Vic es la capital de la comarca barcelonesa de Osona. A medio camino entre los Pirineos y Barcelona, Vic es una ciudad histórica, cosmopolita, con un gran patrimonio cultural y en lo gastronómico, famosa por sus embutidos. ¿Quién no ha probado el salchichón de Vic? Habíamos llegado al Parador el día anterior que lo pasamos descansando, con una muy buena comida y gozando de sus instalaciones. Cuando entramos por primera vez en la ciudad de Vic, después de aparcar, nos dirigimos a la Plaza Mayor. Cuando te dicen que es día de mercado y que éste se celebra en la plaza principal de la ciudad, no dudas en aceptar tan buena sugerencia. Conforme nos acercábamos por sus callejuelas, el río de gente nos avisaba que íbamos llegando al sitio elegido. Las plazas mayores de todas las ciudades vestidas de mercado tienen un encanto especial. Pero siendo cierto, en esta ocasión, el tumulto del mercado y sus arracimados puestos, impedían a nuestros ojos gozar de la belleza de la plaza, de los soportales y de las añejas tiendas que en ellos se escondían. No podíamos ver de una parte a otra de la enorme plaza los puestos de mil y una cosas diferentes expuestas al fiel comprador. Así que después de un pequeño recorrido por los pasillos interiores nos fuimos hacia la zona turística cuyos bajos eran tiendas de corte moderno con diseños vanguardistas. En ellas, el comercio y la cultura se ensamblan con el buen gusto de sus casas, de sus limpias callejuelas y con la amabilidad de sus gentes. Vimos la Catedral con su magnífico claustro de dos pisos en cuyo centro está el mausoleo donde descansa el filósofo Jaime Balmes. El claustro románico sirve de sujeción al gótico, creando un cuadro arquitectónico de gran belleza. También está presente el barroco, que hace acto de presencia en algunas de sus capillas interiores.
Junto a la Catedral está el Museo Episcopal de Vic. Sabía del famoso embutido, pero no que estaba a punto de entrar, no solo al mejor Museo de España, sino a uno de los tres mejores del mundo en su género. Sus piezas originales del románico rivalizan con las del gótico y juntas representan una incomparable exposición de la pintura y escultura medievales. Su larga existencia de más de cien años, ha ido enriqueciendo al Museo que ha estado situado en distintas sedes, creciendo siempre gracias al esfuerzo de quienes le han ofrecido una gran dedicación. El esfuerzo ha valido la pena y desde hace siete años la construcción del nuevo Museo de Vic ha supuesto el broche de oro para las interesantes colecciones que albergan sus cuatro plantas. Arqueología, románico, gótico, tejido, indumentarias, vidrios, piel, orfebrería, numismática y cerámica ilustran a los visitantes del bello museo, único, de rico contenido y en su mejor emplazamiento.
Comimos donde nos recomendó Laura, nuestra amiga del Parador, gran conocedora de la zona y por lo tanto quien nos diseñó las mejores rutas. Ca Basset con su buena cocina y de trato muy amable conforman la mejor carta. Confieso que hacer caso a Laura, valió la pena.
No todo terminó ahí pues tuvimos una sorpresa inesperada por increíble. Nos fuimos a tomar café a la Plaza Mayor y como por arte de magia el tupido mercado había desaparecido. Podado todo el entramado, la gran plaza, limpia y guapa, sin una sola muestra de lo que había sido un par de horas antes, nos enseñaba su encanto señorial. Cerrada al tráfico, todo el suelo central es de tierra. Bajo los porches en todo su rectángulo, se escondían sus tiendas comerciales. Sentados, girábamos las miradas para ver las casas de estilos diferentes: modernistas, barrocas, renacentistas y algunas con elementos góticos. Lo que no pudimos ver por la mañana lo disfrutamos en la primera hora de la tarde tomando de forma plácida un café descafeinado de máquina y un chupito de orujo amarillo.
Abandonamos Vic y nos fuimos a ver la vida monástica del siglo XI: el Monasterio de Sant Pere de Casserres. Es uno de los monumentos más importantes de la arquitectura románica catalana y está situada en lo alto de una península escarpada, por cuyos lados el río Ter se va embalsando en un valle ocultando con sus aguas un pueblo del que sobresale el campanario que indica el nivel de ellas. Aproveché los pocos momentos de sol para hacer unas magníficas fotos.
Al día siguiente nos fuimos hacía el Pirineo barcelonés en la comarca del Ripolles para visitar Ripoll, San Joan de les Abadeses, Camprodón y Setcases ya en pleno Pirineo.
A Wifredo el Velloso se le debe el grandioso Monasterio de Ripoll, bella construcción del arte románico, llamado la Covadonga catalana, entre cuyas ruinas duermen el sueño eterno los primeros condes de Barcelona. La creación de la Marca Hispánica supuso el freno del avance musulmán más allá de los Pirineos. Fueron Carlomagno y sus sucesores quienes lo impidieron uniéndose al mismo fin los condes de aquellas tierras. Con Wifredo el Velloso dio principio aquella serie de condes de Barcelona, soberanos e independientes, que habían de elevar a tan alto grado aquel nuevo Estado cristiano de la España oriental.
Camprodón y Setcases son pequeños pueblos pirenaicos totalmente restaurados dispuestos para que el turismo disfrute de sus bellos paisajes. Es una lástima que para su restauración se haya perdido el sabor de pueblo antiguo que sin duda tiene el pueblo de Rupit y que ibamos a conocer al día siguiente. Coincidimos con el cambio de hoja lo que hizo que resultaran aún más bellos sus agrestes paisajes. Comimos en Ca Japet: buenos entrantes y carnes a la brasa. Una magnífica comida.
El miércoles nos fuimos a Rupit situado en Collsacabra en el extremo de la comarca de Osona. Su nombre nace de una roca, al igual que los hacen sus calles. El suelo que pisábamos en todo el poblado es una roca. Rupit está situado encima de una roca. De su calle principal sube otra perpendicular buscando la parte más alta. Está escalonada por los cortes naturales de la roca y aunque empinada, como sus gajos son largos, el ascenso se convierte en un suave paseo entre casas de piedras con entradas y rincones sorprendentes. Rupit es un pueblo antiguo situado en zona de riscos. Un puente colgante de madera, como entrada peatonal al pueblo, le da un encanto especial. Desde el mismo puente hice muchas fotos al poblado y el cambio de hoja, siempre presente, recrea el paisaje con sus pinceladas rojizas y amarillentas. Comimos en Ca Estragués, cuyas piedras desde 1805, más la última ampliación, dan cobijo y comida al visitante.
El Collsacabra es una zona de riscos y Tavertet es su mejor mirador. Fue una pena que el día no acompañase: lluvioso y muy cerrado impedía la contemplación del paisaje con todo su esplendor. El pueblo tiene una iglesia románica del silgo XI, una muralla ibérica y vestigios del neolítico. Tavertet está situado sobre un risco de 200 mts, y pese a ello, está muy bien comunicado gracias a una buena carretera que facilita acercarse a un paraje impresionante. Desde el Mirador el tiempo se para, el silencio embelesa y si aspiras el aire húmedo, la envidia del pájaro que observas en su vuelo te convierte en un ser inferior.
Regresamos al Parador de Vic, situado enfrente del embalse de Vic Sau, pasamos nuestra cuarta noche y al día siguiente nos despedimos de la niebla sobre el pantano. Por la carretera hacía Vic dos cabras monteses estaban quietas y pegadas al asfalto, vigilantes, asegurando cruzar ante el peligro que ya debían de conocer. Por mi espejo retrovisor las vi cruzar. Fue una lástima, pero por la zona de curvas donde las encontré, hizo que fuera imposible detenerme para darles paso.
Noviembre 2006-11-19
1 comentario:
Qué bien lo describes todo. Es un placer leerte
Publicar un comentario