Aceptar el “abrazo del oso” tiene muchos riesgos colaterales; y más cuando se sabe de antemano de su inminente presencia. Es inútil recurrir en ocasiones a pactos de buena vecindad porque su fiabilidad es escasa. Qué digo, nula.
Nace el pacto en quien acude con buena voluntad, pero adquiere su verdadero significado cuando existen en terreno ajeno unas manos prestas al diseño de la falsedad mediante urdimbres que por sí solas apestan, al menos a quienes son conscientes de lo que han dado de sí en mil y una ocasiones, reiteradamente expresadas.
Puede, y de seguro así es, que la escenificación regodee a los interesados en el logro de una patraña que van tejiendo, inasequibles al desaliento, sin prisas, pero tomando aquellos puntos estratégicos por donde avanzar hasta su fin deseado. Algo así, como aquellos “Cien mil hijos de San Luis” que sin obstáculo alguno, impusieron sus criterios en contra del pueblo español, perdido por su ignorancia.
Alberto Fabra, el Presidente de la Generalitat, se ofreció en su día para un pacto con otro presidente autonómico, de nombre Arturo, pero que quiere que le llamen Artur.
Y ahí está el quid de la cuestión. No es lo mismo el uno que el otro. El primero es el de cuna, y con el segundo firma pactos de artificio.
Alberto, sabedor del peligro de su empresa (porque no lo creo tan ignorante) se ofreció como un hombre de buena voluntad ante quien exigiendo respeto, nunca lo mostró con los valencianos.
El pacto entre ambos entes autonómicos al logro de una mutua correspondencia en los respectivos entes televisivos es el del papel mojado.
Fabra, como todos los valencianos, todos, tanto quienes desean el respeto a nuestra peculiaridad de siglos, como los necesitados de un mimetismo fabricado desde la mentira en los últimos cien años, saben, que Arturo, será Artur. Todos lo saben.
Un pacto condenado al fracaso que únicamente va a servir para crispar los ánimos en la sociedad valenciana si sigue adelante, con la excepción de la satisfacción que va a producir en quienes estarían muy a gusto en unos “paisos” por los que con mayor o menor intensidad sueñan. Pero que si fracasa, igualmente serán felices.
Satisfechos porque si el pacto cruza el Ebro escucharan “canticos celestiales”, pero si se anula por su incumplimiento unilateral, estarán igualmente gozosos porque ya se encargaran de aumentar el volumen de un gallinero ajeno a nuestra historia.
El “abrazo de oso” tiene estas cosas, y a Alberto Fabra se la meten por todas partes.
Malament.
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