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08 abril 2008

EL DORADO

Cuando lo mítico se une a la imaginación desbordándose de sus cauces, surge la leyenda de un sueño en el que para uno, ansioso de un dulce despertar, la búsqueda de la realidad placentera se transforma en una meta deseosa de alcanzar, sea ésta cual fuere, y de acuerdo con las ilusiones que en cada uno se anidan tantas veces frustradas, cuando no lo han sido siempre.

El Dorado representó un sueño para los que en su imaginación veían los deseos de riqueza, lo que les llevó incluso hasta la muerte. Pero valía la pena intentarlo y convencidos estaban de ello, porque el pasar de la hambruna más angustiosa al trono del oro triunfal, sólo era cuestión de un firme propósito y de emprender una ruta llena de dificultades hasta llegar a él. Sabedores de su existencia y una vez alcanzado el cuerno de la abundancia, el estar más cerca de la gloria era un sueño inigualable, un privilegio imposible de refutar.

Pero no fue aquella una actitud concreta de una época determinada, porque en nuestros días, la búsqueda del Dorado sigue presente en nosotros, al menos, para unos cuantos. Sea en vuelo regular o en vuelo charter, o en autobús, o disfrazados de la forma más variopinta: como desde el socorrido despacho de la Lotería Nacional al del prodigio del más puro ingenio, la obtención de un buen premio sigue latente en nuestras vidas, y en las de algunos, de forma decidida.

El dorado “encuentro de la amistad” para solteros viene a ser algo así como un seguro eslabón para un futuro familiar, pero con el firme propósito de que ésta, la familia, no crezca. Qué sea sólo cosa de dos: dicen ellas y dicen ellos.

Doscientas mujeres llegaron en autobús a Zucaina (bello nombre más de mujer aunque en esta ocasión sea de un pueblo castellonense) invitadas desde esa localidad en una feliz iniciativa en la que pudieran encontrar, más que el sueño dorado, la posibilidad de un rato feliz. Porque dicen, que la felicidad siempre llega a pequeñas dosis, y que la suma de muchos instantes parecidos, sí que nos pueden acercar al Dorado.

Y allí estaban ellas y ellos, con sus pañuelos rojos al cuello, como si de un San Fermín se tratase, pero no con la intención de correr raudos delante de un toro bravo, aunque sí con el convencimiento de que en su bambolear sensual, la cuestión estriba en esta ocasión, en tumbar al suelo a la ilusionada pareja asistente a la feliz ocurrencia de unos vecinos, de cuya imaginación se desborda (no entre mitos y leyendas) la búsqueda del Dorado, principal objetivo al que nunca debemos renunciar.

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