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06 diciembre 2007

EL SIGLO DE ORO ESPAÑOL


Lo tenía decidido. Pocholo, mochila al hombro, paso firme y con sus melenas ondulantes, bajó de su autobús aparcado en una gran superficie y se fue directo a la sección de libros de ocasión buscando el estante de los clásicos. Su interés estaba en comprar algo de Garcilaso, de Santa Teresa de Jesús y de Boscán. No por su afición a los clásicos, que ya había abandonado, sino porque le vinieron al recuerdo como los más adecuados para lo que por su mente rondaba. De su cara enfurecida, perfumada con un Jean Patou, surgió un brutal ceño cuando lo único que encontró fueron libros de autoayuda, de cómo hablar inglés en quince días para volar a Londres aprovechando un vuelo barato encontrado en Internet o de cómo ligar pronto y bien. Al ver este último, cambio el semblante y sonrió levemente.

Tozudo como nadie y aprovechando la parada del metro, se fue al centro histórico de la ciudad con la esperanza de encontrar lo que buscaba. Si algo no falla junto a una vieja catedral es una librería de lance, se dijo, y él lo sabía. Encontró lo que deseaba, y terminó de llenar su mochila aprovechándose de un Quijote a muy buen precio que le llamó la atención porque con los rasgos de Quijano en la portada raída y amarillenta se encontró un cierto parecido.

-¡Toma y lee, a ver si subes tu nivel!- le dijo Pocholo a Arancha algo prepotente, ignorante de su talla intelectual, despertándola del camastro mientras ella estiraba sus brazos de porcelana ladeando su cuerpo desnudo sobre una sabana roja de seda que hacía resaltar aún más sus lascivas curvas sin que a Pocholo le importaran cuando estaban ya en el parque.

Arancha, circunspecta y con la moral tan alta como enciclopédica, apretándose los labios le hizo caso; y de la mochila a sus pies, sacó a Santa Teresa, a Garcilaso y a Boscán. En cambio, cuando vio al de la triste figura, al que también encontró su parecido, se lo lanzó a la cabeza sin conseguir atinarle. Pocholo se tiró al suelo evitando la andanada, y el libro voló por la ventana saliendo al exterior estrellándose contra un lector tumbado en la hierba del parque, dándole en la cabeza.

-¡Quién es el ignaro que osa desprenderse de este libro tan preciado y se atreve a lanzarlo a los cuatro vientos!- Dijo enojado el lector con el Quijote en sus manos y el suyo bajo la axila, ya dentro del autobús, al que había entrado, mientras despectivo veía a la de la blanca figura, desnuda ante él y a su lado sentado en el suelo quien le pareció un patán.

Arancha, asombrada ante la presencia del intruso tapó sus turgentes senos, uno con Garcilaso y el otro con Boscán, y aún tuvo tiempo para Santa Teresa acogiéndola en su regazo.

-¡Pocholo!- Exclamó la bella.

-¡Oye tú! ¿No molestes? ¿No ves que estamos en horas de leer? ¡Fuera!- le gritó Pocholo, indicándole con su cara enfurecida la puerta por donde había entrado, amenazándole con una pica en su mano diestra, como aquellas las de Flandes.

El erudito misterioso no lo pensó dos veces, arrambló con Garcilaso y con Boscán, y sin llegar a darse cuenta de la presencia de Santa Teresa sobre la sabana roja de seda, huyó por donde había entrado cargado del Siglo de Oro Español encontrado como un tesoro en el más mullido de los estantes.

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