“El problema catalán” se centra fundamentalmente en el cómo le dices a
uno del lugar, de cuarenta años por ejemplo, que Cataluña no es una nación, sin
que el lugareño (sea o no sea charnego) se espere la cita.
Mirándole a los ojos, sin cortapisas, bien a las claras, con la misma
claridad que de forma rotunda, invitándole abrir su mente para enriquecer su
acervo cultural, toda vez que sólo la mentira es lo que viene escuchando de
forma machacona desde su más temprana edad en el interior de las aulas,
mediante estudiados recursos de manipulación, en ocasiones sibilinos, o
intimidatorios al logro de un orgullo herido para convertirlos en víctimas en su marcha a ninguna parte.
Con seguridad le habrán mentado al cuarentón que nos ocupa de las
revueltas catalanas, pero sin fijar la atención, que también las hubo, por
similares motivos en Castilla, cuando
los Comuneros, o en Valencia con los Agermanados; mientras que el grito “dels
Segadors” del día del Corpus era el de ¡Viva el Rey!, mueran los traidores,
exaltados por idénticas razones.
Siglos después, cuando los austracistas se sublevaron contra los
borbones, lo primero que hicieron los catalanes fue proclamar a quien en él
confiaban, el archiduque, como Rey de España con el nombre de Carlos III; pero
esto se calla, es lo que más se oculta en la actualidad a quienes tienen el
derecho de saber la verdad.
En cuanto a revueltas, tan aficionados a ellas los españoles, punto y
aparte se merece la del cantón de Cartagena, la más cantonal de todas, en un
siglo, que, sin embargo, había empezado con el “sitio de Gerona”, de heroica gesta preñada de españolidad, que
por cierto compitió en bravura nacional con el otro “sitio Zaragoza”: el que
inspiró los toques de corneta.
¿Cómo pues decirle a un catalán en el rubicón de su existencia que le
están mintiendo?, que Cataluña nunca ha sido una nación.
Ni en el derecho internacional, independientemente de su devenir
histórico, ni en el Constitucional español, tienen su fundamento un problema
que se ha elaborado, mejor sería decir adoctrinado,
a un fuego lento sahumado de artimañas maliciosas, aliñado con el viento a
favor de la infeliz adolescencia, cual presa fácil para el inquisidor de oficio
que se adueña de su inocente voluntad.
Tenemos pues un problema sin fundamento alguno, con la metástasis de un
funcionariado que un día juró o prometió lealtad a nuestra Carta Magna: desde
el primer bedel al Molt Honorable, quien ha dejado de serlo.
Lealtad, y a su semejanza viene al caso recordar, que también los
catalanes prometieron lealtad d las Cortes cuando Felipe V llegó a España como
heredero testamentario de Carlos II.
Último rey de la Casa de los Austrias en España, a quien los catalanes
habían considerado como el mejor de los monarcas.
Cosas que no se dicen, que se ocultan: la urdimbre del problema.