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05 enero 2007

LA HINCHAZÓN


Sentirlo es una auténtica delicia: el baño de vapor abre la esponja de mi cuerpo, alivia mi laberinto interno, regula el ritmo de mi corazón y hace que me sienta mucho mejor, más ligero, más relajado. Camino por cualquier sendero y una sensación de bienestar se apodera de mi cuerpo y lo adormece. Pero en aquella ocasión de hace años lo que incidía en mí no era consecuencia del vapor. Mientras mi alma recibía extraños temores sintiéndome culpable de algo que ignoraba, mi cuerpo, al unísono, se movía por frecuencias más sencillas, recién descubiertas. Cualquier estallido en mi interior tenía causas normales, propias del ser humano como encontradas a pie de calle revueltas entre la gente, o como el hongo que nace a pie de un árbol o mezclado entre las hierbas silvestres en el instante de su eclosión.

El calorcillo de su mano, la liviandad de su mirada, la proximidad de sus protuberancias junto a los inciensos de su cuerpo, me producían el prodigio de aquella hinchazón. Eran los tiempos de mi juventud, los de mis primeros escarceos amorosos. Mucho antes, en los infantiles años y ante mi perplejidad, algo parecido sucedía en mis instantes de soledad. Iba descubriendo segundo a segundo sensaciones estimulantes que me hacían sentir más mayor. Las guardaba para mí pues una razón extraña, como pudiera ser el rubor, me atenazaba y me impedía manifestar lo que sentía por mi cuerpo. Salvo a los amigos de juegos que les mostraba la nueva con vanidosa emoción porque el orgullo va con uno y éste también crece. Como aquella hinchazón.

En cambio, las fragancias pasaron a ser turbadoras cuando cometí el error de manifestar a quien nada le importaba mis actos más íntimos. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿De qué forma? ¡Peligro! ¡Pecado! Estas eran sus preguntas y amenazas que él me inquiría una vez tras otra como un vulgar inquisidor.

Llegué al convencimiento de que la naturaleza es bondadosa y nos da lo mejor. También que es invencible y que nadie podrá con ella. Podrán intentar destruirla, pero no lo conseguirán. Ella tiene sus defensas en sus exigencias y pese a todas las amenazas que sufre, nadie podrá impedir el estallido de aquella hinchazón. El señor tiempo, el único amo que manda en nosotros incluidos los credos, será el que con los años vaya poniendo las cosas en su forma original, en función, nunca mejor dicho, de nuestro atributo y según la fortaleza de cada cual.

Reflexioné acerca de todo esto y averigüé que la vida, en sus meandros, tiene un lado bueno que siempre es cierto junto a otro oscuro, manipulado, que no lo es tanto. La voz seca y profunda que salía de aquel mueble sombrío pertenecía al lado de las tinieblas, que interrogaban, en falsedad, a una parte de mi cuerpo. Comprendí de forma decidida e inequívoca, que el lado bueno de mi vida, al que me debía, estaba junto a la hinchazón.

¿Cómo? ¡Qué le importa!
¿Cuándo? Cuando me da la gana.
¿Por qué? ¡Yo qué sé!
¿De qué forma? Arriba y abajo
¿Peligro? ¡Adiós!
¿Pecado? Tú me mientes.


(“La hinchazón” es un relato que ha participado en el 13º Proyecto Anthology. Tema: El pecado)

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