Para aquella mañana lluviosa y desangelada la mejor opción era ir al encuentro de semblanzas conocidas, cuyo recuerdo podrían serme útiles no solo para cubrir unas pocas horas, sino para rememorar páginas viles o gloriosas de un pasado más o menos interesante. Allí estaba un tal Lord Smith, al que trataba de identificarle, dieciochesco, traje rojo ceñido, gola de tul y encaje, puñetas blancas y barrocas, pura fantasía; mirada fría nada penetrante. Todo un primor.
Poco o nada sabía de él y menos de su infancia, y en mi intento de imaginármela, deduje que bien pudiera haber sido como la de cualquier jovenzuelo de los de ahora locuaz y bullanguero, hasta algo gamberro, que como cualquier otro mortal tiene rasgos de los que siendo inconsciente son indicativos de su personalidad.
Pero a él, al Lord Smith, vacío e impasible, no le sucede como a Juanito con quien lo comparo, nuestro vulgar zagal de barrio que disfruta vivaracho, y que cuando recibe un premio, cualquiera que éste sea, ensancha las mejillas, arquea la boca y una ligera babita brota y se pierde por sus labios.
Juanito, que nunca creyó en el infortunio, cuando va por la acera y se le cruza un gato negro, se queda quieto, mira hacia otra parte y cuando el animal se confía le da un puntapié y lo encesta en un contenedor. Él no es convencional. No, Juanito no es de esos tontos del haba que cuando ven una rubia joven de carnes prietas, aguerridas y con minifalda justo allí donde separa lo bello de lo perverso, se pone chulito untado de colonia cara, eleva sus tacones y le dice a la ninfa bonita que él es aficionado a los cruceros o que juega al golf todos los días del año. Él es algo más normal. Sin embargo, saca entonces el cleenex, se lo pasa por sus labios y queda contento, complacido con su guiño habitual y la miel en su boca.
Juanito tiene mucha personalidad, todo el barrio lo sabe y cuando alguien le grita, a nadie escucha. Juanito, sordo de nacimiento, aprendió a hablar con un libro de autoayuda, y con él, gesticulando, supo cómo educar sus cuerdas vocales, cómo colocar los labios y cómo poner música a lo que le dictaba su corazón. Fue entonces cuando se dio cuenta de que acababa de hacerse a sí mismo. Sacó otra vez el cleenex, se lo pasó por los labios, y orgulloso de su proeza se rascó su barriga en otra de sus flaquezas.
Juanito que siempre soñó con ser libre, otro día, uno de esos tan cruciales en su vida, se compró una moto. Se fue confiado a una autopista en que no habría fronteras donde detenerse, pero sin darse cuenta que una vez vaciado el depósito volvería a la esclavitud necesitado como estaba de los demás. En esta ocasión, serio y taciturno, no echó en falta al socorrido pañito, mosqueado como estaba por un infortunio en el que sí creyó, al menos desde entonces.
Fue cuando preso de un descontento inesperado entendió la importancia de erradicar de su cuerpo cualquier gesto anunciador de una frustración innecesaria.
A partir de ese momento no solo renunció al cleenex, sino que evitó cerrar los ojos ante cualquier espasmo nervioso o algo que le intimidara. Impidió que su dedo índice fuera directo a su tímpano cuando estaba inmerso en un libro en sus momentos de leer renunciado a un placer levemente perceptible. Apalancó su hombro propenso al impulso nervioso dispuesto a convertirlo en un escuálido guiñol en cualquier instante de su vida sin saber el porqué; y, entre otros de sus hábitos, detuvo su dedo meñique ávido de alcanzar la gruta de su órgano olfativo en sus ratos de aburrimiento, placer de dioses pero ajeno al mejor de los decoros.
Y fue entonces cuando Juanito, muñeco almidonado, dejó de interesarme, al haber renunciado a esas sencillas cosas que nos dan pequeños instantes de felicidad.
Como Lord Smith, ausente de guiños, quien con su rostro frio pero brillante, de mirada viva pero perenne y ojos como de cristal, con sus manos tan abiertas como quietas y de uñas limpias, perfumado con la miel de romero, más parecía un libro abierto de hojas blancas y palabras inexistentes, prototipo urbano de un muñeco insulso, aburrido, moldeado merced a las manos de un artista genial y sólo a merced de los destellos de los focos hacía él dirigidos en un día cualquiera, inclusive los de domingo.
(“Mañana de domingo” es un relato que ha participado en el 29º Proyecto Anthology. Tema: TICS)
Poco o nada sabía de él y menos de su infancia, y en mi intento de imaginármela, deduje que bien pudiera haber sido como la de cualquier jovenzuelo de los de ahora locuaz y bullanguero, hasta algo gamberro, que como cualquier otro mortal tiene rasgos de los que siendo inconsciente son indicativos de su personalidad.
Pero a él, al Lord Smith, vacío e impasible, no le sucede como a Juanito con quien lo comparo, nuestro vulgar zagal de barrio que disfruta vivaracho, y que cuando recibe un premio, cualquiera que éste sea, ensancha las mejillas, arquea la boca y una ligera babita brota y se pierde por sus labios.
Juanito, que nunca creyó en el infortunio, cuando va por la acera y se le cruza un gato negro, se queda quieto, mira hacia otra parte y cuando el animal se confía le da un puntapié y lo encesta en un contenedor. Él no es convencional. No, Juanito no es de esos tontos del haba que cuando ven una rubia joven de carnes prietas, aguerridas y con minifalda justo allí donde separa lo bello de lo perverso, se pone chulito untado de colonia cara, eleva sus tacones y le dice a la ninfa bonita que él es aficionado a los cruceros o que juega al golf todos los días del año. Él es algo más normal. Sin embargo, saca entonces el cleenex, se lo pasa por sus labios y queda contento, complacido con su guiño habitual y la miel en su boca.
Juanito tiene mucha personalidad, todo el barrio lo sabe y cuando alguien le grita, a nadie escucha. Juanito, sordo de nacimiento, aprendió a hablar con un libro de autoayuda, y con él, gesticulando, supo cómo educar sus cuerdas vocales, cómo colocar los labios y cómo poner música a lo que le dictaba su corazón. Fue entonces cuando se dio cuenta de que acababa de hacerse a sí mismo. Sacó otra vez el cleenex, se lo pasó por los labios, y orgulloso de su proeza se rascó su barriga en otra de sus flaquezas.
Juanito que siempre soñó con ser libre, otro día, uno de esos tan cruciales en su vida, se compró una moto. Se fue confiado a una autopista en que no habría fronteras donde detenerse, pero sin darse cuenta que una vez vaciado el depósito volvería a la esclavitud necesitado como estaba de los demás. En esta ocasión, serio y taciturno, no echó en falta al socorrido pañito, mosqueado como estaba por un infortunio en el que sí creyó, al menos desde entonces.
Fue cuando preso de un descontento inesperado entendió la importancia de erradicar de su cuerpo cualquier gesto anunciador de una frustración innecesaria.
A partir de ese momento no solo renunció al cleenex, sino que evitó cerrar los ojos ante cualquier espasmo nervioso o algo que le intimidara. Impidió que su dedo índice fuera directo a su tímpano cuando estaba inmerso en un libro en sus momentos de leer renunciado a un placer levemente perceptible. Apalancó su hombro propenso al impulso nervioso dispuesto a convertirlo en un escuálido guiñol en cualquier instante de su vida sin saber el porqué; y, entre otros de sus hábitos, detuvo su dedo meñique ávido de alcanzar la gruta de su órgano olfativo en sus ratos de aburrimiento, placer de dioses pero ajeno al mejor de los decoros.
Y fue entonces cuando Juanito, muñeco almidonado, dejó de interesarme, al haber renunciado a esas sencillas cosas que nos dan pequeños instantes de felicidad.
Como Lord Smith, ausente de guiños, quien con su rostro frio pero brillante, de mirada viva pero perenne y ojos como de cristal, con sus manos tan abiertas como quietas y de uñas limpias, perfumado con la miel de romero, más parecía un libro abierto de hojas blancas y palabras inexistentes, prototipo urbano de un muñeco insulso, aburrido, moldeado merced a las manos de un artista genial y sólo a merced de los destellos de los focos hacía él dirigidos en un día cualquiera, inclusive los de domingo.
(“Mañana de domingo” es un relato que ha participado en el 29º Proyecto Anthology. Tema: TICS)
2 comentarios:
Pues a mi tambien ha dejado de gustarme el mozo cuando se ha refinado. Me caía bien al princio..pero la fastidio.
Suerte en esa participación.
Buenas noches.
V
Jejejeje
simpático despues de leerlo dos veces, es que necesitaba caer en cuenta... quizás con un poco más de mi atención...
pobre tipo, renunció a lo que lo hacía interesante
en fin
Buen relato
uN beso wapo
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