Con la que está cayendo lo más insano que sufre la sociedad
española de esta última década es el dardo envenenado que viene punzando sobre
su piel de toro -tanto en cuanto su resultado es de final y alcance
impredecible- mediante una escenografía urdida a conciencia sobre el actual
tablao del esperpento, avivada por el poder mediático, dando vida a un guión
mutado al salón de nuestras casas en su objetivo de influir en nuestro quehacer
diario, que, visto lo visto, lo consigue pese al hartazgo nacional.
Lo bien cierto es que todos los españoles tuvimos ocasión de
presenciar a través de las televisiones, un 27 de Octubre del 2017, cómo, desde
un suntuoso palacio, vestido con todo lujo de detalles a cargo de los
Presupuestos Generales del Estado, esos que pagamos todos, vimos, les decía,
cómo la mitad de los parlamentarios autonómicos situados en gloriosa
escenificación desde su balaustrada interior y con el President Puigdemont al
frente, batuta en mano, cómo se proclamaba
la República Catalana, cuya teatralizada voz y a través de los altavoces, salía
al exterior de la calle donde esperaban el mensaje sus adoctrinados seguidores.
Sustentado todo en un
imaginario histórico inexistente: el de la Gran Farsa, moteada como #ElProcés
Han pasado los últimos catorce largos meses, el necesario
para que con el beneplácito mediático y con la increíble ayuda del Poder
Judicial que en su dejadez ha posibilitado la tramoya, unidos por el sucedáneo
“del buenismo”, tan en boga, y sahumada con la eficacia de la caja tonta, prensa
y medios digitales, cercanos o no a la gran farsa, donde, todos a una como en Fuenteovejuna, han laborado para que lo que fue un
rotundo y nítido acto golpista, ahora se cuestione, y que aquel manifiesto -que
si churras o que si merinas- navegue día tras día sembrando la duda
para la ciudadanía, en su consideración de bien un presunto delito de rebelión o en
la conveniencia del de sedición, o de ninguno de ambos, que también se escucha
con gran desvergüenza.
Es decir, como si
aquel día no hubiera existido en nuestro almanaque. Como si nada hubiésemos
visto en la tele aquel día, cuya noticia tuvo alcance universal.
¡Catorce largos meses
para esto!
Mientras tanto, los actuales presidentes de la Generalitat,
el Torra, y el Presidente del Parlament, el Torrent, no han dejado ni un sólo
instante para seguir en lo mismo, malversando, en su afán de consolidar el
golpe institucional, sin que hayan actuado ni policías, ni jueces, amén de con
el silencio cómplice de conocidos medios, incapaces de denunciar ante la
opinión pública una legislatura autonómica en la que el constante choriceo de
nuestros impuestos, los míos y los de Vds., era y es la costumbre habitual de
la casa: la del otrora “seny catalán”, tal y como sucedió con sus antecesores: ahora
uno desertor de la justicia en su Waterloo como refugio, y la otra, la
Forcadell, en la cárcel.
Y en todo este contexto, el destarifo y machacón,
inasequible al desaliento, cual desprecio a la inteligencia humana, donde se
insiste desde los medios, a cargo de “tertulianos de oficio” y "políticos de
medio pelo", fariseos en suma, en la necesidad de negociar lo innegociable,
cuando en realidad y “ellos lo saben”,
resulta ser un imposible, toda vez que los independentistas, en esta guisa,
adoptan la forma de un desorejado frontón con el que es imposible consensuar.
Ni siquiera la modalidad en la que jugar a la pelota.