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18 junio 2008

EL DÍA DE LA VISPERA


Tener al día la información del patrimonio vecinal era el deseo del alcalde y con la instalación de una eficaz computadora que recogiera en su memoria los bienes propensos a una mejor recaudación, se vería orgullosamente complacido. Por tal razón, pidió al pleno municipal, junto a la aprobación de su proyecto, la contratación de un informático que se encargara de todo lo necesario para poner en marcha la máquina recaudadora del municipio.

La moción fue aprobada por el pleno en sesión extraordinaria, pues en las cuestiones recaudatorias y sobre todo en las de fondo, es decir, en sus esencias, la unanimidad era absoluta en el momento propicio. Otra cosa eran los asuntos del día a día, que como las sabanas colgadas al viento que a la vista de todos muestran su blancura de armiño, cuando sucias, se esconden a los ojos para limpiarlas y ofrecerlas lúcidas y perfumadas en las horas que convenga de la forma más pulcra y convencional.

Y allí estaba el alcalde, sentado tomando el sol, mientras un vaso de vino calmaba su sed, al sabor de unas aceitunas de aliño que amargaban su boca, mientras la música de un organillo dejaba en el aire el suave martilleo de “si Adelita se fuera con otra” o un bolero de Machín, al tiempo que un perro corría tras un madero buscando el premio de un trozo de queso que luego le ofrecía su amo.

-¡Siempre con prisas señor cura!- le llamó a su atención el alcalde, cuando camino de la iglesia iba ligero Don Hilario portando bajo el brazo varios tubos de cartón en los que protegía, según su costumbre, unas láminas de vírgenes y de santos de rancio sabor tridentino.

-¡Venga!, y siéntese a mi lado, que aunque su presencia no me sea grata, como Vd. muy bien sabe, comparta al menos este vaso de vino. Pero… sin convertirlo en sangre de Cristo, eh. ¡Conmigo, ni lo intente!

-¡Si al menos sirviera para limpiarle la boca!- contestó el cura, obligado como estaba a buscar la oveja descarriada para acercarla al buen redil, aceptando la invitación.

-Sepa Vd. que en el plazo de una semana tiene que dar cuenta de sus pertenencias dejadas por el ayuntamiento para su inventario, según se le ha comunicado en notificación reciente. El ayuntamiento ya está informatizado, y todo lo que es del municipio debe de estar dentro del ordenador. Así que, ¡no se haga Vd. el remolón!, pues… ¡al Cesar lo que es del…!

-Ni lo piense, alcalde –le cortó al quite el cura- que lo que está en la casa de Dios sólo Él es su dueño; y si algo está en el templo es porque lo recibió en agradecimiento a lo mucho que ha hecho, ayudando a quienes a Él han acudido. ¡Pregunte por las calles del pueblo!- Y tras un segundo vaso de vino y de sacudir al aire los cristalitos de unas papas fritas imantados a su sotana preconciliar, el cura abandonó al alcalde con paso y gestos firmes, ufano de su decisión y convencido de una mayor jerarquía.

Pasaron los siete días, y un sábado, el alcalde en persona, acudió al templo investido de su autoridad, y ante el altar mayor discutieron acaloradamente como si estuvieran en cualquier trastienda, después de haber sido recibido el alcalde por el cura con cara poco amable y cierto desabrimiento como era normal en ellos huraños siempre de cordiales afectos.

-¿Cómo se atreve a incumplir la ley y a hacer caso omiso a mi advertencia? – le dijo alzando la voz, tanto que obligó a levantar el vuelo a un pajarillo asustado bajo la bóveda a la luz de los rayos que iluminándola más parecía el cielo.

-¡Le recuerdo que otros salieron de este templo expulsados a latigazos!- le respondió con el mismo tono y crispado el entrecejo- ¡Métase su ordenador donde le quepa y deje en paz esta casa, en lugar de profanarla, Sr. Alcalde!

-¿Yo? ¿Profanarla yo? Vd. es quién debe honrarla y respetarla aparcando sus gritos, ante quien ahí arriba está, la que llaman la Virgen Blanca y que mañana Vds. festejan- le replicó mientras señalando a la virgen daba ligeros saltitos, lo que le produjo un traspiés encima del escalón, paso al presbiterio.

-¡Fuera de la casa de Dios! Y cómo que me llamo Don Servando, mañana ajustaremos bien las cuentas, Don Hilario.

¿Estaría al alba en su hornacina la Virgen Blanca dispuesta y gozosa para un día de fiesta, o si triste, daría su espalda?

(“El día de la víspera” es un relato que ha participado en el 33º Proyecto Anthology. Tema: Computadora)


1 comentario:

Mª Dolores dijo...

Muy bien escogidos estos dos personajes. Pienso que pueden ofrecer divertidas, acaloradas, socarronas, irónicas e interesates discusiones, con un conductor que derrocha imaginación y buen hacer podremos " leer" muchas batallitas de Don Servando y Don Hilario.
Un abrazo