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09 marzo 2012

LA QUE FUE MI CALLE

calle de buen retiro
Fue una vuelta atrás en el tiempo. Sesenta años; toda una vida.
Era la primera vez que desde un autobús urbano recorría las calles de mi infancia. Ignoraba su trayecto, tan solo que me trasladaría al centro de la ciudad atravesando las grandes vías que en el último decenio han transformado sus arrabales, y lo que antes era huerta ahora es una zona urbana de grandes edificios diseñados desde la modernidad.
Mas de repente, el bus, dio un giro a la izquierda y avanzó por una calle no olvidada en la que aún existían pequeñas casas de una altura. Planta baja con vivienda y escalera a la de arriba con su repique de aldaba. Mis recuerdos manaban según avanzaba por aquel lugar llenos de nostalgias en el que igualmente existían las vías por las que antaño pasaba el ferrocarril de vía estrecha sustituido por el moderno tranvía cuya ruta compartía el bus donde pegado a la ventana me llegaban cada vez más vivas mis primeras correrías.
Lo presagié. De repente giró a la derecha y me encontré de lleno en “la que fue mi calle” donde mis ojos vieron la luz por vez primera. Mis años de infancia transcurrieron en ella, pero, de la misma sólo queda su nombre. El lado izquierda era todo de huerta y el de la derecha un bordón de casas que si algo tenía en común es que eran viviendas. A su principio, tres o cuatro casas tipo chalet con un pequeño jardín a su entrada a las que continuaban seis de una altura: una de ellas habitada por mis padres en cuya planta baja nací. Continuaba el lado derecho con un trozo de huerta que lindaba a un nuevo edificio de más alturas; cuatro o cinco, no lo recuerdo bien. Luego más huerta y otra vez una par de casas que daban fin a la calle.
En la calzada, que era de bajada, no había asfalto. Sólo tierra dura en las que mis rodillas y brazos sufrieron sus primeros arañazos como fruto de los juegos. Y no era plana, pues junto a las casas, su altura más elevada formaba un desnivel que más plano y ancho era cuando lindaba también a la derecha con un trozo de huerta. Allí, en aquella planicie dábamos patadas al balón de trapos intentando meter el gol entre unas porterías indicadas con piedras.
El bus pasó veloz la ahora pequeña calle, que en aquellos años era como un campo abierto, enorme, sin puertas, por cuyos ribazos nos perdíamos buscando algún frutal.
El margen izquierdo, les decía, era de huerta, pero en bajada; por lo que se iba formando una ladera cada vez más empinada que daba fin en una trasera: la casa de mis abuelos junto a la carretera.
Si aquel paso en el bus duró segundos, mi mente se paró en el tiempo: pero en aquel.
Un sinfín de sensaciones acudieron a mí como no buscadas, en “la que fue mi calle” como si en ellas mismo disfrutara de aquellos años felices en los que con un balón de trapo destrozaba mis zapatos, o cuando desde la parte mas alta del ribazo subía el “cachirulo” que al hacer “fil trencat” me obligaba a correr por la huerta a su encuentro. Muchos, muchos juegos de calles pasaron a velocidad de crucero, al igual que de aquellos primeros amigos que desde entonces apenas he visto, pero que se aparecieron en mi recuerdo.
Fue mi calle.

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