¿Y qué es lo que tendrás contra mi?, me preguntaba él, en aquel entonces, con insistencia, cuando no cesaba de mirarme sin darme el más ligero respiro.
Lo cierto es que yo me preguntaba lo mismo, y desde mi ventana, equidistante a la suya, nos cruzábamos las miradas espiando nuestros movimientos.
Tuvimos problemas, es cierto, pues olvidábamos el frente, y cuando, como es natural, íbamos hacía él, era entonces cuando perdíamos el norte y en lugar de aproximarnos a nuestra meta, entrábamos en una especie de confrontación cuya única respuesta era la de un fuerte dolor de cabeza necesitados de alivio.
Recuerdo un día que le dije que dejara de mirarme, y él, rebelde, me contestó lo mismo: -Tú, tú eres el que debes de hacerlo, olvidarte de mí-
Hasta ahí llegaba su osadía, si tal nombre se le puede dar a su atrevimiento, aunque luego, más comedido yo, pensaba que su única intención era la de imitarme, quizá por empatía o porque no sabía hacer otra cosa. Quién sabe. Lo cierto era, que en el fondo, yo no sabía quién de los dos era el que debía dejar de mirar el uno al otro.
Lo cierto pues, es que anduvimos así mucho tiempo, sin poder saber el momento exacto del inicio de aquella fijación, bien por falta de datos o porque nadie nos lo advirtió, que para el caso es lo mismo.
Recuerdo de forma algo lejana las muchas ocasiones en que hemos sido blancos de miradas y hasta con cierta sorna, lo que nos incomodaba. A mí, seguro, y a él también, de lo que puedo dar fe. Pero acostumbrados a nuestra normalidad, nos sentíamos privilegiados, porque los flancos estaban bajo nuestra vigilancia; y cómo son tantos los que dicen que hay que tener cautela al enemigo y éste pocas veces ataca de frente, los dos lo teníamos mucho más fácil.
Pasaron algunos años, cuando ya habíamos alcanzado los veinte, y tras unas horas de un profundo sueño y unos días más de oscuridad, sin saber el uno del otro, volvimos a ver la luz. Nuestras miradas cruzadas dejaron de serlo y el frente amanecía expedito, hacía un horizonte lejano aunque limitado. A partir de ese momento, nuestros flancos quedaron desprotegidos y fue cuando nos dimos cuenta que debíamos redoblar esfuerzos, a pesar de que por nuestro aspecto, mucho más usual, nos llevaba a pasar desapercibidos, perdidos en la normalidad.
(“Bien avenidos” es un relato que ha participado en el 28º Proyecto Anthology. Tema: OJOS)
Lo cierto es que yo me preguntaba lo mismo, y desde mi ventana, equidistante a la suya, nos cruzábamos las miradas espiando nuestros movimientos.
Tuvimos problemas, es cierto, pues olvidábamos el frente, y cuando, como es natural, íbamos hacía él, era entonces cuando perdíamos el norte y en lugar de aproximarnos a nuestra meta, entrábamos en una especie de confrontación cuya única respuesta era la de un fuerte dolor de cabeza necesitados de alivio.
Recuerdo un día que le dije que dejara de mirarme, y él, rebelde, me contestó lo mismo: -Tú, tú eres el que debes de hacerlo, olvidarte de mí-
Hasta ahí llegaba su osadía, si tal nombre se le puede dar a su atrevimiento, aunque luego, más comedido yo, pensaba que su única intención era la de imitarme, quizá por empatía o porque no sabía hacer otra cosa. Quién sabe. Lo cierto era, que en el fondo, yo no sabía quién de los dos era el que debía dejar de mirar el uno al otro.
Lo cierto pues, es que anduvimos así mucho tiempo, sin poder saber el momento exacto del inicio de aquella fijación, bien por falta de datos o porque nadie nos lo advirtió, que para el caso es lo mismo.
Recuerdo de forma algo lejana las muchas ocasiones en que hemos sido blancos de miradas y hasta con cierta sorna, lo que nos incomodaba. A mí, seguro, y a él también, de lo que puedo dar fe. Pero acostumbrados a nuestra normalidad, nos sentíamos privilegiados, porque los flancos estaban bajo nuestra vigilancia; y cómo son tantos los que dicen que hay que tener cautela al enemigo y éste pocas veces ataca de frente, los dos lo teníamos mucho más fácil.
Pasaron algunos años, cuando ya habíamos alcanzado los veinte, y tras unas horas de un profundo sueño y unos días más de oscuridad, sin saber el uno del otro, volvimos a ver la luz. Nuestras miradas cruzadas dejaron de serlo y el frente amanecía expedito, hacía un horizonte lejano aunque limitado. A partir de ese momento, nuestros flancos quedaron desprotegidos y fue cuando nos dimos cuenta que debíamos redoblar esfuerzos, a pesar de que por nuestro aspecto, mucho más usual, nos llevaba a pasar desapercibidos, perdidos en la normalidad.
(“Bien avenidos” es un relato que ha participado en el 28º Proyecto Anthology. Tema: OJOS)
2 comentarios:
Dime, dime el misterio!!!
Por favor!
Anda que tu relato me ha gustado mucho
Un besote
Que bonito relato!
Mucho pueden decir las miradas, y cuantas veces una mirada es la expresión más sincera de los pensamientos...
Un abrazo
Clavedesol.
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