Se dice del sectario y de acuerdo con la Real Academia de la Lengua de aquel que profesa y sigue una secta; y que por su propia etimología al movimiento que los agrupa conocerlo como el de los sectarios es lo más convincente, dando vida al sectarismo como lugar a cuyo cobijo se agrupan.
Y como el movimiento se demuestra andando y viene al pelo la prueba del algodón servida en bandeja en estos días, la reflexión de su ejemplo es la mejor ratificación al sectarismo rancio, mezquino y paleto que el socialismo valenciano hace suyo para vergüenza propia, asombro de unos vecinos que se sienten no sólo humillados, sino despreciados, evidenciado ante la opinión pública con nocturnidad y alevosía, dónde los de Blanquerías han colocado el listón de su desvergüenza, que siendo cada vez más alto, una vez tras otra superan.
La que debiera de ejercer como Ministra de Cultura, salvo que su principal cometido sea el del abastecimiento logístico a “los de la ceja” que más bien es lo que parece, ha hecho oídos sordos a las repetidas ocasiones en que ha sido invitada por la Alcaldesa de todos los valencianos, entre los que se encuentran los vecinos del Cabanyal, a su visita al barrio para su mejor conocimiento, lejos de la intoxicación partidista de que ha sido objeto y que por su condición de Ministra debería de tamizar.
Invitaciones y ruegos realizados en diferentes ocasiones de forma escrita y personal, tanto directamente en su persona como a través de la Vicepresidenta de su Gobierno para que los hiciera llegar al Ministerio correspondiente, en esta caso el de Cultura, a cuya tutela y compromiso debiera someterse Doña Ángeles González-Sinde.
Y en beneficio de su mejor información y en ocasión de su visita a Valencia a un Congreso de dudoso resultado y mucho de marketing publicitario, la Alcaldesa Rita Barberá se le ha ofrecido para que conozca todos sus rincones. Invitación no atendida por la Ministra, como tantas veces ha hecho en estos últimos meses.
Sin embargo, aprovechando la solariega tarde de un día de domingo, se ha presentado de incógnito con su mesnada al lado en una calle del Cabanyal. Más que a conocer la realidad del barrio, a la obtención de la foto. Foto junto a un grupo ajeno al barrio, que si por algo destaca es por su violencia física y verbal, por sus mentiras sobre el couché panfletario, por la amenaza por escrito con alertas de ahorcados, por su apología por el esperpento y por su lejanía a un barrio al que sólo utilizan para implantar la confrontación de los vecinos con la vieja táctica de tirar la piedra y esconder la mano, convencidos de su pertinaz fracaso en las urnas de la democracia, pero a sabiendas de cómo las moscas logran su acto de presencia.
Carmen Alborch tiene el suficiente rostro y orgullo para que desde su responsabilidad directa en el expolio sobre Sagunto, a cuya restauración obliga el Tribunal Supremo, muestre la jeta de quien importándole un bledo el patrimonio de los valencianos, no tiene ningún reparo en la continua degradación de un barrio iniciada en los tiempos en que el PSOE gobernaba nuestras instituciones, al mismo tiempo que enterraba para siempre el emblemático coliseo saguntino.
Dice la Ministra de Cultura, con una jeta semejante a la de Carmen Alborch y experta en el aniquilamiento de informes que contradicen su decisión sectaria, que no atendió a la petición de Rita Barberá por hacerlo ésta de forma vehemente, según nos afirma en un intento de manipulación propio de su mediocridad como guionista de cine, por lo que utiliza la palabra que seguramente le resulta más afín, y propia del sector del que proviene.
Rita Barberá con seguridad es apasionada, efusiva, calurosa, entusiasta e incluso algo vehemente, que más que pecado es virtud. Pero González-Sinde, prefirió el guión de la farsa para su paseo por el Cabanyal, solazada y lejos de los vecinos del barrio y con los palmeros del Salvem, maestros en el uso del insulto y del escupitajo, a los que con frecuencia recurren.
Cuando hablen las urnas, sólo le quedara a la despreciativa Ministra de Cultura el recurso de que las bases del guión que un día le encomendaron eran inexistentes y sin la garra de la verdad: las propias de un mal guión de cine, pero no por ello exento de subvención. Y de ello sabe bastante la Ministra.