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20 mayo 2012

S E D A

Seda

En Seda nos dice Baricco que “existen personas que prefieran asistir a la vida antes que a vivirla. De forma parecida, aquellos que contemplan su destino igual que observan el ver caer la lluvia”.

Cumplidos consigo mismo los deseos e inquietudes trazados desde nuestros años juveniles; alcanzados nuestros anhelos y dispuestos a terminar nuestros días en el gran teatro de la vida, es entonces, cuando nos queda el deseo que estos sean duraderos y verlos envueltos con la mejor salud para que nos permitan el mayor disfrute. Sin embargo, el ser humano, no sólo fue dotado con aptitudes creativas para interpretar el personaje central de su propia representación teatral. Aquellas, no sólo le sirven para que una vez escenificado el personaje sean guardadas con máximo cariño en el estante de los recuerdos patrimoniales. Siguen vivas en el alma del actor y mantienen su evolución. Muchas veces, sin que ello sea exactamente así, en su deseo de seguir viviendo, las motivaciones se vuelven contra uno, alertándole que su misión no ha finiquitado, porque estas aptitudes no envejecen jamás.

De la observación del mágico mundo que vivimos, en el que existen hermosos parajes, cuya contemplación nos producen éxtasis alcanzando cumbres inimaginables, sólo éstas pueden ser superadas cuando nos llega el deleite de recibir sensaciones de amor de un ser humano.

Tener todo lo deseado no es garantía de estar preparados para superar las dificultades que continuamente se van incubando en nosotros. Los deseos vehementes de amor, no mueren, pese a que aceptemos envolverlos en cinta de seda, en nuestro estante de los recuerdos.

Al hacerlo así, surgen momentos melancólicos de tristeza profunda, nacidos por circunstancias complejas y al mismo tiempo de natural explicación. Facetas inherentes al ser humano que cohabitan en su interior, desde el primero a último momento de su vida. Ellas nos llevan a una situación de desgana sobre un escenario que no dominas, y en el que sólo los demás actores que te rodean pueden ayudarte a alcanzar la necesaria pasión para superar los orígenes de tu impaciencia.

Alexander Baricco se vale de un comerciante con capullos de seda. Busca los necesarios huevos en lejanas tierras. Llega hasta Japón, lugar donde existe la seda más bella del mudo. Tocarla era como tener la nada en las manos. Conoce una bella joven de ojos sin sesgo oriental y de una intensidad desconcertante. Tras tomar el té de la forma más sensual que imaginar se pueda, se enamora de ella.

A su regreso, el comerciante regaló a su mujer una túnica de seda que no se puso porque era como coger la nada. Su esposa que lo quería enormemente desde el primer momento, se dio cuenta de que algo había pasado y cuyo sucedido adivinó.

Repetidos viajes en búsqueda de su mercancía representaban también para él la contemplación de los ojos de la joven. Un innecesario último viaje fue emprendido por la sola razón de verla.

En esta obra maestra del cuento, el autor, nos reserva un bellísimo final cuyas motivaciones orientales vienen de paredes de papel con sombras que no emiten ruido. No parecen vida, sólo teatro. Son ideogramas, tinta negra.

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