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06 julio 2009

CON CARA DE ESPERANZA

CON CARA DE ESPERANZA

Gracias a su sirena la ambulancia se abre paso en el denso tráfico de la Calle Ancha que muere en la Plaza Mayor, al tiempo que el reloj del Ayuntamiento da la última campanada del mediodía en el inicio del mes de Julio, cuando el calor, denso e irrespirable, que más parece una losa caída del cielo, es la comidilla ciudadana y que por culpa de una situación económica igual de asfixiante, la vacaciones de verano tienden a quedarse postergadas con mucha pena y nada de gloria en la mayoría de los menos pudientes de la ciudad.

Juan Carena está en el paro desde hace ya dos años y en estos días atiende los trámites necesarios para que al terminarle la prestación por desempleo el abono del subsidio continúe; pero esta mañana no ha salido a la calle ya cansado de sus constantes acercamientos a la ventanilla del INEM, ventanilla en la que además de pedirle cada día un papel distinto, nada le soluciona. Y además del sofocante calor, de salir a la calle, el bar de la esquina va a ser su único reducto. Tal, que además de haberle fiado su dueño ya varías veces, le esperan los amigos que también desempleados, igualmente les debe algunas perras; situación enojosa que en este momento de agobio no puede afrontar.

Juan tiene un hijo mayor que aunque no lo parezca vive con ellos. Lleva unos cuantos días sin asomar por casa en una más de sus ausencias acostumbradas, y cuando regresa al auxilio paterno para satisfacer su ansiedad de droga, es a sabiendas de que allí, de él, del dinero necesario para su calma, su existencia es bien poca, importándole nada el trance de sofoco que infringe a la familia.

Luego está la hermana pequeña, recién casada y que al quedarse prontamente preñada, se ha visto abandonada por su marido Fulgencio, huida ya vaticinada por sus padres que, en contra de su voluntad, tuvieron que aceptar una boda que veían con malos ojos, dado el pelaje de aquel rufián de quien la niña, tontuelamente, se había enamorado. Rosarín, ya de seis meses se ha visto obligada a abandonar el limpiar las escaleras, y en este mismo día está en el ambulatorio, sola y desconsolada, al que ha acudido a primeras horas de la mañana para la periódica revisión de su embarazo, ya en su fase final y plena de dificultades.

Sobre su mujer, la Toñi, cae todo el peso de la familia, y ya de mañana, cuando despunta el alba, sale de casa a cumplir con el primero de sus pluriempleos: la limpieza en los despachos de un periódico de mediana tirada que debe terminar antes de las doce. Trabajo, el mismo, que a continuación realiza en tres casas del barrio dos días a la semana en cada una de ellas, y en las que sirve la mesa a unas parejas de ancianos, lugares en los que luego come.

Por la tardes, va a una guardería entreteniendo a los niños hasta el atardecer, en el que después de cerrar sus puertas regresa a su casa donde le espera Juan, Rosarín y muy pocas veces Alfredo, el garbanzo negro de la familia. De los otros, gracias a la Toñi, todos los días hay un plato en la mesa para cenar, que no son más que las sobras de la comida. Comida que todas las noches prepara para su Juan y su hija antes de irse a la cama, en la que ya extenuada, se acuesta dolorida de tanto trabajo. Y lo hacen cada uno a un lado dándose la espalda, después de un beso de buenas noches un segundo antes de apagar la luz.

Pero en esta mañana calurosa la Toñi ha tenido un mal presentimiento y la sirena de la ambulancia le ha dado la señal y un buen susto de alerta. Ha pensado en su hija, en Rosarín, que ya unos días le dio la alarma de un aviso de aborto, por lo que se ha encaminado a su casa en lugar de acudir a la de Doña Águeda. Una cristiana mujer que aceptará de buen grado sus disculpas cuando acuda a dárselas.

Al llegar al zaguán, ni siquiera ha esperado la bajada del ascensor, en ese momento ocupado subiendo su marcha; y a volandas por las escaleras ha llegado hasta el tercer piso, abriendo la puerta de casa al grito de Rosarín.

Su hija no está en casa. Sí Juan, que tumbado en la cama escucha la radio en un programa de verano de contenido intrascendente, mientras que con una toalla se limpia el sudor de la cara.

-Qué pasa Toñi, cómo tú por casa a estas horas- le ha dicho Juan, que al verla inesperadamente ha puesto algo de contento en su cara.

-¡Y Rosarín! Dónde está, ¿le pasa algo? – Le pregunta, algo más tranquila, pero no del todo, más por el sofoco del susto que por el ejercicio realizado al prescindir del ascensor.

-Acaba de salir de casa y me ha dicho que volverá a media tarde; se ha ido a casa de su prima, que le ha llamado para comer juntas, pues tenían algo que hablar- le ha contestado no poco tranquilo, al tiempo que le pide se acerque al lecho y con cara de esperanza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con "Con cara de espreranza" se inicia y finaliza este interesante minirelato, que bien podra pasar por el primer episodio de una novela por entregas. ¿Hay más?
Iván

Julio Cob dijo...

Bueno, esperemos que el paro vaya mengüando y no haya motivos para más entregas.

Gracias por tu atención.