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11 noviembre 2010

EL “CURITA DE ALACUÁS”, JORGE ALARTE

el curita alarte

Para un creyente escuchar el sermón dominical del cura de su parroquia le hace sentirse partícipe del consejo cauto, desprendido y generoso al que invita desde el púlpito el pastor a sus fieles. No es el caso del laico que hace oídos sordos a cualquier consejo evangelizador, por mucho de bueno que lleve consigo. La especial razón de éste rechazo estriba en que al salir de los labios de un sacerdote, cuya figura y lo que él representa le desmerece, le importa cuatro pitos cualquiera prédica clerical, que dicho sea de paso destacan por su coherencia y constante repetición, propias de quien está convencido de aquello en lo que cree.

No es este el caso del “curita de Alacuás”, Jorge Alarte, que lograda la Secretaría General de su partido y la responsabilidad de portar la batuta que le otorga el cargo, optó en su ejercicio de mando por un nuevo estilo y unas nuevas formas de ejercer la política necesarias para lograr su objetivo de gobierno en la Comunidad Valenciana.

Surgió entonces de su voz templada y sonsonete clerical, la conveniencia de un cambio radical, no sólo en las siglas de su partido, sino en la revisión de otros aderezos ajenos a los valencianos. Pero la “laicidad” de su entorno no le hizo el menor caso al “curita”, empecinado en un mimetismo catalán que obliga al partido socialista a ocupar el puesto de oposición permanente.

Pero lo que le ha procurado el mayor de los ridículos ha sido el caso de Benidorm, donde el “curita de Alacuás”, hisopo en mano, quiso enfrentarse a la enredadera de la familia Pajín, trepadora ella, convencido que en la etapa Zapatero la institución familiar navega en sus en horas bajas, pero sin entender lo que contra él se tramaba. Simple error de cálculo minusvalorando al enemigo dentro de su propia casa.

Y ese osado error es el que le ha llevado al donde dije digo, digo Diego; y no en una ocasión, sino en varias, entrando en un mar de contradicciones que, como él muy bien sabe, le llevará al hundimiento electoral en el que a diario sueña, cual insuperable pesadilla.

Sea con la batuta de su torpeza, sea con el hisopo al que tendrá que encomendarse si quiere salir del atolladero que en su inocencia monacal se ha visto inmerso.

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