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06 octubre 2006

SANTA SOFÍA Y EL BÓSFORO


Visitamos Santa Sofía. Fue primero iglesia cristiana y luego mezquita, hasta que Ataturk, después de crear la Republica de Turquía, la convirtió en Museo.

Es impresionante la grandeza de Santa Sofía. Recoge toda la historia de Bizancio, Constantinopla y Estambul. Bajo su inmensa cúpula se constatan las sucesivas agresiones del templo que fue destruido y reconstruido en tiempo de las cruzadas, así como las huellas de los terremotos que lo castigaron. Sus contrafuertes externos de protección así como los del interior, al asegurar las columnas vitales con bloques de mármol adheridos a ellas, fueron necesarios para asegurar que su cúpula no se fuera abajo. Cuando fue inaugurada, Justiniano dijo: ¡Salomón, te he superado!. A ras de suelo se ven las consecuencias de los terremotos, sobre todo en su primer piso, con el suelo de mármol ondulado y resquebrajado.

De Santa Sofía nos fuimos a conocer la Colina de los Enamorados situada en el Estambul asiático. Dejamos Europa y nos fuimos a Asia. Dicho así es muy sencillo pero a mi me pareció algo increíble. Para cruzar ambos continentes hay dos largos puentes, construidos en la segunda mitad del siglo XX. En ocasiones cruzar por alguno de ellos puede suponer algunas horas debido al enorme tráfico; pero tuvimos suerte y lo cruzamos muy rápido. En este trayecto descubrí que hay muchos Estambules. Me habían hablado de dos zonas: de la parte vieja y de la moderna; pero no es del todo así. Dentro de ambas hay muchas situaciones que se diferencian. Decir cuantos Estambules hay es difícil, pero cuando íbamos de una parte a otra de la ciudad parecía que estábamos en una cultura diferente. Son casi dieciséis millones de habitantes y debe de ser muy complicado administrar una ciudad como Estambul. La zona antigua, aparte de lo que históricamente representa es una zona con una industria manufacturera en constante ebullición. Sus edificios no pueden ser derribados, sólo restaurados, por lo que adecentarlos se convierte en una tarea imposible y su estado en muchas ocasiones es bastante lamentable. Pero allí están, ocupados por industriales de la piel, muy activos y con mucha demanda exterior. Confeccionan de todo, abundando las prendas de piel y la fabricación de calzado para mayoristas. También hay talleres donde trabajan los plásticos, las telas y otros que manipulan los metales. Esta es la razón fundamental de que por las calles de esta zona los hombres turcos predominen sobre las mujeres que se ven muy pocas. El turco trabajando y su mujer en casa. En esta parte vieja es dónde más se ve el uso del chador por parte de la mujer turca. Pero nunca se ve la mujer con la cara tapada que está prohibido en Turquía.

Desde lo alto de la Colina de los Enamorados se ve el Estambul europeo y también el asiático asombrando en ambos su espacio habitado que resulta enorme. Estambul tiene más de dos mil mezquitas y desde lo alto de la colina si uno tuviera alguna duda de ello, se lo cree. La vista del Estrecho del Bósforo es esplendida, con sus puentes y el gran número de embarcaciones que navegan por sus aguas. Los grandes petroleros y los barcos de contenedores con sus idas y venidas entre Europa y Asia se mezclaban con los cruceros turísticos, los barcos de pesca y los yates privados. Impresionante.

Divisamos la zona europea de los rascacielos de muy elevado nivel; otro Estambul. Así como ambas orillas del estrecho, con sus casas y palacios alineados donde la residencia más barata cuesta un millón de euros. Es otro Estambul. Me informaron que Turquía está dominada económicamente por unas seiscientas familias e imagino que las casas a orillas del Bósforo, en Europa y Asia, son de ellas.

Volvimos Europa, cruzamos los bosques de Belgrado y nos llevaron muy cerca del Mar Negro a comer una dorada con los típicos entrantes de la cocina turca. Luego embarcamos y durante una hora y media conocimos el Estrecho del Bósforo en su salsa, desde el mar. Ambas orillas son una sucesión continua de bellas casas con diferentes estilos: algunas de madera, la clásica construcción otomana; vimos bellos edificios de diseño moderno; palacios, como el de Dalmabahce que conoceríamos al día siguiente; nos fijamos en los castillos que fueron fortalezas defensivas; nos encantaron las mezquitas que al estar a pie del mar resultaban mágicas y nos llamó la atención, especialmente, la casa más antigua del Bósforo que parece una cabaña de troncos y que está actualmente en restauración. El barco que nos transportaba iba acercándonos de una orilla a otra, según aconsejaba ver más cerca la belleza de aquellas casas. En la orilla europea está el hotel más caro de Estambul y el utilizar sus instalaciones sólo está al alcance de muy pocas familias.

Desembarcamos en el Cuerno de Oro, al lado de Puente Galata y nos llevaron al Gran Bazar, lugar donde siempre nos dejaba el autocar. Después de dar una vuelta por aquel laberinto comercial para ir viendo algunas de las compras que deseábamos, nos fuimos a nuestro hotel que lo teníamos a tres minutos caminando. Descansamos hasta la hora de la cena y después, el delicioso té de manzana al que nos habíamos acostumbrado tanto Mari como yo.

Octubre 2006-10-05

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