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10 enero 2009

ELISEO CLIMENT, EL MAYOR MERCADER DEL REINO

Él no pagará ni un solo euro de su bolsillo (pueden estar seguros) para abonar los trescientos mil euros que le ha impuesto el Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana por actuar en contra de la Ley, una vez rechazado el recurso de Acción Cultural del País Valenciano (sic), panfletaria secta doctrinal que preside el mayor mercader del Reino: el profesional de la subvención Eliseo Climent, quien ha conseguido de esta guisa su habitual modo de vivir. Desde ofrecerse como el más firme tentáculo del insaciable Jorge Pujol -el que fuera imperialista con su Banca Catalana al frente- en la Comunidad Valenciana, hasta su ejercicio inasequible al desaliento de instalador de antenas, sin menospreciar, claro está, el cobro de la encomienda por el ejercicio de su misión.

Eliseo Climent se pasó la legalidad por la entrepierna desde hace ya muchos años; y “los que dime de qué presumes y te diré de qué careces” exaltaron su hazaña en aras de la libertad de la expresión, que por su habitual costumbre sólo a ellos les corresponde, al tiempo que a otros se la niegan.

Desde la ilegitimidad más absoluta se dedicó a colocar repetidores donde le vino en gana retando a la Ley, a la que una vez tras otra le ha echado un pulso al abrigo del nacionalismo catalán a cuyo servicio crece, a la par que chupa la teta de las inagotables partidas económicas de la Generalitat Catalana para este fin: la vaca de ricas ubres que con el dinero de los contribuyentes de toda España derrama su leche adulterada no sólo por donde las competencias se lo permiten, sino que utilizando un mercachifle del “tres al quatre” incurre en casa ajena con embozos de baja estopa desde hace ya muchos años. La libertad de expresión tiene estos cauces, como las aristas de la ley, recorridas tantas veces por los delincuentes diestros en su caminar por el filo del alambre, ávidos en llenar sus cuentas corrientes desde la más indecente legalidad.

Si el dinero corrompe, cuando se consigue desde una supuesta acción cultural elaborada por la faz siniestra de un hombre de enfado permanente, con mirada de recelo y ojos de amenaza infame, pero jamás de frente, siempre a hurtadillas y cerca del pesebre que le alimenta, junto a su esperpento habitual, la práctica deleznable del encomendado adquiera la máxima titularidad: la del más desvergonzado vividor del cuento. Eso sí, con el beneplácito de quien le paga orgulloso de su audacia: la de la dulce complacencia del camuflado comendador.

Efectuado el latrocinio cultural, él, no pagará un euro (no lo verán Vds.) Ya sabrá extender sus redes, a diestro y siniestro, en la tarea de recoger sus frutos como buen mercader que es, tal es su destreza en el oficio para el que no se requiere titulación. Y aunque se le exigiera: el embozo de su farsa estaría siempre a su alcance.

Lo único que nos falta saber del Eliseo es a quién pasa el cargo de su cuota anual a la Asociación de Empresarios Instaladores de Telecomunicaciones, a la que seguro pertenece, por lo factible de cualquier subvención a cuyo logro siempre está atento.

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