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19 febrero 2011

ÁNGEL LUNA, ZASCANDIL IMPENITENTE

angel luna zascandil impenitente

Mala cosa es cuando se practica el ejercicio del desprecio. En especial cuando quienes lo ejecutan han sido elegidos por los ciudadanos y lanzan sus soflamas incendiarias precisamente contra quienes acudimos a las urnas para elegirlos.
Cuando sobre el altillo de la vanidad y la prepotencia se menosprecia al ciudadano por su futura decisión en una jornada electoral, que si fuera en su beneficio le otorgaría su estima, el autor del exabrupto sólo es él mismo quien se merece el vilipendio. El de todos, si fuera el caso de encontrarnos ante un electorado que acepta el juego democrático, sea cual fuere su resultado.
Ángel Luna, el diputado autonómico de turbio pasado que sólo la campana le ha salvado de un fallo judicial que ha dejado a las claras la aceptación de recompensas a sus favores y el aprovechamiento profesional tras su paso por la Alcaldía de Alicante, una vez más, por si no fueran pocas las anteriores, ha sufrido la traición de su propio subconsciente.
El daño irreparable que ha ocasionado a su partido, cuya evidencia se constata en sus propias y últimas actuaciones, las del partido, coloca al PSPV en situación de derribo. De liquidación de sus existencias, vamos: tal y como estamos viendo en las listas que se barajan para las próximas elecciones autonómicas, al igual que en la municipales.
Aunque en éste caso la responsabilidad sea de Carmen Alborch que con su actuación semejante a la de Ángel Luna (avaladora de la destrucción del Teatro romano Sagunto en sus horas de gobierno y firme practicante de la insidia ante el falso expolio del Cabanyal) el varapalo que va a sufrir su desnortado sucesor, hará temblar los cimientos de Ferraz.
Dos largos años de su vida política utilizando como único argumento el recurso de la mentira con la estrategia de su malignidad, denunciando situaciones que se producían cuando él mismo era quien gobernaba la alcaldía alicantina, ha sido el corolario de su “trabajo”.
Dos largos años en los que ha contribuido a desprestigiar la labor parlamentaria de su propio partido, convencido que con la cobarde zancadilla, con el enfrentamiento a semejanza de aquellas veladas de lucha libre en las que siempre existía el contrincante sucio y marrullero, hábil en el recurso enredador, próximo a la descalificación y que sólo la campana salía en su auxilio (pocas veces se podrá hallar la mejor caricatura que defina al zascandil impenitente) podrían apartar de su puesto de gobierno a Francisco Camps.
Con su metáfora al lanzar la piedra desde el “sacrosanto” atril parlamentario, su mentira la convirtió en blasfemia. Por su osada actuación la destitución por parte de su propio partido debió ser inmediata. En aquella ocasión el listón de su desvergüenza alcanzó el punto más alto, pero tal es su despecho que no ha tenido ningún recato en superarlo.
Acusar a los ciudadanos de menosprecio - en el supuesto, reconocido incluso dentro del mismo partido, al considerar como éxito recortar las distancias con el Partido Popular- por otorgar la mayoría absoluta a Francisco Camps en las próximas elecciones, nos habla y dibuja de la catadura democrática de un personaje en el fin de su carrera política y al que le tendrán que buscar cobijo.
En esta ocasión, Roma sí pagará a los traidores.

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