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20 junio 2008

NAVEGANDO POR GRECIA, CROACIA E ÍTALIA


Nuestro viaje del 9 al 16 de Junio

No entraba en nuestros planes viajar hacía la ciudad tirolesa donde la selección española de futbol iba a iniciar su andadura dentro de la máxima competición futbolística europea, pero al llevarnos la sorpresa de encontrarnos ante el mismo avión utilizado por Luis y sus muchachos unos días antes, al descubrirlo nada más bajar del autobús en las pistas del aeropuerto de Barcelona, el mismo que nos iba a trasportar a Bari para embarcarnos en un crucero rumbo a las islas griega, las muestras de asombro y júbilo corrieron como la pólvora presumiendo en la anécdota la señal del mejor augurio. Fue la primera sorpresa a la que seguirían otras muchas.

Bari nos recibió con un día algo nublado, aunque el azul se dibujaba en su mayor parte, y ya de tránsito hacía la zona portuaria fue tiempo suficiente para contemplar sus campos vestidos de adelfas, de olivos, de higueras, de almendros, de pinos y de palmeras, adornos puros mediterráneos como cualquier punto de la costa española, aunque con los carburantes más caros, según anunciaban los altos cartelones de sus gasolineras que, de aspecto destartalado, como las edificaciones que presenciábamos mientras nos aproximaban a la ciudad, nos intuían de una economía más débil que la nuestra, pese a ser Bari un ciudad próspera y de gran actividad portuaria.

Embarcamos en el crucero Música de MSC Cruceros y el capitán dio la orden de salida hacía el Peloponeso. En la primera tarde de nuestro viaje, como no podía ser de otra manera, intentamos conocer las instalaciones del barco Música a través de sus muchos puentes lujosamente vestidos y comunicados por varias redes a lo largo de su eslora de 293 metros, habilitada de rápidos ascensores y lujosas escaleras, siempre vestidos de mármol, de dorados, de espejos y de elegantes cortinajes, en donde desde los pasamanos hasta en su último rincón imperaban el brillo y la limpieza gracias a la constante dedicación que, paño en mano, procuraba el personal de a bordo en un constante caminar por los pequeños pubs, las grandes cafeterías, su teatro, sus diversas tiendas y amplias cubiertas, repletas de instalaciones deportivas y de recreo, así como de sucesivos solárium. El buen gusto del art déco y un esmerado servicio conformaba lo mejor de sus restaurantes en una cocina puramente mediterránea. El conjunto representaba un cúmulo de continuas sorpresas que, poco a poco, iríamos conociendo sin prisas, gracias a la tranquilidad y apacible estancia que aventurábamos para los próximos días.
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Todo pues invitaba a la tranquilidad y al sosiego. Para las prisas, su mejor camino era el de la borda, para dejarla caer al fondo del mar, al menos durante nuestra estancia en un barco capaz de albergar más de cuatro mil personas, de las que un millar, servicial y dócil, componían una tripulación cuyo único problema para nosotros venía dado por el número insignificante de quienes dominaban el castellano, lo que ocasionaba algún que otro problema para nuestra comunicación.

Así pues, todo invitaba a la calma, uno de los motivos del viaje, en la espera de conocer los lugares seleccionados que una vez conocidos nos han dejado la grata sensación de una elección en la que la diversidad y belleza de todos los destinos han sido fruto del mejor tacto. Desde lo paisajístico a lo histórico, desde la modernidad a las raíces de nuestra civilización occidental, cuyo único testimonio son las piedras que aún perduran junto a sus historias, que aunque algunas de ellas son leyendas mitológicas nacidas de la imaginación, otras, repletas de hazañas épicas se amalgaman como una piña en su mejor contribución a la cultura occidental, tan valiosa como decisiva, y de cuyos mejores logros disfrutamos en la actualidad.

Viajar sin aprietos y confraternizando con nuevos amigos a lo largo de 4.000 kms y sin ningún atisbo de agotamiento tiene su especial encanto, con el añadido de un confortable camarote cuya amplitud nos sorprendió. Lo esperábamos más pequeño, pero aún le daba mayor encanto su balcón, auténtico palco ante el proscenio de un mar inacabable, en el que su suelo de plomo barnizado por un baño de plata se perdía por la intensidad del piélago.

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