León Valderas a través de la cristalera del café observa los puntos dorados del alumbrado de la calle en las últimas horas del atardecer. Los comercios del barrio en los bajos aun no han cerrado. Pero son los menos. Los más, tienen las persianas metálicas ancladas al suelo ya desde hace un tiempo y con el principio del año, dos más, se han sumado al apagón de la noche para no despertar con el amanecer, fatigados por la triste luz del día que ya no brilla como antaño.
Desde el interior del café, León Valderas ve cómo las lámparas del interior se reflejan en el cristal. Son puntos de luz que se suman a los del alumbrado en una falsa imagen por inexistente, pero que, sin embargo, al contemplarlos León Valderas se ilusiona como si hubiese más vida al exterior aunque fuera por un solo instante.
Falsa ensoñación, porque llega el momento en el que Raquel aprieta un botón y un run run baja la persiana y deshace el encanto; aunque sea por unas horas, porque tras el alba y con un nuevo run run, abrirá sus puertas.
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