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23 octubre 2007

EL TÁLAMO


Me miró, me sonrió, dio media vueltecita y se fue con el balanceo propio a su esbelta figura, motivo de una turbación desconocida en aquellos años de mis juegos juveniles, como podían ser los de jugar tras un aro junto a la vía del tren, ignorante a su peligro, o como a cualquier otro que pudiera surgir al correr por una pendiente conduciéndolo con mi mano con la intención de que se mantuviera en pie.

Lo que en ocasiones me producían, tras torpes caídas, pequeños regueros de sangre que (como diplomas con nombre) acreditaban lleno de orgullo mi incipiente virilidad, sentimiento que también ignoraba. Así pues, era cuestión de abandonar el aro y de pensar sólo en ella, mi vecinita de barrio, la que desde aquel día iba a convertirse en una nueva obsesión, dueña de mi cuerpo ya sin ningún tipo de control, en un placer que de forma alocada no podría abandonar, dedicándome a su recuerdo con un gran desenfreno.

Y todo aquello era como un concierto en torno a un río del que disfrutaba con sus crecidas, nunca sentidas en aquel mi pequeño mundo, como antes decía. Como cuando llegó el momento del aluvión, que por vez primera lo desbordó y lo anegó, azorando mi espíritu hacia una situación extraña hasta entonces. La corriente, débil en principio, sólo sabía discurrir por su propio lecho con impulsos cada vez más excitantes, a merced de sus torrenteras que, enloquecidas, se perdían por las pendientes, desfogadas, buscando un meandro donde apaciguarse, un lugar donde descansar. Pero jamás encontraron las aguas lugar donde estancarse, tal era su desorden, al borde de una locura insaciable.

Y ya para siempre, en su inocencia salvaje, enfurecida y sin control alguno, aquella vorágine se desnortó, repitiendo en el tiempo el mismo rumbo cuya brisa envolvente me resistía abandonar. Y no para apagar el fuego de la desesperación, sino para acrecentarlo, deseoso, sin embargo, de un pequeño remanso en el que deleitarme, cual tálamo ardiente, útil para satisfacer el ardor más salvaje, encendido por el efecto de una mirada concuspicente.

Con los años dejó de ser río abierto, y sobre el cauce se construyó un parque (como un lugar de descanso para el poblado) defensa de las aguas voluptuosas enterradas bajo su fondo más tenebroso. La cuestión era liberar al poblado de sus peligros, dejándolo tranquilo (pretensión en la que se confiaba por una simple cuestión de edad, caprichos de la naturaleza, tal vez) Pero no el del aluvión, siempre latente, que un buen día, quizá el mejor de todos, hizo estallar la tierra abriéndose como una granada. Y de ella, emergió un deseo reprimido en busca de un lecho al nunca pudo renunciar, envuelto en la locura de sus sábanas húmedas, propio de un apetito insaciable, enfebrecido y turbador.


(“El tálamo” es un relato que ha participado en el 23º Proyecto Anthology. Tema: Locura)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un relato lleno de sensibilidad y buen gusto.....
Como siempre, es un placer visitar tu blog.
Un beso

MISMA MUJeR dijo...

Ahhh
¡Te lo dije!
Debía darme mi tiempo para leerte. Me ha encantado...esa metáfora constante me gustó, es lindo, ver desde otro punto de vista algo que comunmente es tan vulgar, y tú lo has hecho ver lindo y dulce.

Muy buen relato mi querido Julio.

Un beso


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