Las rayas blancas tienen el valor añadido de la seguridad que ofrecen. Sobre la calzada se convierten en un preferente lugar de paso al peatón a quien dicho sea de paso no le está de más mirar con el rabillo del ojo a una y a otra parte, porque siempre hay quienes despistados pueden causar mil y un estragos. En la carretera son las rayas blancas todo un referente para la seguridad vial, en especial para las viejas comarcales que van marcando el camino al prudente conductor.
Y qué decir en cualquier terreno de juego que marcan el interior de un recinto en el que uno y otro contrario tratan de superarse supeditados a unas reglas que se libran en su interior.
Son éstas unas rayas blancas que están a la vista a cuyo servicio nos debemos cuando la ocasión lo establece.
Hay otro tipo de línea cuyo significado todos conocemos pero que sin embargo no se ve, tanto en cuanto no está dispuesta para su contemplación, sino para marcar una linde cuya superación convierte al sujeto que osa su paso en un ser despreciable para la sociedad a la que pertenece; en especial cuando lo hacen bajo el paraguas de su anonimato.
Son las líneas rojas.
Sin embargo, no siempre es así.
Hay quienes ocultan su identidad para fines nobles, altruistas, tratando de dar lo mejor de sí mismos en beneficio de los demás con el deseo de pasar desapercibidos en su filantrópica acción, ganando, que no perdiendo, parte de su tiempo. Su mayor interés, que su identidad permanezca oculta.
Sin embargo, no siempre es así.
Los que carecen de argumentos, los aborregados, los sectarios en suma, aquellos que presumen de lo que carecen, los ignaros que se ven incapaces de debatir cualquier tipo de idea, asilvestrados por rancios catecismos y sin base en la que sustentarse, a la sazón víctimas propicias de encomiendas salpimentadas desde la falsedad de la que se han alimentado a falta del más elemental discernimiento, son, quienes por su vacío mental, están dispuestos a cruzar esa línea roja con la única pértiga que disponen: la de su anonimato con la estulticia a su vez del insulto, de la descalificación personal, carentes siempre del debido rigor al que recurrir y con la cobardía de no dar la cara.
Grupo al que pertenecen captado cual masa inerte dócilmente alineada. Y les hablo de los sectarios empedernidos que muestran el mayor de su fascismo con el estilete de la deslealtad.
Lo políticamente correcto se ha convertido en ellos en un ariete que cercena su libertad, dando uso al palabro soez, tabernario, tan en boga en quienes optan por su anonimato, convertidos entonces en seres oscuros, acomplejados, muy próximos a un vacío cultural del que a la postre blasonan.
Eso sí, en ocasiones con el pito en la boca, el vocerío y la pancarta, pero siempre escondidos entre la muchedumbre, dándose a conocer entonces con el exabrupto, atrincherados en su anonimato.
Así son los anónimos. Los anónimos sectarios.
1 comentario:
Y hay gente que se ve obligada a esconderse en el anonimato para no perjudicarse a si mismo... Es la maravillosa democracia que disfrutamos... Saludos...
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