necesita allí se ofrece.
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Son días de fiestas, de la Navidad pasada, del Año Nuevo que se alumbra, de la mesa familiar adornada.