Había dormido muy bien pero al salir del hotel comenzó un fuerte chaparrón lo que me hizo temer que igual teníamos que suspender lo previsto para el día. Subí a la terraza del hotel y un cielo denso, cerrado cubría Estambul. Pregunté en el hotel qué tal se presentaba aquel día tan lluvioso y me dijeron que en un par de horas cesaría la lluvia y escamparía el cielo. Así pues optamos por esperar y retrasar la salida para iniciar el recorrido que nos habíamos propuesto. Cuando menguó un poco la lluvia Mari, Eli y Rosa fueron a ver una pequeña fábrica de prendas de piel cercana al hotel. Regresaron con una buena compra de dos abrigos de piel a un precio muy bajo y una vez dejados en la habitación nos fuimos a ver Estambul.
El plan del día era el siguiente: prescindimos del guía pues no nos hacía falta para ir a conocer la parte moderna de Estambul. Llegaríamos a ella subiendo a un tranvía cercano al hotel para coger luego un funicular que nos llevaría a la Plaza Taxim, centro del la zona moderna. Luego iríamos andando a la Torre Galata y después de comer y tomar café en el Pera Palas regresaríamos al hotel para descansar y esperar la noche que iríamos, ahora sí concertado con los guías, a una cena espectáculo de la danza del vientre.
Fuimos a la plaza Beyazit a coger el tranvía y nos sucedió la primera anécdota del día. Dejé a las tres mujeres en el andén y me fui a por los billetes. Bueno, eso es lo que yo pensaba, pero en los tranvías de Estambul no hay billetes. Al lado de las paradas hay unas cabinas para el pago del peaje, 1,3 liras turcas o sea la mitad que en Valencia en recorrido urbano. Al abonar el importe me dieron cuatro monedas que son las necesarias para unos tornos que allí existen y que hasta ese momento desconocía. Pasé a través de ellos metiendo las cuatro monedas y me fui al andén. En la parada había mucha gente cuando llegó el tranvía. Se abrieron las puertas y mi esposa subió la primera entre mucha gente, luego Rosa y Eli y tras ellas subí yo. Pero justo en ese momento y abriéndose paso entre la gente subió una persona sin uniforme de ningún tipo y sin entendernos hizo bajar a mi esposa, a Rosa, y a Eli. Bajé tras ellas y le dije al señor que yo había pagado por los cuatro pero no me entendía ni yo a él. Así que las hizo ir hacia la entrada para pagar su billete. Como era imposible entenderme con el turco desistí y fuimos todos tras él. Junto a los tornos había un empleado que me había visto pasar con las cuatro monedas pues en aquel momento así se lo indiqué. Hablaron entre ellos y cuando el celoso guardián de su deber se informó que yo había pagado los cuatro pasajes se dirigió a mi y juntando las manos, ignoro si en cristiano o en musulmán, parecía que me pedía perdón.
Subimos a un tranvía lleno de gente, muy limpio y moderno. Poco a poco se fue vaciando hasta que nos sentamos y al poco, llegamos al final del trayecto. Justo allí se iniciaba el funicular hasta la Plaza Taxim. Así pues en poco menos de veinte minutos estábamos sentados en la terraza a la calle del Hotel Mármara, un hotel moderno, de muchas alturas y con una selecta cafetería. Tomamos un té de manzana mientras veíamos a la gente pasar por aquella gran Plaza Taxim. El ambiente era auténtico europeo y las mujeres iban vestidas igual que las de la calle Colón de Valencia. En la Plaza nos dimos cuentas que estaban instalando unas casetas para celebrar el próximo domingo la llegada del Ramadán.
Después de descansar un rato nos metimos de lleno en una calle peatonal, llena de gente, con muchas tiendas y que nos llevaría hasta Torre Galata, la Istiklal Caddesi. Es una calle muy comercial, a la europea, y así iban vestidas las mujeres, viendo algunas, muy pocas, con chador. Esto me sorprendió mucho más al ser un sitio muy concurrido y en la media hora del trayecto la masa humana que subía o bajaba era increíble. Pasamos por dos Iglesias cristianas y una mezquita, justo en el momento en que se oían las oraciones islámicas desde un minarate. No vi a nadie arrodillarse como tampoco lo he visto en ninguna de las mezquitas, al exterior de ellas, durante los siete días de mi estancia en Estambul. Las oraciones están grabadas y se escuchan a través de unos altavoces adheridos a los altos minaretes cinco veces al día.
Vimos muchos sitios de comida pero me llamó la atención un pasaje muy bello, lleno de flores, con techo abovedado del que colgaban centros de flores como si fuesen lámparas. En su interior solo hay restaurantes y comimos muy bien en uno de ellos. Luego me enteré que aquel sitio es conocido como el Pasaje de las Flores y es muy recomendado. No tomamos café pues teníamos previsto hacerlo en el Hotel Pera Palas que nos cogía de camino. El Pera Palas guarda todo su sabor de antaño y tomar un café entre tantos recuerdos fue un placer. El hotel fue creado en 1892 por la Compañía Wagons-lits para acoger a los viajeros del Orient Express y su lujo aunque deteriorado está presente. Allí tuvieron sus habitaciones el Presidente Ataturk, hoy convertida en museo. Fue residencia de Greta Garbo, de Mata Hari, de Sarah Bernhardt y fue dónde Agata Christie escribió “Asesinato en el Orient Express”. Subimos a su habitación que permanece intacta con sus recuerdos tal y como los dejó. Subimos en el viejo ascensor acompañados por un ascensorista que nos iba detallando su descuidado estado, aunque seguro. El turco buscaba una buena propina, pero valió la pena.
A unos pocos minutos llegamos a Torre Galata. Es una gigantesca construcción cuyo techo cónico alcanza los 67 metros y domina toda la orilla septentrional del Cuerno de Oro. Fue construida por los genoveses en el siglo XIV y ha sido utilizada para diversos usos a lo largo de su historia. Hoy se sube en ascensor. En lo alto hay dos plantas de restaurantes y su circular mirador es el mejor punto de observación del Cuerno de Oro, del Estambul histórico y de gran parte del Bósforo. Hice muchas fotos pero no acompañaba el día, estaba nublado y la monumentalidad de Estambul no se apreciaba con claridad. Una lástima.
Con un taxi regresamos al hotel para descansar, aún quedaba día y por la noche teníamos espectáculo. Fuimos al Kervansaray, en cena programada por lo que nos llevaron en autobús. Aprovechamos para ver la ciudad de noche y me quedé con las ganas de fotografiar no sólo la Mezquita de Soliman sino muchos sitios más. Aquel paseo de veinte minutos por la ciudad nocturna fue fantástico.
Como nos resultó la cena-espectáculo en la que varias mujeres turcas nos deleitaron con la danza del vientre. Fue una gran velada en la que coincidimos gentes de todo el mundo. Que recuerde bien, habían: japoneses, coreanos, indios, pakistaníes, de Dubai, Australia, Canadá, EEUU, México, Ecuador, Colombia, Argentina, Inglaterra, franceses, belgas, alemanes, suizos, italianos, rumanos, griegos, egipcios, irakies, por supuesto españoles y algunos más de otras naciones. Impresionante. Al menos a mi me lo pareció. Es difícil imaginar la reunión de tantas gentes diferentes por el único interés de un rato agradable. El final del show estuvo a cargo de un excelente artista que identificó a todos los presentes con sus melodías. Cuando entonó el clásico “Y viva España” todos los españoles nos sentimos hermanados al segundo y la melodía se extendió por toda la sala. Esto, que hubiese parecido lógico en cualquier ciudad turística española, me sorprendió que sucediera tan lejos, en Estambul.
Nadie de los presentes echó en falta a los políticos, allí sobraban. Quizá sin ellos, ignoro si las cosas nos irían mejor o peor, pero la buena armonía fue muy evidente.
En cuanto a la danza del vientre hay que ver la capacidad del cuerpo de una mujer para mover todo su cuerpo al mismo tiempo. También presenciamos números del folklore turco de una gran calidad.
Terminada la feliz velada nos devolvieron al hotel y aprovechamos el momento para seguir viendo el Estambul nocturno que por si solo es un auténtico espectáculo. Aún tuvimos ocasión a la llegada al Hotel de tomar un té de manzana.
Octubre 2006-10-04
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