Si das una vueltecita por mi Blog, espero sea de tu agrado.

09 diciembre 2006

UN ESPEJO EN MI ALCOBA


Descubrir el significado de la palabra hipocondría me pareció algo excitante. Es una de esas palabras que al ser halladas te produce una extraña atracción quedando anudadas a tus tripas. Es como una fuerza extraña que te engancha y crea en ti el efecto de una adición. Esto es lo que me sucedió y quizá por ello la encontré sabia y cultivada. Nada que ver con alfábega o albahaca u otras muy venerables, tantas veces glosadas como ultrajadas.

Sabía de aquella palabra por mi propia experiencia nada baladí que me obligaba a buscar y almacenar en mi alacena medicamentos dispares. Unos para el sistema nervioso, otros para el digestivo, otros para el sistema respiratorio, algunos depurativos de la sangre, otros reguladores de la tensión arterial y unos pocos para las migrañas.

Pero todo esto me suponía una ocupación agobiante, demasiadas cosas en las que fijar mi atención. Lo mejor era encontrar un elemento que diera solución a todos mis conflictos. Me faltaba pues el aglutinante, la respuesta rápida, sola e inequívoca y quizá con la impronta de la fe.

Es cuando fui en su busca convencido de su necesidad. Si por separado cada uno de ellos podía ser conveniente para mi fortaleza interior, la suma de todos podía ser una solución. Si en ésta se resumía todo, las demás propuestas que llegaban a mis oídos ya no me importaban, eran innecesarias. Y di con ella.

Sentado en el suelo con una vieja jofaina entre mis piernas, mi almirez y una pequeña daga, convertía todos los medicamentos en polvo que amasado con mis dedos lo guardaba dentro de una pequeña cajita de madera con incrustaciones de marfil, semejante a un libro, colocada encima de una peana en forma de media luna. Todas las mañanas cuando la aldaba de mi alma anunciaba el nuevo día, acudía a mi cajita, engullía la droga salvadora y me sentía fortalecido.

Seguía mi ritual arrodillado en la alcoba, frente a un cóncavo espejo de plata que recibía mi mirada y a través de la ventana refractaba hacia un punto fijo, muy distante, como necesario ejercicio de relajación. El contenido de la cajita y aquel punto lejano eran mi única referencia, la ruta de mi almanaque, mi alfil salvador. Mi dosis diaria era de cinco tomas y siempre con la mirada fija en el espejo de mi alcoba. En mi relajo, tenía ensoñaciones semejantes a un cántico que debía llegar a mi interior desde un sitio alto pero cercano.

Un amanecer, las sabanas mojadas y mi frente ardiente me despertaron de una pesadilla en medio de una fiebre que me asustó. La fiebre hizo que sonaran mis alarmas pues algo desconocido me ocurría, jamás había tenido semejante sensación. Tenía sed, bebí agua. Desesperado, acudí a la ventana. Apoyado en el alféizar busqué mi punto lejano, redentor, mi ayuda necesaria. Su ausencia me llenó de congoja, no daba con él.


Volví a la alcoba arrodillándome hacía mi espejo y guía. Escudriñé con la mirada al igual que todos los días, pero resultó en vano. Me sentía inseguro, turbado, y seguía buscando por todo el espejo la salida que no encontraba, por arriba, por abajo, por la derecha, por la izquierda, por todos los puntos y lados.

En mi delirio lancé retos al espejo, lo veía (mejor no veía nada) como un enemigo que buscaba mi destrucción. Mi cabeza iba de un lado a otro buscando la luz, por allí, por aquí, como perro en presa. De repente, mi espejo cóncavo de plata empezó a mover sus bordes, como intentando hablar. Y con sonrisa indulgente me contestó: ¡Confía en mí! ¿Por alli? ¡Por Alá!

Diciembre 2006-12-09

(“Un espejo en mi alcoba”” es un que ha participado en el 12º Proyecto Anthology. Tema: El Islam)

No hay comentarios: