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17 marzo 2007

LAS FALLAS VALENCIANAS


Cómo no hablar de las fiestas falleras cuando Valencia hierve ante una multitud que nos visita desde los puntos más lejanos, incluso desde allá donde termina o empieza el mundo.

Puede parecer que de las fallas valencianas esté ya dicho todo, pero no es verdad, porque la imaginación no tiene limites. El color que alegra sus días puede que tenga los mismo tonos, pero siempre embriagan. Sus matices enganchan, más si cabe, al ver cómo nosotros mismos nos quedamos fascinados como si descubriéramos lo nunca visto. La alegría de las falleras y de sus bandas musicales viste las calles, y nos descubre rostros de una mujer valenciana orgullosa de su presencia por la ciudad, a la que engalana.

Las “mascletas” del mediodía son el preámbulo al colorido de las noches, cuando los fogonazos de pólvora forman palmerales bajo el cielo estrellado que por breves momentos transforman la noche en día.

La “Crema” que despide la fiesta puede que siempre sea la misma, pero de sus formas fantasmagóricas nacen las nuevas ideas. Las que el artista plasmará en su imaginación que, como preludio del año próximo, se inicia justo en ese instante.

El espíritu fallero, siempre emprendedor, firme al reto de cada ejercicio, no sabe de flaquezas y hará los imposibles para que la fiesta siga su camino adaptándose a los nuevos tiempos. El fallero, siempre joven, tienen cada vez mayores bríos y la fiesta estará siempre viva, cada vez con mayor fuerza.

Como en cualquier reducto del ser humano, en la fallas, el hueco por lo tradicional está presente, lo que no implica ningún paso atrás o freno a la fiesta. Más bien todo lo contrario: es la experiencia que nos brinda un caminar más seguro.

Al ingenio y gracia tradicional que la envuelve, no solo se le suma el arte, sino también la solidaridad entre las comisiones como se demostró el pasado año ante la adversidad de unos gamberros que hicieron arder una falla en su montaje, y en tiempo record, gracias a la ayuda de todos, emergió con mayor brillo de sus cenizas. Y tantas, tantas como cuantas veces suceda algún fatal percance, el espíritu fallero de hermandad saldrá en auxilio de quien lo necesite.

A la pólvora, que los valencianos la llevamos en la sangre, personaje principal de la fiesta como lo son las mismas fallas, se le une de manera inevitable el estrépito. Crece pues la fiesta, y no lo hace sola: también crece cada vez con más fuerza, junto a todos sus atributos, el ruido, que es inevitable.

Y si la fiesta tiene sus detractores, porque no les gusta la multitud ni les satisface su estruendo, ello no puede suponer un punto de inflexión en las fallas. Como semana grande de una fiesta universal prevalecerá el espíritu fallero en una ciudad que no se entiende sin ella. Porque Valencia es tolerante y es artista, es libre y es musical, es dócil y es colorista y todo, todo el mundo que nos visita lo sabe, e inunda nuestras calles con la promesa de volver.

La evolución del mundo fallero, por su grandeza y por ser “Fiesta Universal”, nos obliga a cuidar de ella al igual que de un niño pequeño que, a sabiendas de los peligros que le acechan, velamos por él y con un gran cariño le procuramos lo mejor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ha sido bonito como otras tantas veces pero el tiempo no lo acompaño lo suficiente,
buen blog
saludos