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22 enero 2012

EL JUICIO DE LOS TRAJES

el juicio de los trajes

Tras veintisiete largas jornadas en el juicio contra el Muy Honorable D. Francisco Camps sólo restan las deliberaciones para dictar la sentencia como inocente o culpable a una acusación basada en que durante sus años como Presidente de la Generalitat ha recibido unos supuestos regalos cuya cuantía se ha fijado finalmente por la fiscalía en poco más de once mil euros, o como dije en otra ocasión, en cuatro perras.

¡Tres largos años de acoso político para esto!

Y a más, sin que finalmente se haya podido demostrar de forma clara la existencia de tales regalos, al tiempo de que por aquello de que el Pisuerga pasa por Valladolid o el Turia por Valencia, hayan podido demostrar la existencia de cualquier otro abuso, que, de haberlo, a ciencia cierta lo hubieran hecho.

Ignoro, como es natural, la sentencia del Jurado Popular que es parte esencial e irresponsable del circo montado aprovechando igualmente estos días navideños y en el que por obligación participa, pero lo que está fuera de duda es que el citado Jurado, al menos, nada tiene que ver con la actuación del Poder Judicial de estos últimos años en los que si algo ha quedado en entredicho es su diario quehacer. Desde el primer día en que apareció en la prensa.

Jamás hemos visto desde la transición democrática tal fijación por parte de la Justicia en un político decente al que se le puede aplicar toda clase de sinónimos que la RALE reconoce. Jamás.

Corruptelas millonarias, primero en pesetas y luego en euros, unas probadas y sentenciadas y otras ignoradas por la Justicia -efectuadas por parte de los primeros espadas del socialismo español, que de pantalón raído y suéter de mercadillo han pasado a residir en urbanizaciones de lujo- no han merecido la más mínima concentración de unos vulgares perroflautas que megáfono en mano se hayan dedicado a su desprestigio, tal y como lo han hecho con un hombre honrado, cuya principal prueba del nueve, cual muestra de algodón, es que durante todo este tiempo inquisitorial contra su persona, en ningún momento se ha solicitado la investigación de su patrimonio, como muy acertadamente ha indicado su abogado defensor. En su vocerío del insulto, han demostrado su desprecio a las urnas, cual señal de agua que no pueden eludir. En el photoshop de baratillo, la bocina del enfermizo, el pasamontañas del temeroso y el pásalo del adocenado, llevan su seña de identidad.

-Cuando la política entra por la puerta, la Justicia sale por la ventana- ha denunciado muy significativamente el Sr. Boix, el abogado defensor, y las pruebas de tal afirmación han quedado tan meridianas, que, negarlo, es como hacerlo con la existencia de la gravedad que si desde hace millones de años es universal en este caso se ha cebado contra una sola persona.

A la corrupción política le va a la zaga la judicial. La primera es fruto de la indecencia humana y en su obsceno beneficio, pero la segunda es el arma de quien llegado al poder es capaz de urdir la más confusa estrategia desde todos sus dominios.

Y el “juicio de los trajes” es una buena prueba de ello. Y por cuatro perras.

Diecisiete años en la oposición son demasiados; y no saben cómo salir de ella.

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