Después del palizón del día anterior que nos dejó bastante cansados, una vez repuestos y ante un día frío con alguna que otra nube que no amenazaba lluvia, nos dirigimos hacia el Archivo General de Simancas. Está ubicado en un magnífico castillo donde los historiados sacian sus deseos de investigación, gracias a los más de veinte millones de documentos que acreditan la historia de España desde los tiempos de los Reyes Católicos hasta mediados del XIX. Lo hicimos a sabiendas de que sólo en el caso de existir alguna visita concertada y en el supuesto que nos admitieran en la misma, podríamos adentrarnos en el Archivo. En estas visitas no es mucho lo que enseñan, toda vez que procuran causar el menor estorbo a quienes investigan en los legajos del pasado. Pero valía la pena la visita, al menos hacer unas fotos de su entorno, y percibir más directamente que al interior de sus muros, acuden gentes de todo el mundo interesadas en la historia de una de las naciones más vieja de Europa.
Gracias a la amabilidad del encargado de controlar su acceso, pudimos hacer unas fotos del patio interior, imaginando, al penetrar nuestros pensamientos por sus ventanales, las ilustradas salas convertidas por momentos en morada del paciente investigador.
Simancas está a un paso de Valladolid, donde una vez ya situados en su plaza Mayor, dirigimos nuestros pasos hacia la zona del Mercado, en cuyos alrededores íbamos a encontrar nuevas sorpresas de las muchas que se albergan en la ciudad castellana.
Junto a su Mercado se alza enorme el templo de San Benito, y anexo, el Claustro Herreriano que le dota del mismo estilo, y hoy Museo de Arte Moderno. Nos sorprendió el claustro por sus dos alturas con arcos de medio punto y columnas dóricas abajo y jónicas en la primera planta. Las estatuas sedentes de bronce de los reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía, de gran tamaño, sentados en el claustro en actitud complaciente ante la belleza de sus arcos, significó la ocasión para una foto junto a tan magna pareja, como un buen recuerdo de nuestro paso por el Museo. Disfrutamos de una exposición de Saura en la que se muestran todas las facetas del genial director español, entre las que destacan sus dibujos reflexivos con retazos de gracia.
Tras un pequeño callejeo, nos topamos de pronto con el templo de San Pablo, dominico, de grandiosa puerta barroca situado en una plaza amplia, y flanqueado en una lado por el Colegio Mayor de Felipe II en cuyo jardín delante destaca la estatua del Rey Prudente, y en el otro, la sede de la Diputación Provincial, lugar donde naciera Felipe II según reza en su fachada. Unido a la Iglesia de San Pablo, el museo de San Gregorio, también dominico, todo en un conjunto armonioso y monumental, afortunadamente salvado de ansias desamortizadoras.
Cercana, la casa natal de José Zorrilla, el romántico por excelencia, en la actualidad un lugar de encuentro para los amantes de su obra. Tras cruzar su dintel, destaca de inmediato su ajardinado patio interior con buganvillas de gráciles rimas de cuya savia se amamantara al poeta. En su recorrido imaginamos que entre aquellos setos fuera por donde el pucelano más universal diera sus primeros pasos. En el centro del jardín destaca una pérgola circular donde se oculta un banco de piedra, fuente de inspiración al poeta y encuentro con sus musas.
En visita guiada recorrimos las dos plantas del edificio: la baja, lugar de conferencias, de lectura y de video, que muestra la vida del poeta vallisoletano; y ya en la superior, su profusión de pertenencias, tales como la cama en donde vino al mundo, su despacho que siempre llevo consigo, incluso en su periplo mejicano, su piano, el salón de visitas y una serie de objetos personales junto algún que otro regalo de su buen amigo Maximiliano, el Emperador de México, con el que colaboró como director del Teatro Nacional.
La casa natal de José Zorrilla, de propiedad municipal, tiene la proyección de trasladar al visitante el espíritu de su hijo predilecto, incitando al conocimiento de su obra, más allá de la simple constancia de su nombre extendido por toda la ciudad, en forma de paseos, de jardines, de estatuas, de su teatro en homenaje, en diversidad de cafeterías y como objetos de souvenir. “Qué bien he dormido y cuánto he escrito”, fueron las últimas palabras del más romántico de los poetas que falleciera en Madrid, reposando sus restos en el Panteón de Hijos Ilustres de su ciudad natal.
Comimos en Casa los Zagales, restaurante recomendado y cuyo consejo agradecimos.
Antes de abandonar Valladolid, dimos un recorrido con el coche que nos sirviera para intuir la belleza de sus jardines, así como dar un vistazo a los márgenes del Pisuerga, aprovechando su “paso por la ciudad”. Cómodo recorrido que, aunque de forma somera, nos dio el conocimiento de sus arrabales en los que nos sorprendió observar que en su crecimiento constante, la existencia de los soportales no es un patrimonio del pasado. Lo que demuestra la atención que se presta a la ciudad para que siga creciendo tal y como lo fuera en sus orígenes.