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20 abril 2008

EL SR. MERCADILLO Y MORALEJA


El Sr. Mercadillo y Moraleja se vio agobiado al percatarse de que próximo al huerto de su casa, junto al lavadero, en los campos secos junto al encinar, allí donde los amaneceres son más bien tristes, no porque el aburrimiento sea perenne, sino también porque los cantarines trinos nunca se oyen, apareció un buen día una joven inquiriendo por él.

-¿Vive por aquí el Sr. Mercadillo y Moraleja, huido de Salamanca, de oficio guarnicionero y que jamás quiso a una mujer? –dijo la muchacha a unas lavanderas que secaban las ropas en risueña y picara conversación.

Tras la parra, escondido, el Sr. Mercadillo y Moraleja la escuchó vacilante, aunque confiado en su anonimato. El que sus vecinas ignoraran cual era su verdadero nombre, lo hacía todo más fácil.

-¡Nadie responde a ese nombre aquí en la aldea! – Le contestó una de las mujeres, la más vieja de todo el pueblo- ¡quizá se ha equivocado de lugar! Vaya a la otra parte del rio que está más poblada, a la que llegan con frecuencia gentes extrañas.

De esa manera despidió la vieja a la joven, que de tan lista como era, ya se había dado cuenta de a quién correspondía la identidad de quien por él preguntaba.

-¿Qué le ha hecho a esa niña, Sr. Mercadillo y Moraleja, acaso anida en ella la deshonra y en Vd. la culpa? –le instigó la vieja.

-¿Qué te hace pensar en ello, vieja bruja? Por qué, deshonra, ¿no pudiera ser otra causa el motivo que le lleva a mi busca?

-¡Si lo sabía! Convencida estaba que es a Vd. quien esa joven busca. Sólo me falta saber sus motivos, aunque creo, y por lo que voy conociéndole, que ya estoy en ellos.

-¿Motivos? Yo se los digo. Soy su padre, y de ella huyo porque prefirió vivir con su madre a la que abandoné cuando se entregó a otro, sólo por la avaricia del vil metal. Y ahora, cuando se ven abandonadas las dos por aquel rufián, buscan mi dinero que no pienso darles.

-¿Y dónde lo tiene? ¿Escondido en un calcetín?

-A Vd. se lo voy a decir, ¡faltaría más!

El viento chascó la ventana junto a la Universidad, y D. Avaro Cuéntalos se despertó asustado y lleno de una gran preocupación. De su entrepierna bajo la sábana, cogió la llave anudada con la que abrió el cofre escondido dentro de un viejo televisor, lleno hasta los bordes, y asegurándose de que allí todo estaba.

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