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15 mayo 2008

MARÍA SAN GIL


Juan Manuel Pinuel quería coger una mochila, echársela al hombro y recorrer Tailandia. Fumaba en el balcón porque su mujer no le dejaba dentro de su casa, pero como lo que deseaba era pasear con su hijo, pensando en él, esperaba a la salida del colegio exhalando de sus pulmones lo mejor de sí mismo, tal era su desprendimiento hacía su entorno familiar.

Su ilusión por estar junto a los suyos, le hizo acudir a un acuartelamiento del País Vasco en busca de un plus, cuyo premio por lo visto es tener más próxima la muerte.

A su puesto de vigía en las horas de la cobarde noche llegó la onda del odio, andanada pestilente accionada desde el albergue de la maldad donde se cobijan quienes como único patrimonio sólo disfrutan el del resentimiento, hacienda heredada de una falsa creencia y fruto incrustado en su mente perversa.

Juan Manuel ha muerto porque el odio no le ha dado la posibilidad de seguir viviendo en aquella su casa que es la de todos, y porque en la animadversión de quienes le han segado la vida, se anida la venganza de su ruindad.

De nada sirven minutos de silencio ni condenas firmes mil veces repetidas cuando quienes tienen la obligación de erradicar la maleza han estado más dispuestos a dejarla crecer, como la mala hierba que se expande y se apodera del verde y bello manto que cubre a las tres provincias vascas.

La cadena perpetua a los delitos de terrorismos es un clamor popular al que hacen oídos sordos quienes nos gobiernan. La condena integra de las penas es un clamor popular al que hacen oídos sordos los jueces, cuyos ojos están más diestros el fleco de la ley que se tuerce en los recovecos favorables al reo, aunque en él sus deseos de matar permanezcan imborrables.

Al odio y a la mentira cogidos de la mano en su ya larga carrera de tantos años y libres de obstáculos, hace falta la réplica de la palabra libre y clara de personas como Maria San Gil, la donosti del barrio antiguo de San Sebastián, reveladora de tanta patraña y orgullosa de su tierra, con los justos redaños que ya los quisieran tener tantos. La gudari de manos blancas que, desde su escaño, se ha enfrentado a iluminados cuyas únicas aportaciones han sido la de alimentar a la bestia: la que se alimenta del odio y de la mentira.

1 comentario:

Mª Dolores dijo...

Julio, me parece muy buena idea, que hayas dedicado un pequeño espacio a recordar a Juan Manuel Piñuel. Las bestias etarras siguen amargando la vida de todos los ciudadanos españoles, sembrando dolor y pena. Comparto contigo la idea de implantar la cadena perpetua para todos los asesinos, ojalá los oídos de quienes nos gobiernan se enteren de nuestra demanda.
Me ha gustado la foto que ilustra el texto, María San Gil es una firme defensora de la democracia,siempre he pensado que era un gran valor en esa bella tierra.
Un abrazo.