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13 noviembre 2006

PÉRDIDAS Y QUEBRANTOS


Leí una vez que un médico de Avilés había llegado a la conclusión de que el hombre pierde todos los días ochenta pelos de su cabello. El dato concreto e inequívoco no me planteó, en principio, ningún problema pues son tantas las cosas que vamos perdiendo, que al ser yo poco coqueto la pérdida de una parte de mi cuerpo, de algo de mi cabello, lo consideré irrelevante.

Sin embargo, luego de pensar en ello la curiosidad me pudo y quise satisfacer mi incipiente deseo. Si mi cabeza era el punto de partida de aquella huida, mi espacio tangible iba a ser el destino de mis desechos. Para comprobar la veracidad del aserto, mi espacio debía de estar limitado, sin ningún resquicio incontrolable. Como al aire libre me lo impide, esa agencia de viajes que desplaza de forma gratuita hacia las letrinas de la tierra algunos de nuestro detritus, decidí pasar veinticuatro horas en el interior de mi aposento privado, mi clausura particular. Aquel aislamiento hizo que mis cabellos adquirieron un mayor valor. Son tantas las cosas valiosas que podemos devaluar sin darnos cuenta de ello, que no está de más, alguna vez en la vida, ejercer un control riguroso sobre lo que es nuestro.

Lo terrible es cuando siendo consciente de tus cosas, las pierdes sin darte cuenta, bien porque te desentiendes de ellas y alguien se las encuentra o bien porque el destino te las arrebata.

Llegué a mi casa en una mañana lluviosa, fuera de programa, cuando Susana no me esperaba y la encontré con un amigo. Alguien en quien siempre había confiado, pero allí estaban los dos, a lo suyo. Justo en el momento que fui consciente que aquello dejaba de ser mío. De repente, toda una vida juntos y llega su punto y final de una forma increíble. Estábamos hechos el uno para el otro y en un zas todo se perdió, como aquel pelo que deja de ser cabello en décimas de segundo quizá por el desaliño.

Siempre creí que si no aceptas lo que el destino te pone eres un mal jugador, así que acepté el envite, dejé aquella casa, mi mundo hasta entonces y me fui, expulsado de mi interior como los pelos caidos que quieren ignorarte. Fue cuando comprendí que estábamos hechos para ir desprendiéndonos unos de otros porque sólo es posible cuando algo se tiene. Aquello ya tenía cierto sentido, por alguna ley natural estamos llamados a perder parte de nosotros mismos, cabello a cabello.

Cuando perdí a mi mejor amigo, victima de un accidente de tráfico, algo se desgajó de mí. Desde nuestros juegos infantiles el uno nada sabía hacer sin el otro. Fue tal la empatía que se nos fue creando, que dar un paso adelante necesitaba la mutua aprobación, pero no para autorizar cualquier decisión sino porque desde ese momento cada uno de nosotros tomaba la acción como propia. Al despedir a mi amigo que vi desaparecer de mis ojos mientras las manos rudas del sepulturero sellaba la cortina de mármol, me fui al km. 13 de aquella carretera vecinal, punto en el que Segundo perdió su vida en el acto.

Sentado en una piedra observé los restos del accidente: un frenazo en el asfalto producido por mi amigo en su lucha contra el destino, los tallos segados de los arbustos al borde de la carretera y el tronco tronchado, todavía unido por su corteza como un cordón umbilical que separa la vida de la muerte allí donde se produjo. En aquel lugar y en aquel mismo instante fluyeron por mi mente recuerdos imborrables. En breves instantes rememoré toda una vida, no tan cercana por los años ya pasados, pero que las circunstancias me trajeron de golpe. Valorando todo, medité que con el tiempo todo se pierde diluyéndose por cualquier desagüe, de tal manera, que recuperar lo deseado es un imposible.

De vuelta a casa ojeé el periódico buscando la página de sucesos, y me llamó la atención un comentario realizado por un médico de Avilés que hablaba del cabello del hombre y su forma de perderlo. Argumentaba el médico que el hombre puede perder hasta ochenta pelos todos los días sin que exista nada ni nadie que lo remedie.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy bien hilbanado el relato. Transmite filosofía de vida hasta en las descripciones. Un camino hacia dentro y hacia fuera. El dolor dificil de explicar, se explica. Pérdidas y quebrantos no nos recuerda que la vida también son encuentros y eso me hubiera gustado. Felicidades por el relato.