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19 septiembre 2020

¡ BASTA YA !

¡BASTA YA!

Fallecido Franco, la anexión de España a la Comunidad Europea, en todo orden, era de necesidad; y no sólo en lo comercial como hasta entonces.

Las Cortes Españolas, los sucesivos gobiernos y el Jefe del Estado faenaron para ello. El éxito fue innegable, refrendándose una transición política cuya aceptación corría favorablemente en el boca a boca del pueblo español. Incluso allende los Pirineos y Ultramar.

Nadie dudaba de las atrocidades de uno y otro bando durante la guerra civil,  de las que decididamente se pasó página y hacia el olvido.

Particularmente, pienso y creo que bien, que lo más noble de la contienda -siempre existe la nobleza ante cualquier suceso- estuvo en las trincheras, mientras que las páginas negras se escribían en las poblaciones. Se moría en el frente en defensa del puesto, mientras se asesinaba en las ciudades.

Tras una Constitución de consenso nació la España de la reconciliación que disfrutamos y tuvimos durante casi treinta años. 

Hasta que un infame Zapatero ordenó reescribir la historia. Y no sólo ante el dato objetivo, que también, sino con la vuelta a la escena de viejos bandos: el de los buenos y el de los malos. Donde los "malos" de antaño eran los "buenos" de ahora y los "buenos" de entonces se convertían en los "malos" de nuestros días.

Pasados casi cincuenta años con la aparición del Coletas: la tabla de salvación de Pedro Sánchez, surge entre ellos un matrimonio de pura convivencia avivado desde la voracidad de lo más rancio de nuestra piel de toro, en agravio, con el mayor de los descaros, del pueblo español, que en su indefensión se encuentra ante un escenario dañino para la convivencia española, al que gozosamente aplauden los más sectarios de la sociedad obligados por el telediario.

Y por todo ello digo: ¡Basta Ya!

20 abril 2020

MI OJO TURCO


De mi viaje a Estambul y visita al Kapali Carsi, uno de los mercados más célebres del mundo -que en su recorrido resulta ser algo así como un tornillo sin fin, un laberinto de sensaciones inimaginables- popularmente conocido como el Gran Bazar, me traje, entre otros recuerdos, un talismán u ojo de la suerte que guardo en mi casa. Me traje dos. Uno, el que les muestro, lo tengo colgado en la pared que observo con frecuencia, dicho sea: sin hacerle caso, a lo que, sin embargo, me veo obligado cuando estoy ante el teclado de mi ordenador. El otro, en un estante de obra situado en el recibidor de mi casa dirigido hacia la puerta, a la que vigila. Con ésta intención lo puse en su día.

Hace catorce años de aquel viaje. Desde entonces me acompañan ambos “ojos turcos” sin que en todo este ya largo tiempo les hubiese hecho caso.

Hoy he bajado a por el pan. A pocos pasos de  mi casa, horno cercano, como suelen estar todas las panaderías. Lo primero, echar la basura al contenedor. Y tras levantar una mirada a los balcones aún cerrados y por mi calle, ausente de gente, inicié el trayecto.

Media docena de personas esperaban su turno, así que en muy poco tiempo he logrado mi ración para al menos dos días, al tiempo que me veía seguro con mi mascarilla y guantes como protección recomendada que se completaba con el distanciamiento exigido. 

Curioso, avanzas por la calle y cuando ves algún vecino que se acerca, inicias un distanciamiento automático que, por lo que nos dicen, evita la posibilidad de contagio. 

Este acto de huida personal resulta más complicado en el interior del supermercado donde al desplazarte por los pasillos para tu provisión alimenticia, otras personas hacen lo mismo, lo que ocasiona incluso algún mutuo rozamiento que te hace divagar sobre la peligrosidad de ese “territorio comanche” que terminas de invadir, por más que las precauciones que te exigen a la entrada, sean como un salvoconducto que hace me sienta más seguro ante la adversidad.

He regresado a casa, donde el sencillo pulverizador a base de agua y su correspondiente ración de lejía dispuesto en lugar estratégico me librará de todo posible mal. 

Y con todo, mis amigos “ojos turcos” que tenía olvidados, pero no en estos días, siguen vigilantes y atentos a mi custodia. Y por lo que me cierne, además del recurso a los consejos televisivos, su presencia hace que se avive en mi la esperanza que cumplan con su misión de evitar la entrada a mi domicilio de esta especie de pesadilla que nos confina en casa cuando vamos próximos a cumplir sus cuarenta días y sus cuarenta noches. Cuestión de fe, siempre tan necesaria. 

En ellos confío. Como Santa Bárbara, cuando truena.