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04 enero 2007

BASTA Y DE ESPARTO


Lo confieso, nunca me gustaron las corbatas. Su nudo corredizo hacía arriba buscando el centro de mi nuez dejando a los lados las aletas blancas de mi camisa nunca fueron de mi devoción.

Ahora están de moda las de colores chillones de fosforito, anchas y largas que sirven para llamar la atención como esos adornos de colorines pegados a los paquetes de regalo en el mostrador de un centro comercial en cualquier día de Navidad y que una vez usado van al contenedor.

Recuerdo aquella corbata de nudo fijo que se acoplaba al cuello anudado por detrás. La ocasión de la farsa también sabía de modas. Incluso hubo una especie de mutación que aún perdura en la mujer joven y divertida que la adoptó a su vestuario buscando un toque de elegancia y distinción.

A mí nunca me gustaron las corbatas. Veo el hecho como una farsa en la que los actores son los figurantes de un acto de sumisión a unas normas impuestas que tienes que aceptar sin ninguna clase de reparo. El único el de su reposición, acción obligada porque en su ausencia te conviertes en un ser desnudo y si llevas siempre la misma corbata, raída y deshilachada, te conviertes en un pobre hidalgo que no quiere abandonar su noble condición. La cuestión de clases nunca bajó de su pedestal.

El Año Nuevo ha empezado con una corbata de nuevo diseño, basta, de esparto con su nudo de cochinillo retorcido, tantas veces como múltiples eran las perversas intenciones que anidaban la mente de quien va a merecer más que nunca su eficaz lucimiento.

No, no me gustan las corbatas aunque tengo que reconocer que algunas ajustan al cuello más que otras.

1 comentario:

Micky dijo...

A mí me gustan las corbatas, son elegantes, pero a veces resultan molestas.

Un abrazo amigo.